viernes, 21 de noviembre de 2025

Aprender del pasado


El frío meteorológico con el que empieza este fin de semana contrasta con el calor político y social. Ayer se cumplieron 50 años de la muerte de Franco. El mismo día el Tribunal Supremo de España condenó al fiscal general a dos años de inhabilitación. El pasado y el presente se fundían en un extraño abrazo. Sobre Franco se ha escrito y se escribirá mucho. Los medios de comunicación social y las redes sociales arden con opiniones de todo tipo. No voy a echar más leña al fuego. 50 años es muy poco tiempo para que los historiadores tengan una perspectiva adecuada. 

Quienes no lo somos dependemos de nuestra experiencia (en mi caso, muy limitada), de los testimonios recibidos y de las lecturas hechas. Yo nací en pleno régimen franquista y viví mi infancia y adolescencia en su etapa final. Creo que vi a Franco dos o tres veces. La primera fue el 4 de julio de 1968, cuando inauguró la línea de ferrocarril Madrid-Burgos. Luego lo vi alguna vez más, casi como si fuera una aparición, cuando su comitiva pasaba fugazmente por Aranda de Duero de regreso de su veraneo en San Sebastián. Y, naturalmente, vi mucho su figura en los reportajes del No-Do y en los informativos de televisión. Me parecía un abuelo frío y serio.


Cuando murió el 20 de noviembre de 1975 yo estaba a punto de cumplir 18 años. Me encontraba en Castro Urdiales haciendo mi año de noviciado antes de emitir la primera profesión como misionero claretiano. Recuerdo -¡cómo no!- la famosa intervención del presidente Arias Navarro en televisión comunicando su muerte y toda la solemnidad de aquellos días: funeral y entierro de Franco, proclamación de Juan Carlos como rey, etc. 

Me faltaban muchas claves para comprender el significado histórico de unos acontecimientos que han marcado la historia reciente de España. Me limitaba a leer los periódicos, escuchar la radio y ver la televisión, dentro de las restricciones impuestas por el régimen del noviciado. Eran tiempos en los que mi historia personal contaba más que la historia del país. Esta me parecía un asunto de los mayores, de los que entendían o decían entender, mientras que la mía tenía que ver con la elección de mi camino en la vida.


Vistas las cosas con la perspectiva de medio siglo, cada vez se me hace más imperativa la necesidad de construir la convivencia sobre valores y virtudes, no solo sobre un pragmático “contrato social”. De no hacerlo, tarde o temprano se paga un precio, que puede ir desde la crispación hasta la guerra civil. No hay democracia sin demócratas y no hay sociedad sin virtudes sociales. Las meras leyes, por oportunas y justas que sean, no garantizan la convivencia pacífica. Por eso, la misión educativa de las familias, la escuela y las demás instituciones es esencial para dar fundamento a la vida en común.

Hoy se cuestiona mucho la llamada “transición” de la dictadura a la democracia y la Constitución española de 1978. Somos más conscientes de sus limitaciones y defectos que cuando se estaba gestando, pero ¿no es preferible un marco imperfecto de convivencia antes que el retorno a un ambiente prebélico? Las conmemoraciones históricas nos sirven, sobre todo, para aprender de la historia, más que para hacer ajustes con un pasado que no volverá más y que cada uno leemos desde nuestra perspectiva.

martes, 18 de noviembre de 2025

De la discordia a la concordia


Los termómetros se desploman. Luce un sol de otoño avanzado. Se cumple medio año de la elección del papa León XIV. Zelenski viene a Madrid para recabar ayuda militar. Eso significa que no hay perspectivas de que la guerra en Ucrania termine pronto. Siguen las noticias sobre el rearme de varios países europeos, la vuelta al servicio militar obligatorio y el aumento en gastos de defensa. Se están moviendo demasiadas piezas en este inestable tablero del ajedrez mundial. 

Mientras quienes mueven las piezas de la partida mundial afilan sus estrategias, la mayoría de los mortales nos centramos en las pequeñas batallas de la vida cotidiana, conscientes de que podemos hacer muy poco por “cambiar el mundo”, expresión que se repetía en los años 60 y 70 del siglo pasado y que hoy ya no figura en el vocabulario de los jóvenes. ¡Demasiado tienen con sobrevivir en este mundo precario e incierto! Quien está “cambiando el mundo” es la revolución digital en la que nos hemos embarcado. Estamos solo en los primeros compases de una composición que no sabemos cómo se va a desarrollar.


Después de un mes yendo de un sitio para otro, casi sin tiempo para otra cosa, en esta semana madrileña voy a aprovechar para encontrarme con amigos a los que hace tiempo que no veo. Es el contrapunto necesario a una vida misionera itinerante. Y hasta es probable que vaya a ver por segunda vez Los domingos, en espera de que pronto podamos hacerle una entrevista a la directora de la película para la revista Vida Religiosa. Tengo mucho interés en tomarle el pulso a la actualidad a través del género conversación, que siempre es más interesante que el de la reflexión individual. Cuando conversamos con otras personas, el ejercicio de escucha atenta dilata siempre nuestro punto de vista, nos hace ver perspectivas que nos resultan ciegas o desvaídas. 

Cada vez que conversamos corregimos un poco la intolerancia que se agazapa en algún rincón de nuestra conciencia. Por eso, la polarización que hoy vivimos se cura con el arte de la conversación. Ahora que estamos a punto de celebrar los 50 años de la muerte de Franco y la apertura de una nueva etapa en la historia de España, necesitamos pasar de la discordia a la concordia, como ha recordado esta mañana el presidente de la CEE en el discurso inaugural de la 128 asamblea plenaria.


Hay personas que disfrutan sembrando la cizaña de la discordia y otras que se esfuerzan por sembrar el trigo de la concordia. Ambas semillas crecen en el mismo campo. La tentación es arrancar de raíz la primera para que crezca lozana la segunda, pero esto -además de ser imposible- no es siempre recomendable. Tenemos que acostumbrarnos a vivir en sociedades en las que el trigo convive con la cizaña y la concordia se ve siempre amenazada por la discordia. Más que preocuparnos por arrancar las hierbas malas, lo esencial es regar, abonar y cultivar las buenas. Ensanchando el territorio del bien vamos minimizando las consecuencias del mal. 

Me viene ahora a la cabeza una frase de Angela Merkel que puede resultar iluminadora. Hablando del desafío que Europa tiene con la llegada de muchos inmigrantes musulmanes, la excanciller alemana decía con una pizca de ironía: “El problema no es que haya muchos musulmanes en Europa, el problema es que hay pocos cristianos”. De manera análoga podríamos decir que el gran desafío de nuestra sociedad no es la obsesión por superar la discordia, sino el esfuerzo por vivir en concordia. Suena parecido, pero no es lo mismo.

lunes, 17 de noviembre de 2025

El drama transversal


Ayer se celebró la IX Jornada Mundial de los Pobres. Con ese motivo, el papa León XIV celebró la Eucaristía con miles de ellos en la basílica de san Pedro y luego compartió el almuerzo con unos 1.300 en el aula Pablo VI, convertida en improvisado comedor. Ese inmenso espacio sin columnas pasó de ser el aula del “sínodo” a ser el aula del “simposio”. He leído la homilía que el Papa pronunció en san Pedro. Me llamaron la atención las palabras que se refieren a una nueva/vieja pobreza transversal: “¡Cuántas pobrezas oprimen nuestro mundo! Ante todo, son pobrezas materiales, pero también existen muchas situaciones morales y espirituales, que a menudo afectan sobre todo a los más jóvenes. Y el drama que las atraviesa a todas de manera transversal, es la soledad”. 

Hace solo diez días que dediqué una entrada a la “aventura de la soledad”. Vuelvo sobre este asunto porque el Papa la denomina “drama transversal” y porque considera que la soledad afecta, sobre todo, a los más jóvenes. Es duro no tener trabajo, no disponer de un techo o de alimento suficiente. Más duro es no disfrutar de salud. Pero quizá la dureza mayor es sentirse solo, saber que a nadie le importa nuestro drama y que, si morimos, nadie nos va a echar de menos. Esta soledad asesina, ligada a la falta de un propósito en la vida, es la pobreza más radical.


La compañía primigenia es la familia. En su seno experimentamos el amor incondicional y aprendemos a amar. Cuando esta célula nutricia se rompe o se daña de mil maneras, mendigamos otras compañías. No siempre las encontramos. Algunas no hacen sino reforzar la soledad porque nos dan la medida de nuestro vacío sin poder rellenarlo. Entonces -como nos recordaba hace décadas Erich Fromm- nos lanzamos en la búsqueda de soluciones, de “tiritas para este corazón partío”, en palabras de Alejandro Sanz. La primera es el placer en sus múltiples formas: consumo de sustancias, sexo, juegos, velocidad, etc. Tras un estallido efímero que exige repetición (y a la larga adicción), todas estas experiencias nos devuelven la soledad “corregida y aumentada”. 

Lo mismo sucede con el conformismo (la actitud -a veces falsamente religiosa- de quien se refugia en la masa para abdicar de su responsabilidad), el trabajo evasivo y, en último extremo, la violencia en sus múltiples manifestaciones. Son caminos que nos seducen porque parecen atenuar los límites de nuestro vacío, a menudo producen un efecto euforizante y nos crean la falsa sensación de que el mundo está a nuestros pies. O, por lo menos, de que la soledad no es tan dañina como parece. La verdad es que, transitando por ellos, nos vamos encerrando en nuestra mazmorra. Los dispositivos electrónicos no hacen sino reforzar este encapsulamiento hasta convertirnos en usuarios adictos.


Es fácil decir que la única solución al “drama transversal” de la soledad es el amor, pero hace falta corroborar las palabras con experiencias. ¿Quién nos ama de verdad? ¿A quién amamos de verdad? Por si la respuesta a estas preguntas fuera difícil, podemos formularlas de una manera más descarnada: ¿Quién está dispuesto a dar la vida por nosotros? ¿Por quién daríamos la vida nosotros? Jesús lo dijo con palabras que todos recordamos: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Jesús ha dado la vida por nosotros porque “a vosotros [a nosotros] os llamo amigos” (Jn 13,15). Quien de verdad nos ama es Jesús. Él es el amor de Dios hecho carne. 

Si nos abrimos a él, no hay situación humana que sea insuperable, no hay soledad que pueda matarnos. Nos sabremos siempre habitados por una presencia que nunca nos deja desamparados. Con san Pablo, podemos afirmar: “Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,38-39). Por eso, lo mejor que podemos hacer por una persona sola no es solo brindarle compañía, sino acompañarla al encuentro con Cristo, invitarla a que “vaya y vea”. Lo más probable es que se quede con él. Su vida experimentará un vuelco. Creo que en esto consiste la evangelización. 

viernes, 14 de noviembre de 2025

El chacachá del tren


Me gusta viajar en tren. Siempre me ha gustado. Aunque haya controles de seguridad antes de subir a los trenes de alta velocidad, no son comparables a los que se hacen para volar en cualquier aerolínea. Los primeros se pasan con agilidad y sin estrés; los segundos, dependiendo de los aeropuertos, pueden convertirse en una pequeña tortura. He hecho el viaje de Madrid a Granada y la vuelta a Madrid en tren, pasando por Córdoba y Antequera. La distancia se cubre en algo menos de cuatro horas. En el viaje de regreso me tocó un asiento junto a la amplia ventana, así que pude contemplar los olivares cordobeses, los paisajes escarpados de Sierra Morena y las llanuras inmensas de la Mancha. 

Mientras asistía a ese espectáculo de la naturaleza, más hermoso que cualquier vídeo de los que mis compañeros de vagón veían en las redes sociales, recordaba los muchos viajes en tren que he hecho a lo largo de mi vida por España y otros países europeos como Portugal, Francia, Italia, Suiza, Reino Unido, Alemania, Bélgica, Polonia o Rusia. He usado también el tren en países de Asia como India, Corea del Sur, China (de Beijing a Shangai y vuelta) o Japón. En África he viajado toda una noche en tren de Libreville a Franceville, en Gabón. Y en América solo recuerdo algunos viajes de media distancia en los Estados Unidos.


El tren tiene algo que no tienen los autobuses ni los aviones. El hecho de que disponga de una vía solo para la máquina tractora y los vagones le da una prestancia y un aplomo que no tienen los otros medios. Quizás el barco podría aproximarse a este señorío viajero. Más de una vez he fantaseado con un viaje en el Transiberiano desde Moscú hasta Vladivostok. Recorrer los 9.288 que separan ambas ciudades rusas lleva alrededor de siete días. Leo que los billetes más baratos cuestan unos 300 dólares. Los de lujo, incluyendo paradas en algunos lugares turísticos, sobrepasan los 6.000. En el recorrido de un extremo a otro del país más extenso del mundo se atraviesan ocho husos horarios. 

Me imagino lo que puede suponer vivir una semana entera a bordo de un tren, disponer de tiempo para descansar, leer, conversar y, sobre todo, contemplar los variados paisajes del recorrido. Hay películas que están total o parcialmente ambientadas en este tren ruso, desde “El violinista en el tejado” (1971) y “Pánico en el Transiberiano” (1972) hasta otras más recientes como “Transsiberian” (2008) o “El almirante” (2008). Los guionistas y directores encuentran en el transiberiano un escenario único para sus tramas.


Más allá del hecho físico de moverse en este medio de transporte, que ahora está experimentando un nuevo impulso con las líneas de alta velocidad, el tren es una hermosa metáfora de la vida. Partimos de un lugar y llegamos a otro. Si el trayecto es muy largo, por el camino hacemos algunas paradas. A diferencia de lo que sucede en el automóvil, en el tren, como en la vida, nunca viajamos solos. Antes de que los modernos dispositivos electrónicos nos recluyesen en nuestra burbuja individual, el tren era un lugar hermoso de socialización. Se podía hablar con los otros pasajeros, compartir algún refrigerio en la cafetería y hasta hacer amistades. 

Ahora -esto también es una metáfora del tiempo presente- cada viajero es un mundo aparte. Aunque estemos físicamente casi pegados, cada uno va pendiente de su ordenador, tableta o teléfono móvil. Rellenamos el tiempo con películas, series o simplemente escuchando música, chateando con amigos y deslizándonos por la película infinita de las redes sociales. Algunos pasajeros (normalmente personas adultas) todavía saludan cuando se acomodan en su asiento. La mayoría se arrellana en su puesto sin decir nada. El mutismo se ha convertido en el nuevo lenguaje. La indiferencia ha ocupado el lugar de la preocupación o por lo menos de la cortesía. Al ritmo del desarrollo tecnológico, todos nos hemos maquinizado un poco, nos hemos vuelto menos humanos y más artificiales. Es obvio que el tren ya no es lo que era antes. ¡No es necesario remontarse a los tiempos de Paco Martínez Soria!


miércoles, 12 de noviembre de 2025

Tierra soñada por mí


Desde el lunes por la noche estoy en Granada. La ciudad se tiñe de un otoño suave en espera de las lluvias previstas para el fin de semana. En los pocos ratos libres que me deja el taller que estoy dando, he visto el documental Leo from Chicago que ayuda a conocer un poco mejor la figura del papa León XIV. Hablan algunos de sus familiares, amigos y compañeros agustinos. Como no podía ser de otra manera, el tono es cordial y laudatorio. 

Todos insisten en que Robert Prevost (Bob para los amigos) es una persona serena, analítica, sensata, con una gran capacidad de escucha y con una especial sensibilidad hacia los pobres. Consideran que es el Papa que la Iglesia necesita en estos momentos de polarización. Me ha ayudado a conocer una figura con la que sintonizo mucho, aunque solo sea porque pertenecemos a la misma generación y compartimos la pasión por san Agustín. Al mismo tiempo que veía el documental, me llegó la noticia sobre el “caso Zornoza”. La vida está llena de claroscuros que hay que afrontar con humildad y verdad. Estamos siempre aprendiendo a ser cristianos.


Mi amigo Heriberto me comunica que el gobierno mexicano está preparando una ley para controlar a los “sacerdotes digitales”. No sé qué recorrido tendrá, pero recuerda a iniciativas parecidas en Venezuela, Nicaragua y otros países. Los gobiernos autoritarios siempre tienen miedo a las voces críticas. Es verdad que Internet se ha convertido en una selva en la que se alternan las críticas serias con todo tipo de exabruptos y difamaciones, pero la solución no es cortar la libertad de expresión. Esa es la tentación recurrente de todos los regímenes dictatoriales. Esperemos que se imponga la cordura y el respeto a la Constitución. 

Los periodistas y sacerdotes en México se han convertido en profesiones de alto riesgo. Son numerosos los casos de periodistas y sacerdotes asesinados en los últimos años. Por una parte, la sociedad mexicana se declara mayoritariamente católica y/o guadalupana. Por otra, el narcotráfico y la corrupción controlan buena parte del país. Me decía ayer una religiosa mexicana que trabaja con jóvenes que muchos de ellos repiten esta frase: “Es mejor morir joven con dinero que vivir mucho en la miseria”. La frase se explica por sí misma.


Compruebo que la entrada que dediqué el lunes a la película Los domingos ha tenido muchas más visitas de lo habitual. Se ve que el tema interesa y que, mas allá de la película, es verdad que hay síntomas de un cierto despertar espiritual en nuestra sociedad secularizada. No me parece un fenómeno mayoritario, pero indica un ligero cambio de tendencia. Los más jóvenes están llegando al límite de la superficialidad. Antes de que la ansiedad acabe con ellos necesitan respirar “otro aire”. 

Que esa búsqueda se canalice hacia formas cristianas y que estas se conviertan en hábitos de vida es otro cantar. La volatilidad se cierne sobre todo lo que vivimos: creencias, afectos y compromisos. Es difícil mantenerse en una opción de vida cuando se torna exigente y exige renuncias que van a contrapelo de nuestros deseos. Pero la historia nos enseña que la fe se fortalece en coyunturas difíciles, no en momentos de laxitud. Los seres humanos no estamos hechos para la vaciedad, sino para la excelencia.

lunes, 10 de noviembre de 2025

He ido a verla


Salí un poco tocado de la sala 1 del cine Proyecciones de Madrid. La calle Fuencarral, cerrada al tráfico durante el domingo, estaba llena de viandantes que paseaban o se detenían en algunas de las muchas terrazas y heladerías abiertas en la ancha acera de los números impares. La temperatura no superaba los 12 grados, pero eso no intimidaba a las familias y jóvenes que los fines de semana invaden ese barrio de Madrid. 

Mientras recorría a paso ligero los menos de dos kilómetros que separan el cine de mi casa, iba dando vueltas en mi cabeza al final de la película. La mezcla deliberada de la vestición de la joven Ainara en la iglesia del monasterio, la firma del documento ante notario de su tía Maite y la ejecución del canto Aitormena (David Cerrejón) por parte del coro juvenil produce un ligero embrollo emocional que uno no sabe cómo puede terminar. Lo que sí sabe es que remueve algo por dentro. Y hasta es posible que ruede alguna lágrima por las mejillas.

He leído críticas muy laudatorias a la película Los domingos, de la cineasta (directora y guionista) Alauda Ruiz de Azúa. Es verdad que nos mete en la vida de una familia media bilbaína, nos sienta a la mesa con ellos en la comida del domingo, nos introduce en la cocina para ser testigos de diálogos confidenciales y hasta nos mete en el dormitorio para que veamos cómo lo que se dice en la cama no siempre coincide con lo que se comparte en la mesa. Pero, al final, no sabemos bien adónde quiere llevarnos. Los colores suaves, los silencios elocuentes y el ritmo tranquilo acentúan esa atmósfera tan vasca que uno siente cuando pasa algún tiempo en Bilbao. Eso añade credibilidad a la obra, aunque a veces produzca monotonía. 


La directora insiste en que ella no ha pretendido ofrecer respuestas, sino plantear preguntas, lo cual es muy posmoderno. Si alguien se atreve hoy a proponer o sugerir respuestas, lo más probable es que sea tildado de inconsciente (en el mejor de los casos) o de dogmático (en la mayoría). También dice que el tema central de la película no es la fe religiosa o la vocación monástica, sino el proceso de toma de decisiones y la conflictividad familiar y social que lo acompaña. En varios momentos de la película se habla de “discernimiento”, un término muy usado en la jerga eclesiástica, pero muy poco común en el habla de la gente. 

Me parece que Ruiz de Azúa, que ha firmado un excelente trabajo, conoce bien el mundo intrafamiliar y lo retrata con verdad y sobria belleza. Aspira también a conocer con respeto el mundo monástico, pero tiene problemas para ir más allá de los tópicos o las buenas intenciones. Viendo las comidas dominicales de la familia bilbaína, uno puede acordarse de familias reales que conoce. Viendo la comunidad monástica, tiene más dificultades para identificarla con alguna comunidad conocida. Lo que en el primer caso se narra con verdad y desenvoltura, en el segundo queda aprisionado por un inevitable corsé fílmico. Es probable que quienes no conocen por dentro la vida consagrada (y más concretamente la monástica) no perciban esta rigidez, pero a mí se me hace evidente. Mientras que la atea tía Maite -soberbiamente interpretada por Patricia López Arnáiz- es creíble, la priora sor Isabel -interpretada por Nagore Aranburu- “hace de” monja, como mucha gente se imagina que es y se comporta una monja de clausura.


Parece obvio que Ruiz de Azúa no quiere adentrarse en el terreno estrictamente espiritual, aunque lo bordea de principio a fin con respeto y cierta curiosidad. Se comprende. Es muy difícil narrar la experiencia de Dios o los intríngulis del discernimiento vocacional, a menos que se tenga una experiencia cercana. Por eso, es de agradecer que no lo haya hecho y que se haya mantenido en los arrabales de la búsqueda. 

Al final, no sabemos si Ainara -interpretada por la novel y contenida Blanca Soroa- quiere ingresar en el monasterio para encontrar el lugar emocionalmente seguro que no halla en su casa tras la muerte de su madre o, más bien, como fruto de una llamada divina bien discernida. No sabemos si en su balanza personal pesa más el beso de su amigo Mikel, sus miradas cómplices en los ensayos del coro, o la emoción de cantar los salmos en el coro del monasterio o dormir en un camastro quejumbroso. Quizás no importa demasiado. El tiempo lo dirá. Al fin y al cabo, en la mayoría de los casos la vocación es un lento proceso de llamada-respuesta, no un súbito momento imperativo. 

Los domingos no es una lección de teología, ni siquiera la narración de una historia vocacional siguiendo los pasos consabidos. Es un intento -imperfecto, pero sincero y hermoso- de acercar al espectador contemporáneo cuestiones que le son a menudo hurtadas por la industria oficial porque se supone que no venden o porque, por motivos ideológicos, no interesa airearlas. En este sentido, recomiendo ver la película, admirar la cuidada interpretación de sus actores y preguntarse cómo hubiéramos reraccionado nosotros si nos hubieran invitado a una de esas comidas dominicales.



domingo, 9 de noviembre de 2025

La muralla se rompe


Mientras en la mayor parte de las iglesias del mundo se celebra hoy la fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán, en Madrid estamos en otra onda. Estoy viendo en directo la retransmisión de la misa que preside el arzobispo de Madrid con motivo de la solemnidad de Nuestra Señora la Real de la Almudena. Se celebra al aire libre, en la plaza de la Armería, entre la catedral y el palacio real. El día es luminoso, pero frío. He podido comprobarlo cuando me he acercado por allí un poco antes de las 10 de la mañana para ver el ambiente popular. 

Me sorprende el coro de jóvenes de la Obra de san Juan de Ávila que acompaña el canto de la asamblea. Se ve que no son profesionales, pero lo hacen bien y con entusiasmo juvenil. Tras las lecturas, el alcalde de la villa, en nombre del pueblo de Madrid, renueva el voto a la Virgen de la Almudena (palabra de origen árabe que parece significar “ciudadela”), una tradición que se remonta a 1640. 


El cardenal Cobo está leyendo ahora su homilía con mucha energía. “¿Dónde radica tu seguridad, tu fortaleza y tu alegría?”, se pregunta. “María nos ayuda a entender que la vida, si se vive en verdad, se comparte… María nos convoca a compartir la vida al pie de la cruz”. Suenan las campanas. En Madrid hay muchas cruces. 

Habla del informe Foessa 2025, que ofrece una radiografía completa de las cruces que reclaman nuestra presencia. Aumentan las nuevas formas de pobreza y, sobre todo, la pobreza infantil. Al cardenal se le enciende la voz cuando habla de esta realidad: “Hay que mirar a las cruces de los crucificados”.


Pienso en esa imagen de la Virgen que, según la tradición, fue descubierta en la muralla de la “ciudadela” madrileña a finales del siglo XI. La muralla es un símbolo de protección, pero también de separación. La Virgen rompe las murallas. Si es verdad que estamos viviendo en los últimos tiempos un “giro católico” en nuestra sociedad, ojalá ese giro signifique la demolición de las murallas ideológicas y afectivas que tanto daño nos siguen haciendo. La polarización social es seguramente la muralla más separadora, la que más está envenenando el clima social en los últimos años. 


La Virgen rompe murallas, se aparece en ellas.
De esta forma, manifestándose como madre, reúne a los hijos dispersos, recrea los vínculos, crea comunidad. Año tras año, compruebo cómo la fiesta de la Almudena va convocando a más madrileños, se va haciendo verdaderamente popular en esta metrópolis moderna que se parece poco a la ciudadela medieval. No llega todavía al fervor que suscita la Virgen del Pilar en Zaragoza o la Virgen de Guadalupe en México, pero se está recorriendo un buen camino.



viernes, 7 de noviembre de 2025

La aventura de la soledad


Desde el lunes pasado funciona ya la calefacción en los despachos de la editorial. Junto con el cambio al horario de invierno, es el signo inequívoco de que estamos en el corazón del otoño. Los días se acortan y el termómetro va descendiendo poco a poco. Hay personas a las que este declive meteorológico les afecta en su estado de ánimo. A medida que el sol decrece, también ellas menguan un poco. 

El declive se acentúa cuando se vive en una situación de soledad no deseada, que afecta sobre todo a las personas mayores. El otoño no significa para ellas un tiempo de quietud y recogimiento, sino la estación que marca su yermo emocional. Lo pienso a menudo cuando, llegada la noche, me siento en mi butaca y me pongo a leer. Imagino a los ancianos que no tienen a nadie con quien comentar el día que termina o compartir la cena. La soledad no deseada es una epidemia moderna que expresa bien la cultura individualista que hemos ido creando en las últimas décadas. Espero que más pronto que tarde caigamos en la cuenta de sus nefastas consecuencias y reaccionemos.


Frente a esa soledad no deseada, hay otra apetecida, buscada, añorada. Cuando la vida nos lanza a múltiples encuentros y actividades, necesitamos de vez en cuando detenernos y estar a solas con nosotros mismos. Necesitamos un tiempo para saber por qué hacemos las cosas, qué o quién nos mueve, cómo son nuestros afectos, hasta qué punto amamos o usamos a las personas, qué experiencias nos llegan al corazón. 

Esta soledad buscada pasa, entre otras cosas, por un voluntario ayuno digital. Estamos pegados al móvil. Lo compruebo cuando viajo en metro. Más del 90% de los viajeros están pendientes de la pantalla de su celular. Pasan su tiempo deslizando el dedo por ella y atiborrándose de estímulos efímeros. Pero lo veo también a las 7,45 de la mañana cuando camino por la calle Princesa y veo a oficinistas y estudiantes que casi se chocan conmigo por caminar con el teléfono en la mano. Me pregunto qué información urgente necesitan recibir a esa temprana hora. Concluyo que la adicción digital no tiene límites. En vez de disfrutar de un paseo en silencio, abiertos al frío de la mañana, prefieren prolongar la dependencia que los llevó a acostarse pegados al móvil.


Sin soledad buscada no hay interioridad. Y sin interioridad no hay espiritualidad. Una sociedad adicta al móvil es potencialmente atea porque busca en el exterior lo que tendría que rastrear en el interior. Los muchos matices que esta afirmación gruesa necesita no eliminan su verdad. Hoy proliferan los retiros de fin de semana y los ejercicios anuales. Me temo que muchos de ellos sucumben al horror vacui (miedo al vacío) y se embalan en una espiral de charlas, meditaciones, conversaciones, etc. Aunque también esto es útil, quizá los ingredientes más necesarios sean el silencio y la soledad. 

Estar “cabe sí” se ha convertido casi en un lujo que pocos pueden permitirse. Nos cuesta convivir con nuestras sombras. Nos incomoda no tener nada que hacer. Nos cansamos enseguida de estar solos. Necesitamos estímulos que mantengan el cortisol alto. Buscamos distracciones. No caemos en la cuenta de que quien se distrae se aleja del centro. Solo cuando experimentamos que la verdadera soledad es siempre fecunda, cambiamos de actitud. Solo cuando descubrimos que nunca estamos más en comunión con los demás que cuando conectamos con nuestro centro personal acallamos la ansiedad. Es toda una aventura. No todos queremos o podemos vivirla.

jueves, 6 de noviembre de 2025

No quiero perdérmelo


Ha pasado una semana desde la última entrada. Regresé de Londres, estuve con los nuevos profesores de colegios claretianos de España en Colmenar Viejo y tuve un taller de dos días con el gobierno general y los consejos provinciales de las Esclavas de la Inmaculada Niña en Madrid. No he tenido tiempo de asomarme al Rincón. Ha sido tan copiosa la lluvia de estímulos recibidos en estos días que no sé cómo recogerla para que no se pierda. Me brota un sentimiento de sorpresa y gratitud. 

En Londres compartí la jornada del sábado 1 de noviembre con más de 60 religiosos y religiosas de todo el Reino Unido que trabajan en el campo de la pastoral juvenil y vocacional. Mi conferencia -desarrollada por la mañana y por la tarde- se titulaba “Following Jesus Christ in a VUCA-BANI world” (Seguir a Jesucristo en el mundo VICA-FANI). A cada exposición siguió un fecundo diálogo en grupos en torno a siete mesas redondas. En la compartición posterior me llamaron la atención dos cosas: las repetidas alusiones a los “mental health issues” y al “spiritual revival”. Parece que cada vez es más frecuente encontrar a adolescentes y jóvenes con “problemas de salud mental” (ansiedad, depresión, intentos de suicidio, etc.) y a otros que experimentan un “despertar espiritual”. Quizá hay una profunda conexión entre ambas realidades. Cuando acaban asfixiados por “una sobredosis de superficialidad” solo caben dos opciones: abandonarse a un futuro sin aire (ansiedad) o abrirse al “aire” nuevo del Espíritu (espiritualidad).


Curiosamente, mi viaje al Reino Unido ha coincidido con una proliferación de publicaciones en las que se habla de que “lo católico está de moda”. Como se puede leer en El giro católico, publicado por Diego S. Garrocho en El País, “existen señales que advierten de que lo católico está de moda o, si se prefiere, de que hay una vuelta a coordenadas espirituales que parecían proscritas”. Algo parecido opinan la escritora española Lucía Etxebarría o el colombiano Edwin Botero. Como indicadores de este “giro católico” se habla de la nueva estética religiosa de Rosalía en la presentación de su álbum Lux, del éxito de la película Los domingos, de los muchos jóvenes que acuden a conciertos de música religiosa y disfrutan con el silencio de las adoraciones eucarísticas y, sobre todo, del aumento significativo de conversiones y bautismos en jóvenes de 18 a 30 años. 

Cuando comenté este “giro” con los nuevos profesores de los colegios claretianos, ellos reconocieron el fenómeno, pero me alertaron sobre los rasgos egocéntricos y narcisistas que encierra. Para ellos, observadores atentos del mundo juvenil, este “despertar espiritual” tiene mucho de hartazgo materialista, pero, sobre todo, de búsqueda de bienestar emocional en una sociedad que produce continuos “mental health issues”. En cualquier caso, es un giro que la izquierda no se explica y que demuestra que no hay forma humana (filosófica, política, cultural o económica) que pueda borrar del ser humano su ansia de trascendencia, su sed de Dios.


El tiempo irá cribando las cosas. Yo creo que es una oportunidad para acompañar de cerca estos fenómenos, para escuchar con más empatía y paciencia las búsquedas de los adolescentes y jóvenes, para hacerse cargo de sus fragilidades y expectativas, para preguntarse por qué están hartos y cansados. Y, sobre todo, para acercarlos a Jesús. Es mejor no andarse por las ramas. El único que puede entrar en el misterio personal de los jóvenes e iluminar su vacío es Jesús. Nosotros nos limitamos a repetir las palabras de María en las bodas de Caná: “Haced lo que él os diga”. 

¿No es apasionante comprobar que la “incertidumbre histórica” nos libera de todos los determinismos? Cuando muchos se empeñan en certificar la muerte de Dios, la generación Z, más libre de prejuicios que las anteriores, nos sorprende con búsquedas imprevisibles. Se necesita un espíritu nuevo para acompañar este desafiante momento. Yo no quiero perdérmelo.



jueves, 30 de octubre de 2025

Aprender del pasado


He llegado a Londres un poco antes de las 10 de la mañana. La hora prevista eran las 9,15, pero el avión sufrió una pequeña avería antes de despegar de Madrid, lo que obligó a la comandante a pedir la actuación del equipo técnico de mantenimiento. ¡Menos mal que todo se resolvió en pocos minutos! He venido a Londres invitado por el equipo National Religious Vocation Promoters para participar en la conferencia que se tendrá el próximo sábado. El tema que me han encargado se titula “Following Jesus Christ in a VUCA world”. Se trata de reflexionar sobre cómo podemos seguir hoy a Jesús en un mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo (VICA), y también frágil, ansioso, no lineal e incomprensible (FANI). 

El tema tiene muchas aristas. Yo he procurado ceñirme a los aspectos que considero vitales. Parece que la llamada generación Z, ahíta del consumismo materialista de las generaciones precedentes, muestra una especial sensibilidad al mundo de la espiritualidad, aunque no tanto hacia las religiones instituidas. Tengo curiosidad por escuchar otras voces que no sean las habituales. Reconozco que los británicos siempre me sacan un poco de mis casillas, pero por eso mismo me ayuda a ver las cosas desde nuevas perspectivas. Su empirismo y pragmatismo equilibra nuestro idealismo latino.


En Londres hace más frío que en Madrid. De todos modos, apenas he salido de casa. Aprovecho la jornada para rematar mi conferencia y rediseñar la presentación que me servirá de soporte visual. Tal vez mañana me anime a viajar al centro y callejear unas cuantas horas junto al Támesis. El otoño es una estación típicamente británica. Confieso que a mí me gusta esta suave melancolía que aquí se respira, aunque no es fácil pasar de la temperatura benigna de Canarias a esta fría humedad londinense. Por suerte, la moqueta y la calefacción de mi cuarto hacen que dentro de casa se esté como en la gloria. 

Volviendo al tema de nuestro encuentro, llevo años dando vueltas a nuestras dificutades para conectar con las nuevas generaciones y para compartir con ellas la alegría que a nosotros nos ha producido seguir a Jesucristo en la vida consagrada. Es verdad que los escándalos han dañado mucho la credibilidad de los religiosos, pero es más verdadero que Jesús tiene un magnetismo que no se puede comparar con ninguna otra realidad. No sueño con una vida consagrada masiva, pero sí con la posibilidad de que más jóvenes de la generación Zeta o de la generación Alfa escuchen la llamada de Jesús y la sigan. La historia muestra que, tras épocas de sequía o de desierto, suelen venir otras de fecundidad.


No me olvido de que ayer se cumplió un año desde la terrible DANA que tanto daño causó en la Comunidad Valenciana y otros lugares de Castilla-La Mancha y Andalucía. Vi ayer por internet unos minutos de la ceremonia conmemorativa que se tuvo en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. Sentí tristeza y desasosiego. Tristeza ante los rostros de los familiares afectados. No hay palabras para describir el dolor de la pérdida. Desasosiego por la asepsia de una ceremonia que me recordaba a los ritos laicos que a veces se celebran en los tanatorios y que hablan más de vacío que de presencia, de recuerdo más que de esperanza. 

Comprendo que una sociedad plural hay que respetar las creencias o increencias de cada uno, pero eso no disimula la vaciedad del nihilismo. El recuerdo estaba mezclado de rabia e indignación, de petición de responsabilidades y de acusaciones graves. No se puede dar marcha atrás en el reloj de la historia, pero podemos aprender lecciones para el presente y el futuro. ¡Ojalá sea así!

domingo, 26 de octubre de 2025

Adiós a la tierra de El Padrito


Dentro de unas horas regreso a Madrid después de una semana intensa en Las Palmas. Con este eslabón canario, completo la cadena de los principales lugares claretianos en el mundo. En Canarias confluyen África, América y Europa. Las islas son un crisol de civilizaciones. También son un crisol de espiritualidad claretiana. El Claret forjado en su Cataluña natal (Europa) se entrena en Canarias (geográficamente África) para evangelizar en Cuba (América). Por eso, los catorce meses canarios son tan determinantes en su itinerario personal y apostólico. Después de haber conocido los lugares más significativos de Las Palmas, la capital, y de Teror, ayer tuve la oportunidad de visitar Agüimes (el lugar donde a Claret comenzaron a llamarlo El Padrito), Arucas (con su famosa “catedral”) y el sur turístico (Playa del Inglés, Maspalomas, etc.) con sus cerca de 90.000 plazas hoteleras. 

Durante todo el día el cielo lució un “azul peninsular”, lo que hizo que el termómetro se alzase hasta cerca de los 30 grados. Durante estos días me ha acompañado el libro de Emilio Vicente Mateu “Claret. Vida y misión en las Islas Canarias”, un interesante texto que narra en forma autobiográfica el periplo canario del santo. Además de basarse en la Autobiografía y en algunas biografías generales, el libro bebe, sobre todo, de dos obras del padre Federico Gutiérrez Serrano: “San Antonio María Claret, apóstol de Canarias” (Madrid 1969) y “El Padrito” (Madrid 1972).


Hoy, algo desajustados con el cambio de hora, celebramos el XXX Domingo del Tiempo Ordinario. En el evangelio Jesús nos habla de dos figuras que nos resultan familiares: el fariseo arrogante y el publicano humillado. Podemos cambiarles de nombre y actualizar sus palabras, pero sus actitudes permanecen, traspasan los tiempos. Nos hablan de dos maneras de relacionarnos con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Del fariseo se dice que oraba “erguido”, con la cabeza bien alta, seguro de sí mismo. Con el lenguaje corporal destilaba seguridad y altanería. Por si hubiera dudas, el lenguaje verbal es explícito: “Te doy gracias porque no soy como los demás hombres”. ¿Cómo eran los “demás hombres”? El fariseo no se corta un pelo. Eran “ladrones, injustos y adúlteros”. Por contra, él exhibe un currículo que considera impecable: “Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. 

La actitud corporal del publicano es completamente distinta: “Quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho”. El lenguaje verbal también era muy explícito. No presumía de currículo, sino que imploraba una petición: “Oh, Dios, ten compasión de este pecador”. Por si hubiera alguna duda interpretativa, Jesús remata la historia con una sentencia clara: “Os digo que este [el publicano] bajó a su casa justificado, y aquel [el fariseo] no”.


El fariseísmo es una enfermedad muy actual. Reviste modalidades burdas y sutiles. Uno puede decir: “Te doy gracias, Señor, porque no soy como esos laicos ignorantes. Tengo estudios teológicos y rezo todos los días la Liturgia de las Horas”. O puede pensar cosas más rebuscadas como: “A estos africanos y asiáticos les queda mucho para ser cristianos pata negra”, “Comulgo en la boca y de rodillas mientras esas viejas se llevan la hostia a la boca con sus arrugadas manos”, “Soy un cristiano ilustrado que ha leído a Rahner, cita a De Lubac y no se pierde en efluvios emocionales como si fuera un predicador latinoamericano o carismático”. [Cada uno podemos escribir el guion de nuestras arrogancias farisaicas, que hay muchas]. 

Mientras perdemos el tiempo exhibiendo músculo cristiano (más aparente que real), abundan los “publicanos” que no encuentran nada de qué presumir. Intuyen que solo pueden seguir viviendo si se cobijan bajo la misericordia divina. Transforman los méritos que creen no tener en humildes peticiones y aceptan la gracia como lluvia de mayo. El resultado es claro. Los primeros se secan en su orgullo; los segundos florecen en su humildad. No hay nada más que añadir. Visto para sentencia.

viernes, 24 de octubre de 2025

Siempre es posible


Han pasado 155 años desde que, a eso de las 8,45 de la mañana, Antonio María Claret muriera en una celda del monasterio cisterciense de Fontfroide, en el sur de Francia, el 24 de octubre de 1870. Completó así un itinerario terreno de 62 años y diez meses, demasiado breve teniendo en cuenta las expectativas de vida actuales, pero más que cumplido en su tiempo. A lo largo de mi vida como claretiano he tenido la oportunidad de visitar casi todos los escenarios en los que Claret vivió. 

Durante esta semana he podido hacerlo en el único lugar significativo que me quedaba: las Islas Canarias. Claret estuvo, sobre todo, en la isla de Gran Canaria, pero llegó primero a Santa Cruz de Tenerife (11 de marzo de 1848) y partió para la península desde Lanzarote (2 de mayo de 1849). Tenía 40 años. Estaba en plenitud de fuerzas. Los diez años por tierras catalanas habían supuesto su consagración como misionero apostólico. En los catorce meses escasos que pasó en las Islas Canarias pudo poner en práctica todo lo que había ensayado en su etapa anterior y madurar la idea de formar un grupo de compañeros que compartieran establemente con él la tarea misionera.


Lo vivido por Claret en Canarias demuestra una vez más que, cuando hay fuego interior, todo es posible, aunque las circunstancias externas sean adversas. Hoy solemos repetir a menudo que en las sociedades secularizadas es difícil evangelizar, que la mayoría de las personas son reacias o indiferentes al anuncio del Evangelio, pero esto no tendría que ser excusa para quedarnos con los brazos cruzados o abandonarnos a una pastoral minimalista. Donde hay fuego, hay luz y calor. No está en nuestras manos cambiar el curso de la historia, pero podemos avivar el fuego que hemos recibido.

Claret no perdió el tiempo en quejarse de la situación que encontró en Canarias. Desde el primer momento se puso manos a la obra. Mientras muchos agotan el tiempo en analizar ad nauseam lo que está pasando, unos pocos se aprestan a iluminar la situación y a acompañar a las personas en sus itinerarios de búsqueda. Durante estos días he tenido la oportunidad de reunirme con los claretianos de las islas, con cristianos de la parroquia Corazón de María de Las Palmas y con profesores del Colegio Claret. En todos he percibido el deseo de no echar en saco roto la herencia recibida de nuestro intrépido fundador.


Hablando con el secretario general de los Seglares Claretianos, quien me acompañó ayer en un interesante recorrido claretiano por el centro histórico de la ciudad, convinimos en que uno de los secretos del fruto apostólico de Claret consistía en ser claro y enérgico en la denuncia de los males morales y materiales que afligían al pueblo e infinitamente misericordioso con las personas que los padecían. Claridad (en tiempos de confusión e incertidumbre) y compasión (en tiempos de indiferencia y egocentrismo) son dos rasgos que tendrían que caracterizar nuestro estilo de vida hoy. 

Si algo he aprendido durante estos días es que cuando un misionero ama a las personas produce siempre fruto. El amor nunca queda infecundo. Otras cosas (ideas brillantes, programas bien articulados, etc.) pueden ser vistosas, pero no transformadoras. Quien ama nunca se equivoca. Esta es una ley universal que puede aplicarse en todo tiempo y lugar. Los santos la han entendido, por eso nunca pasan de moda.

miércoles, 22 de octubre de 2025

Mensajes ocultos de Dios


Mientras en algunos lugares de la península el otoño enseña sus garras (frío y lluvia), aquí, en Las Palmas de Gran Canaria, disfrutamos de una temperatura agradable en torno a 24 grados. La oscilación térmica entre la máxima y la mínima es apenas de cuatro grados. 

Ayer comenzamos con los fieles de la parroquia Corazón de María el triduo preparatorio de la fiesta de san Antonio María Claret. Debo confesar que en pocas partes he visto -incluidos los lugares donde Claret residió más tiempo- un sentimiento tan genuinamente claretiano como aquí. A veces me da la impresión de que para muchos canarios no hubiera pasado el tiempo. Pareciera que hubieran participado en una misión predicada por Claret la semana pasada o hace un par de meses.

O, por lo menos, que hubieron oído contar a sus padres o abuelos alguna anécdota del paso del santo misionero por las islas, lo que resulta inverosímil porque Claret zarpó de Lanzarote el 2 de mayo de 1848 y ya no volvió más. ¡Han pasado 177 años desde entonces! Los testigos fueron, como mínimo, los tatarabuelos de los más ancianos. No sé cuál es la razón profunda de esta sincronía sentimental. Merecería la pena estudiar a fondo (algunos ya lo han hecho en parte) este enamoramiento mutuo entre Claret (es decir, El Padrito) y los canarios y los canarios y El Padrito. Se me ocurren algunas razones, pero no son más que hipótesis sin confirmar.


Cuando un pueblo vive una situación desesperada en la que se juntan el hambre, las epidemias, el analfabetismo, la postración moral, el abandono por parte de los gobernantes y la desesperanza... y de repente llega un hombre santo, pequeño de estatura, pero gigante de espíritu, que se dedica en cuerpo y alma a atenderlo (sin condenarlo), es normal que brote por parte de este mismo pueblo una respuesta de amor y confianza. 

Catorce meses parece un lapso muy corto, pero la intensidad debió de ser de tal calibre que solo así se explica su perduración en el tiempo. Aquí ha funcionado a las mil maravillas la tradición oral. Los testigos de primera hora contaron (y tal vez magnificaron) sus experiencias a sus descendientes, de manera que la cadena de transmisión ha llegado hasta hoy. Todo hace suponer que seguirá viva durante más tiempo porque muchos jóvenes siguen vibrando con la historia de El Padrito y se sienten claretianos de corazón.


Esta mañana he dispuesto de un poco de tiempo para caminar por el paso marítimo que bordea la playa de Las Canteras. He llegado hasta el auditorio Alfredo Kraus, un canario al que admiro desde hace mucho tiempo y a quien pude saludar en alguna ocasión en Colmenar Viejo. Ayer descubrí que había nacido en la hermosa Casa de Colón, muy cerca de la catedral. 

El mar estaba hoy ligeramente encrespado (bandera amarilla), pero había un buen número de bañistas y surfistas locales y foráneos. Recorriendo con calma canaria los más de tres kilómetros del paseo, he rememorado los tres años que viví junto al mar Cantábrico en la ciudad pesquera de Castro Urdiales, en Cantabria. Aunque soy de tierra adentro y me siento muy atraído por la montaña, la experiencia cántabra me ayudó a descubrir la fascinación del mar. Me puedo pasar horas sentado en una roca contemplando el horizonte o viendo las olas que se estrellan contra el acantilado o besan con suavidad la arena de la playa. ¿Se necesita algún otro libro más elocuente para leer los mensajes ocultos de Dios?

martes, 21 de octubre de 2025

La Virgen del Pino


Hay días anodinos y días memorables. Ayer fue uno de esos días que pertenecen a la segunda categoría. Animé una jornada de retiro con quince claretianos pertenecientes a las tres comunidades de Las Palmas de Gran Canaria y de Santa Cruz de Tenerife. Compartimos la oración, la reflexión, el silencio, la comida y el diálogo. Buscamos motivos para vivir con esperanza nuestra vocación misionera en un contexto muy desafiante. Esta es nuestra hora. No se trata de retrasar nuestro reloj o de adelantarlo precipitadamente. El reto está en vivir con intensidad el tiempo presente. 

También en este primer tercio del siglo XXI es posible seguir a Jesús y compartir el camino con todos aquellos que escuchan su voz. Era imposible celebrar nuestra jornada de retiro sin tener como trasfondo la experiencia de las cinco campañas misioneras que nuestro fundador desarrolló en Gran Canaria y Lanzarote entre marzo de 1848 y mayo de 1849. Claret dejó las Islas Afortunadas dos meses antes de fundar nuestra congregación en Vic el 16 de julio de 1849. La experiencia canaria fue el espaldarazo que necesitaba para dar forma a un proyecto que llevaba acariciando hacía años.


Por la tarde, acompañado por el superior de la comunidad, subí al hermoso pueblo de Teror donde se encuentra la basílica de Nuestra Señora del Pino. Caía la tarde. La temperatura era suave. Al fondo se veían unas nubes lánguidas. Entré en el recinto con profunda emoción. Decir Virgen del Pino es evocar la advocación mariana de mi pueblo natal. Mi madre y una de mis hermanas llevan también este nombre. Subí al camarín donde está la imagen que hace vibrar a los canarios. Oré ante ella. Recordé a mis seres queridos. Tomé alguna foto de recuerdo. 

Sentí que la casa de la Madre es acogedora en todas partes. Su nombre cambia (Pino, Pilar, Fuencisla, Guadalupe, Fátima…), pero su maternidad es siempre la misma. Ella conserva la Palabra en su corazón y nos invita a hacer lo que Él nos diga. Acaricia al niño recién nacido y permanece de pie junto a la cruz de su Hijo ajusticiado. Es Madre en todas las circunstancias de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte, desde la concepción hasta la resurrección.


A las siete celebramos allí mismo la Eucaristía con una treintena de personas: fieles del pueblo y algún peregrino como nosotros. En la homilía evoqué también el lazo que une a la patrona de Canarias y a la de Vinuesa. Ni siquiera los sacristanes de la basílica habían oído hablar de que en un pequeño pueblo de la montaña soriana hubiera “otra” Virgen del Pino. Les picó la curiosidad. Es probable que al llegar a su casa hicieran alguna búsqueda en internet. 

Caída la noche, bajamos de nuevo a Las Palmas por una carretera distinta a la del ascenso. Fueron tantas las emociones vividas en las dos horas que pasamos en Teror que me fui a la cama con el regusto de haber vivido un día memorable, uno de esos que figuran en rojo en el calendario personal. Fue hermoso que estuviera asociado a María bajo la advocación de Virgen del Pino, una de las miles de advocaciones que el pueblo cristiano ha dado a la Madre de Jesús y que enriquecen la geografía mariana de nuestra tierra.

lunes, 20 de octubre de 2025

Un corazón robado


La humedad de Canarias contrasta con la sequedad de Madrid. Estoy más acostumbrado a la segunda que a la primera. Pero se agradecen los 23 grados llevaderos en Las Palmas de Gran Canaria, una ciudad que se aproxima a los 400.000 habitantes. Comenzamos hoy la “semana claretiana”. El próximo viernes se celebrará la solemnidad de san Antonio María Claret que -junto con la Virgen del Pino- es compatrono de la diócesis canariense desde 1951, un año después de su canonización. A lo largo de los años he tenido la oportunidad de conocer los principales escenarios por los que discurrió la vida de Claret: Sallent (su pueblo natal), Barcelona, Vic, numerosos pueblos catalanes, Santiago de Cuba, Madrid, París, Roma y Fontfroide (el monasterio cisterciense francés en el que murió). 

Pero hasta ahora no había tenido la oportunidad de visitar Canarias, la tierra en la que pasó alrededor de catorce meses misionando. Todo estaba programado para la primavera de 2020, pero la pandemia lo impidió. El impacto de la presencia de Claret en Canarias fue tan grande que hasta hoy se mantiene la memoria de “El Padrito”, como lo llaman cariñosamente los canarios. Claret sintió que los isleños le habían robado el corazón. Hasta ese punto llegó esta “historia de amor” entre un catalán universal y un pueblo hambriento de la palabra de Dios.


Aunque esta semana está llena de encuentros formativos (incluido el triduo de preparación para la fiesta), espero que haya tiempo para visitar algunos de los lugares en los que el “El Padrito” se hizo presente. Con motivo de los 150 años de su paso por estas las islas, en 1999 se colocaron unos azulejos conmemorativos en los lugares más señalados. Es bueno que no se pierda la memoria, sobre todo cuando este recuerdo es un acicate para seguir manteniendo viva la “pasión por evangelizar en comunidad”, que así es como han titulado los claretianos el programa de esta semana. 

Es verdad que las circunstancias de hoy tienen muy poco que ver con las que se encontró Claret. Cuando llegó a las islas en marzo de 1848, la población era, sobre todo, rural, incluso la que vivía en Las Palmas. Apenas un 15% de las personas sabía leer y solo un 10% podía escribir. Mucha gente vivía en casas rudimentarias e incluso en cuevas. Las calles no estaban pavimentadas ni había agua corriente en los hogares. Las gentes se desplazaban a lomos de jumentos y, en el caso de Lanzarote, en camello.


En ese contexto de pobreza material y falta de evangelización, realizó Claret sus cinco campañas misioneras por la isla de Gran Canaria y, ya de regreso a la península, en Lanzarote (abril de 1849). Cuando llegó en marzo de 1848, antes de trasladarse a Gran Canaria, primero predicó en la iglesia de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife. Recorrió después varios pueblos de las islas como Telde, Agüimes, Ingenio, Tejeda, Arucas, Gáldar, Guía, Firgas, Moya, Teror, San Mateo, Santa Brígida, Santa Lucía, San Bartolomé de Tirajana, Teguise y Arrecife. 

Décadas después, el poeta canario Ignacio Quintana Marrero (1909-1983), nacido en Teror y primer pregonero de las Fiestas del Pino, recordaba así , con versos exaltados, esas andanzas misioneras: “Tienen todas las sendas grancanarias / el sello de los peregrinos / y hay en el polvo aún de los caminos / unciones de sus manos sermonarias… / Hoy con la lira de poeta acudo / ante tu exaltación, Claret divino, / andante caballero, peregrino, / Don Quijote de Dios, ¡yo te saludo!”.

domingo, 19 de octubre de 2025

Orar sin desfallecer


Acabo de aterrizar en el aeropuerto de Gran Canaria después de un vuelo tranquilo desde Madrid. He cambiado los 10 grados de la capital por los 18 de este complejo construido junto a la costa atlántica. No se nota agobio, aunque se ven bastantes turistas deambulando por los pasillos. Tengo tiempo para escribir la entrada de hoy mientras espero al claretiano que vendrá a recogerme. En el avión he leído y meditado las lecturas de este XXIX Domingo del Tiempo Ordinario. Lucas dice que Jesús cuenta la parábola del juez y la viuda para enseñar a sus discípulos que “es necesario orar siempre, sin desfallecer”

Es obvio que Jesús no quiere que sus discípulos seamos unos palabreros impenitentes. Esa oración ininterrumpida debe de referirse a otra cosa. San Agustín aclara que no se trata de contarle a Dios las necesidades que conoce mejor que nosotros mismos, sino de mantener siempre vivo nuestro deseo. Solo quien desea se abre a la acción misteriosa de Dios. Con el salmo 62 podemos decir: “Mi alma está sedienta de ti como tierra reseca, agostada, sin agua”.


La segunda lectura nos ofrece otra clave. Pablo, escribiendo a Timoteo, insiste en que las Sagradas Escrituras “pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús”. Por eso, es muy conveniente que nuestra oración se nutra de la Palabra de Dios transmitida en la Biblia porque “toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena”. 

No sé cuántas veces me he quejado en este Rincón de que los itinerarios catequéticos no nos preparan para un uso orante y crítico de la Biblia. Por eso, en vez de nutrirnos de ella, la dejamos de lado. Se nos cae de las manos. No tenemos el hábito de leerla y meditarla con asiduidad, buscando luz y orando con sus palabras, sobre todo con los salmos. Si lo tuviéramos, comprenderíamos cómo podemos orar sin desfallecer, cómo se activa el deseo de Dios en las vicisitudes de la vida.


Esta mañana el papa León XIV ha canonizado a siete nuevos santos, entre ellos a los dos primeros venezolanos en ser canonizados: el doctor José Gregorio Hernández y la madre Carmen Rendiles, fundadora de las Siervas de Jesús de Venezuela. Imagino que para un país tan dividido como Venezuela este acontecimiento ayudará algo a restañar heridas. Quienes más nos ayudan no son los políticos, sino los santos, porque no buscan sus intereses, sino solo hacer la voluntad de Dios. Conozco muy poco a estos santos venezolanos, pero la biografía del doctor Hernández me parece sugestiva. La gracia de Dios es capaz de cambiar la vida de cualquier persona que se abra con humildad.


También hoy se celebra la Jornada Mundial de las Misiones. En sintonía con el Jubileo, este año el lema es “Misioneros de esperanza entre los pueblos”. Parece que la palabra “esperanza” no se nos cae de los labios en un tiempo en el que abundan los motivos para desesperar. Quienes están en las fronteras de la evangelización, a veces en situaciones difíciles, suelen ser quienes con más autenticidad y fuerza viven la esperanza. Quienes estamos en las retaguardias confortables siempre vemos el futuro más oscuro. ¡Paradojas de la vida!