jueves, 15 de mayo de 2025

Un labrador en la ciudad

 

Ayer, cuando salía del colegio de las Concepcionistas de Princesa después de celebrar la misa matutina, vi a muchos niños que entraban a clase vestidos de “chulapos”. El colegio se convertía por un día en una prolongación de la pradera de san Isidro donde hoy se celebrará una misa de campaña. Como manda la tradición, también este año la fiesta viene empapada en agua. No deja de ser curioso que al patrono de una gran ciudad moderna como Madrid sea un agricultor medieval. No encuentro muchas similitudes entre aquel Mayrit musulmán y este Madrid cosmopolita. 

Entre el 15 de mayo de 2022 y el 15 de mayo de 2023 se celebró el Año Jubilar de san Isidro con motivo del cuarto centenario de su canonización. Entonces pude ver su cuerpo incorrupto expuesto en la colegiata que lleva su nombre. Como se sabe, fue canonizado por Gregorio XV el 12 de marzo de 1622, junto con san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Ávila, san Francisco Javier y san Felipe Neri. Parece que por Roma corría este chascarrillo malicioso: “Han canonizado a cuatro españoles y un santo”. Se non è vero, è ben trovato.


Este año quiero ir a la pradera de san Isidro para sentirme un madrileño más junto a cientos de chulapos y chulapas y miles de esos madrileños que hemos nacido en otros lugares de España y del mundo, pero que nos sentimos muy a gusto en esta ciudad, “donde se cruzan los caminos / donde el mar no se puede concebir / donde regresa siempre el fugitivo / pongamos que hablo de Madrid”. Cuanto más grande es una ciudad, más necesita algunos puntos de referencia que creen identidad y que escapen al control político. 

San Isidro, tan alejado en el tiempo, nos ayuda a poner el acento en algunos valores que, por haber atravesado los siglos, no están sujetos al deterioro de lo efímero. Como nos recordaba el año pasado el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, san Isidro fue un santo que aprendió a ser discípulo de Cristo en la vida cotidiana. Supo relacionarse con la creación desde su condición de agricultor. Él veía la tierra, los pájaros, y la lluvia como miembros de una única familia. Fue un santo ecológico antes de que esta palabra se convirtiera en moda para los urbanitas que reducimos nuestro contacto con la naturaleza a paseos ocasionales.


De Isidro recordamos su condición de trabajador del campo, pero también de esposo de santa María de la Cabeza, de padre de san Illán, de vecino de musulmanes y de miembro de la pequeña comunidad cristiana del viejo Madrid. Donde no llega la historia, la tradición se encarga de rellenar los vacíos. No deja de ser sorprendente que un santo como él sea tan popular no solo en la villa de Madrid, sino en muchos pueblos de España, Hispanoamérica y Filipinas que lo tienen por patrono. 

El agricultor de alta estatura y rasgos afrodescendientes murió, según estudios forenses, entre los 35 y los 45 años. Su cuerpo se conserva incorrupto en una urna de la colegiata, pero su espíritu se ha hecho universal. Como reza uno de los himnos litúrgicos de su fiesta, “¿qué labrador ha sabido / fructificar sufrimientos? / ¿Quién en la tierra ha escondido / tanto cielo, que a sedientos / campos haya humedecido?

Feliz fiesta de san Isidro a todos los habitantes de Madrid.




miércoles, 14 de mayo de 2025

Con flores a porfía


Ayer terminamos la oración matutina de mi comunidad cantando un viejo canto que hacía tiempo que no sacábamos de nuestra bodega interior. Inevitablemente me llevó a mis años de infancia cuando, llegado el mes de mayo, teníamos todos los días un momento de oración mariana que siempre comenzaba así: “Venid y vamos todos / con flores a porfía /, con flores a María / que madre nuestra es”. 

Casi todos tropezábamos en la famosa palabra -porfía- porque no sabíamos lo que significaba. Imagino que más de uno la sustituiría por Porfiria u otros términos semejantes. La locución adverbial “a porfía” significa “con emulación y competencia”. O sea, que lo que quería decir la vieja expresión era que todos rivalizábamos para ver quién llevaba más flores a María, no a una desconocida señora llamada Porfiria o a otros innombrables destinatarios.


Tengo la impresión de que el mes de mayo ha perdido la aureola de mes mariano por excelencia. Es verdad que en algunos colegios católicos y parroquias se siguen organizando rosarios de la aurora y actos semejantes, pero no con la frecuencia e intensidad de antaño. Pasa el tiempo. Cambian los modos. Lo que importa es no perder de vista el significado de María en la comunidad de los discípulos de ayer y de hoy. 

La Iglesia no es la comunidad de Jesús si no tiene en cuenta el “principio mariano”. ¿Cómo expresamos hoy nuestra relación personal con la madre de Jesús? ¿Cuáles son las nuevas expresiones de devoción mariana? Muchas personas siguen recitando a menudo el rosario. Esa oración repetitiva les parece el mejor modo de sumergirse en los misterios de Jesús acompañados por su madre. La repetición -lejos de resultarles cansina y aburrida- les ayuda a pacificar el espíritu. Es como cuando los enamorados repiten el “te quiero” sin prestar atención a las palabras, dejándose llevar por la fuerza de los sentimientos.


Hemos comenzado el mes de mayo con grandes novedades en la vida de la Iglesia. El papa León XIV empezó su pontificado saludándonos con la paz de Cristo resucitado. Esto es precisamente lo que más necesitamos en el actual contexto mundial de confrontación, rearme e incertidumbre: paz. La memoria de la Virgen de Fátima, que celebramos ayer, también está vinculada a la paz en el mundo. 

Dirigiéndose hoy mismo a los participantes en el Jubileo de las Iglesias Orientales, el papa León XIV les ha dicho: “¿Quién más que vosotros puede cantar palabras de esperanza en el abismo de la violencia? ¿Quién más que vosotros, que conocéis tan bien los horrores de la guerra, que el papa Francisco ha llamado «martiriales» a vuestras Iglesias? Es verdad: de Tierra Santa a Ucrania, del Líbano a Siria, de Oriente Medio a Tigray y al Cáucaso, ¡cuánta violencia! Y sobre todo este horror, sobre las masacres de tantas vidas jóvenes, que deberían provocar indignación, porque, en nombre de la conquista militar, son personas las que mueren, destaca un llamamiento: no tanto el del Papa, sino el de Cristo, que repite: «¡La paz esté con vosotros!» (Jn 20,19.21.26). Y precisa: «Os dejo la paz, os doy mi paz. No como la da el mundo, yo os la doy» (Jn 14,27). La paz de Cristo no es el silencio sepulcral después de un conflicto, no es el resultado de una superación, sino que es un don que mira a las personas y reactiva su vida. Recemos por esta paz, que es reconciliación, perdón, valor para pasar página y volver a empezar”.


Quienes seguimos llevando flores a María “a porfía” le pedimos de manera especial en este tiempo convulso el don de la paz. Hacemos también nuestras las palabras de León XIV: “Los pueblos quieren la paz y yo, con el corazón en la mano, digo a los dirigentes de los pueblos: ¡reunámonos, dialoguemos, negociemos! La guerra nunca es inevitable, las armas pueden y deben callar, porque no resuelven los problemas, sino que los aumentan; porque pasará a la historia quien siembra paz, no quien cosecha víctimas; porque los otros no son ante todo enemigos, sino seres humanos: no villanos a los que odiar, sino personas con las que hablar. Rechazamos las visiones maniqueas típicas de las narrativas violentas, que dividen el mundo en buenos y malos”. Más claro, agua. 

domingo, 11 de mayo de 2025

De pastores y ovejas


Hace una semana sorprendíamos a Jesús preguntándole a Pedro si lo quería. Hoy, IV Domingo de Pascua, tenemos en la Iglesia un nuevo sucesor de Pedro que sigue respondiendo como él: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Esta respuesta resuena con especial fuerza en el domingo del Buen Pastor. León XIV es el nuevo pastor de la Iglesia universal que -como Jesús- está dispuesto a dar la vida por las ovejas. 

Parece increíble que en tan pocos días hayan sucedido tantas cosas y que la vida de la comunidad eclesial siga adelante con una esperanza renovada. Los medios de comunicación están escudriñando los gestos y palabras del nuevo Papa. El punto de comparación es Francisco. Parece inevitable, pero León XIV tiene todo el derecho del mundo a ser pastor mirando a Jesús y recreando con libertad, con estilo propio, su modo de servir y guiar a la Iglesia. No está obligado a ser fotocopia de nadie, ni siquiera de su admirado y querido predecesor.


Hoy terminamos nuestro retiro. Tras la granizada de ayer, ha amanecido un día soleado, un hermoso domingo de mayo. Después de una jornada intensa, anoche terminamos viendo y escuchando el testimonio de un hombre de la calle que ha encontrado en Dios fuerza para descubrir el propósito de su vida. Oramos también con las canciones de Juan y Ali, dos de los componentes de Brotes de Olivo. Nos fuimos a la cama cantando desde el corazón: “Hoy, Señor, te daré las gracias por mi vivir / por la tierra y los amigos, / porque siempre fui feliz”. 

El regreso a casa es siempre un desafío. Como los discípulos de Emaús, estamos invitados a escuchar lo que la comunidad tiene que decirnos antes de que nosotros compartamos nuestra experiencia por el camino. No hay encuentro con Jesús que no nos devuelva a la comunidad de la que a veces nos alejamos. Jesús no busca seguidores en solitario, sino en familia. Una de las grandes tentaciones de nuestra espiritualidad contemporánea es fabricarnos un evangelio a nuestra medida, tomando y dejando elementos según nuestro gusto personal. La fe no es tanto una opción cuanto una entrega a un amor más grande que nos atrapa. Es una experiencia personal, pero nunca privada.


Desde la muerte del papa Francisco el pasado 21 de abril hasta la misa de inauguración del pontificado de León XIV el próximo domingo 18, los medios de comunicación de todo el mundo han estado y seguirán hablando de la Iglesia. ¿En qué medida esta sobreexposición mediática habrá ayudado a algunas personas a acercarse a Jesús? ¿Habrá suscitado curiosidad o inquietud por saber qué hay detrás de una comunidad bimilenaria? ¿O todo se habrá reducido a un gran circo mediático que, pasado un tiempo, desmonta la carpa en espera de otro evento que justifique un despliegue descomunal? ¿Buscamos razones o necesitamos espectáculo? 

No me cabe duda de que la liturgia católica puede resultar un atractivo espectáculo que la televisión amplifica, pero no se trata de una representación teatral, de una medida performance, sino de la actualización de un acontecimiento: la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús. Él es el principio, el medio y el final. Él es mismo ayer, hoy y siempre. Desde el comienzo de su pontificado, me parece haber percibido en León XIV esta centralidad de Jesucristo.


sábado, 10 de mayo de 2025

Solo Tú tienes palabras de vida eterna


Comenzamos ayer por la tarde nuestro retiro de Pascua. Somos un “grupo apostólico” (es decir, doce más uno). Varios de los que estaban inscritos no pudieron acudir por distintas razones. Desde el primer momento nos sentimos como viejos amigos que se vuelven a encontrar. Alguno de los lectores habituales de este Rincón me preguntó si íbamos a transmitir algo en línea. Dado que se trata de una experiencia (y no tanto de un taller) personal y comunitaria, no es fácil vivirla en la red. 

Se requiere la intimidad y discreción de un cenáculo, pero ya habrá formas de compartir la experiencia en las próximas semanas. Esta mañana hemos comenzado la jornada con la oración, el desayuno y una meditación introductoria. Queremos combinar tiempos de reflexión conjunta con otros de silencio, oración personal, diálogo en grupos y celebraciones comunitarias. Como es natural, no nos abstraemos del momento que está viviendo la Iglesia con la reciente elección de León XIV. Su persona y sus primeros mensajes están muy presentes en el retiro.


El día ha amanecido nublado y un poco más frío que ayer, pero se está bien dentro de la casa y es posible pasear por el jardín. Lo que estamos haciendo es un privilegio. Pienso en las muchas personas que no pueden permitirse el lujo de desconectar para conectarse, que no pueden compartir su aventura personal con otras personas, que no disponen de medios económicos para costearse un fin de semana fuera de casa. Por eso, me brota un sentimiento espontáneo de gratitud y de empatía. 

El itinerario que podamos hacer “de quemados a encendidos” es, en el fondo, una preparación para estar más cerca de la gente que necesita compañía, para caminar con otros, para escuchar con mas atención, para estar más disponibles. De lo contrario, un retiro se puede convertir en un pasatiempo y, peor aún, en un ejercicio de ombliguismo individual y colectivo.


En su primera homilía como Papa, León XIV nos recordaba que “no faltan tampoco los contextos en los que Jesús, aunque apreciado como hombre, es reducido solamente a una especie de líder carismático o a un superhombre, y esto no sólo entre los no creyentes, sino incluso entre muchos bautizados, que de ese modo terminan viviendo, en este ámbito, un ateísmo de hecho”. ¿Seremos también nosotros “ateos de hecho”? ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Cómo está transformando nuestra vida? 

Estas preguntas nos acompañan desde el primer momento del retiro. El mismo Papa nos lanzó enseguida a la misión: “Este es el mundo que nos ha sido confiado, y en el que, como enseñó muchas veces el Papa Francisco, estamos llamados a dar testimonio de la fe gozosa en Jesús Salvador. Por esto, también para nosotros, es esencial repetir: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16)”. Eso es lo que quisiéramos hacer nosotros, no solo con los labios, sino con nuestra vida entera, de forma que -como nos señala el evangelio de hoy- a la pregunta de Jesús –“¿También vosotros queréis marcharos?- respondamos como Simón Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? ¡Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios!”.

A todos los lectores de este Rincón os pedimos que nos acompañéis con vuestra oración para que este retiro de Pascua sea luminoso y fructífero.

viernes, 9 de mayo de 2025

Muchas gracias, León XIV


Sería muy fácil titular la entrada de hoy “De Chicago (Estados Unidos) a Chiclayo (Perú)” u “Otro religioso en la silla de Pedro” o incluso “De san Ignacio a san Agustín”, pero al final me he inclinado por un título más personal. Robert Francis Prevost fue superior general de la Orden de San Agustín de 2001 a 2013. Yo viví en Roma de 2003 a 2021. El sucesor de Prevost es un amigo mío, el burgalés Alejandro del Moral. En una de mis visitas a la curia general de los Agustinos para charlar con él, compartimos mesa y conversación con el flamante León XIV. Me sorprendieron varias cosas de él: su tímida sonrisa, su sencillez, sus juicios moderados y su español sin acento gringo (lo que suele ser muy raro en hablantes que tienen el inglés americano como lengua materna).

No recuerdo haber tenido más encuentros con él. Ni por asomo podría haber imaginado entonces (creo que fue en 2014) que aquel estadounidense menudo con orígenes franceses, italianos y españoles iba a ser Papa en un futuro no muy lejano. Sin embargo, ayer mismo dediqué parte de la mañana a buscar información sobre él porque tenía la intuición de que podía ser un candidato de consenso entre quienes buscaban un pastor semejante a Francisco, pero con un estilo diferente.


De 4,30 a 6 de la tarde estuve participando en una reunión. Cuando hicimos la pausa, fui corriendo a mi cuarto, abrí el ordenador y vi -¡feliz coincidencia!- que estaba saliendo humo blanco de la famosa chimenea. Rápidamente nos dimos cita 
varios compañeros en la sala de televisión de mi comunidad. Por la experiencia de cónclaves anteriores, sabíamos que normalmente pasa alrededor de una hora entre la fumata blanca y la presentación del nuevo Papa en el balcón de la basílica. Así sucedió también esta vez. 

Hacia las 19,12 hizo aparición el cardenal Dominique Mamberti que con voz clara anunció el nombre del nuevo Papa. Cuando empezó diciendo: Dominum, Dominum Robertum Franciscum (en acusativo) … supe enseguida que el elegido era el cardenal Prevost. Algunos de mis compañeros pensaron que podía haber sido el cardenal guineano Robert Sarah. Como los miles de congregados en la plaza de san Pedro, también yo me puse a aplaudir. Cuando la cámara enfocó el rostro del nuevo Papa, vi que estaba muy emocionado, haciendo un gran esfuerzo por contener las lágrimas. Todo lo demás (lo que dijo, su parlamento en italiano y español, etc.) es de sobra conocido.


Tendremos tiempo de conocer mejor al nuevo Papa. Más allá de su currículo tan rico desde el punto de vista intelectual, misionero, pastoral, curial, etc., lo que me sorprende y me emociona es cómo una comunidad universal como la Iglesia católica puede vivir en pocos días con emoción la despedida de un pastor querido (Francisco) y la elección de uno nuevo (León XIV) sin que se produzcan sobresaltos o divisiones. 

Más allá de los gustos y opiniones personales, hemos vivido una hermoso y plural proceso de discernimiento que no encuentra parangón en otras instituciones. Ya sé que el cónclave puede ser tildado de selectivo, patriarcal y otras lindezas, y que seguramente en el futuro adquirirá nuevas modalidades más inclusivas, pero no deja de ser admirable la combinación de fidelidad a la Tradición y de apertura a las necesidades de presente. 

Una vez más, la mayor parte de los vaticanólogos tuvieron que reconocer que sus previsiones no eran acertadas. Esto también es admirable porque demuestra la imprevisibilidad de un discernimiento cuando es auténtico y no se deja llevar por presiones o conjeturas.



jueves, 8 de mayo de 2025

Pendientes de una chimenea


Tendría que haber escrito algo sobre el 75 aniversario de la canonización de san Antonio María Claret que celebramos ayer, pero la actualidad manda. Millones de personas estamos pendientes de la elección del nuevo Papa. Ayer, a las 17,43, el italiano Diego Ravelli, maestro de las celebraciones litúrgicas pontificas, pronunció el famoso Extra omnes. A partir de ese momento, todos estuvimos pendientes de una chimenea, de un pequeño adminículo de metal que los italianos llaman comignolo. ¿No es fascinante que en la era de los sofisticados medios digitales se anuncie la elección de un nuevo Papa a través de señales de humo como si estuviéramos en medio de una tribu de indígenas americanos del siglo XIX? Y si encima el cogminolo es visitado por algunos gabbiani (gaviotas) ocasionales, el espectáculo es de otros tiempos.

En la plaza de san Pedro hay grandes pantallas sobre las que se podría proyectar un vídeo de Matteo Bruni, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede o de cualquier otra autoridad vaticana. Se podría dar a conocer la noticia a través de la web oficial del Vaticano y de sus redes sociales. Sin embargo, los canales de comunicación son de otro tiempo y de otro tipo: uno óptico (la famosa fumata blanca desde el tejado de la Sixtina) y otro acústico (el repique de las campanas de san Pedro). Es como para quitarse el sombrero.


A muchos periodistas poco familiarizados con los asuntos de la Iglesia les extraña -y a veces les desconcierta- la combinación de tradición y modernidad, el análisis agudo de lo que sucede hoy (llevado a cabo durante las congregaciones generales de los días previos) y una ritualidad de siglos que rodea la celebración del cónclave, las cabezas bien amuebladas de muchos cardenales y sus ropajes anacrónicos… Todo es opinable, pero creo que si la Iglesia perdiera esa capacidad de desconcertar y se alineara sin más con lo que cada generación espera de ella, perdería su significado profético. Es verdad que la Iglesia debe acercarse al mundo (porque es para el mundo), pero también es verdad que el mundo debe convertirse al Evangelio (porque no todo lo que existe en el mundo es de verdad humano). Este “doble movimiento” está en la esencia de la evangelización. 

Jesús se hace uno de tantos (encarnación) y al mismo tiempo nos abre a un nuevo horizonte y nos pide un cambio de mentalidad (conversión). Por eso, más que hablar de conservadores y progresistas -categorías tan manejadas por políticos y comunicadores- habría que hablar de “encarnados” y “convertidos”. Todo cristiano es, por esencia, tradicional (porque se debe a una Tradición enraizada en Jesús y el Evangelio) y creativo (porque se deja llevar por el Espíritu hacia la verdad plena). Todo cristiano tiene fijos sus ojos en Jesús que es “alfa” (principio) y “omega” (final). Para vivir con intensidad, todo cristiano mira al pasado (con gratitud) y se abre al futuro (con esperanza).


Cuando escribo la entrada de hoy, todavía no sabemos quién será el nuevo Papa. La primera fumata fue negra. Se retrasó hasta pasadas las 9 de la noche de ayer. Seguimos “pendientes de una chimenea”, pero, en realidad, seguimos pendiente de lo que el Espíritu Santo inspire a nuestros hermanos cardenales. La elección del Papa se podría hacer de otra manera (y seguramente se hará en el futuro a través de cauces más sinodales), pero somos hijos de esta época. El principio de la encarnación pasa por la aceptación de las posibilidades y límites del espacio y del tiempo. Fuera de este marco, hacemos de la fe una ideología o una gnosis; es decir, lo más alejado del evangelio encarnado. 

Disfruto oyendo los comentarios de los periodistas y sus invitados. Por superficiales que a veces me parezcan, es bueno oír todas las voces, no solo las de los llamados “expertos”. Lo que a uno le parece obvio a otro puede desconcertarle. Al final, unos y otros, expertos y aficionados, creyentes y buscadores, estamos en estas horas “pendientes de una chimenea”, aunque sepamos que quien inspira todo es el Espíritu Santo. Ver para contarlo.


miércoles, 7 de mayo de 2025

El soliloquio de las lágrimas


Uno a uno, los 133 cardenales, siguiendo el protocolo previsto, han depositado su papeleta en la urna mientras pronunciaban las palabras de rigor: “Pongo por testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, de que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe ser elegido”. Cuando ese “elegido” ha superado los dos tercios de los votos, son convocados a la Capilla Sixtina el secretario del colegio de los cardenales y el maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias. 

Entonces el primero de los cardenales por orden y antigüedad le pregunta al elegido: “¿Aceptas tu elección canónica para Sumo Pontífice?”. Él ha respondido sí. Su voz era firme y humilde a un tiempo. Tras su aceptación, el decano le pregunta: “¿Cómo quieres ser llamado?”. Se hace silencio. El nombre elegido sorprende a la mayoría. Pronto empiezan a conjeturar lo que esconde. El maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias llama a dos ceremonieros y los tres levantan acta de la aceptación del nuevo Pontífice y del nombre que ha escogido.


Antes de que los cardenales se acerquen uno a uno para mostrar un gesto de respeto y obediencia al nuevo Pontífice y de que juntos entonen el Te Deum de acción de gracias, el nuevo Papa se retira a la “salita de las lágrimas” contigua a la Capilla Sixtina. En ella hay tres sotanas blancas y tres solideos de tallas distintas, varios pares de zapatos rojos, algunos roquetes, una muceta roja y una estola también roja, profusamente bordada. 

No hay mucho tiempo disponible, ni siquiera para derramar algunas lágrimas que justifiquen el nombre de este pequeño recinto. Al nuevo Papa se le cruzan las emociones y los pensamientos como ráfagas de fuego. No puede hablar con nadie. Se desahoga con Cristo mientras el sastre le ayuda a vestirse y le ajusta bien la sotana blanca.


Señor, ¿por qué te has fijado en mí? ¿Por qué me complicas la vida de esta manera cuando yo tenía ya mis planes hechos? Me cuesta creer que también a mí me diriges las palabras que dirigiste a tu primer apóstol: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del infierno no prevalecerá contra ella” (Mt. 16, 18). No es lo mismo edificar una Iglesia con cuatro gatos que con miles de millones. ¿Cómo empiezo? ¿Me calzo los zapatos rojos que me ofrecen o me quedo con los míos, como hizo Francisco? Bueno, de momento los zapatos no salen en televisión. 

¿Qué hago con la muceta? Es lo primero en lo que se van a fijar nada más que salga al balcón de san Pedro. Si me la pongo, muchos pensarán que soy un papa que regreso al pasado y que me gustan las antiguallas. Si prescindo de ella, a otros les parecerá que he sucumbido al “efecto Francisco”. Ayúdame a hacer lo que quieres Tú. No dejes que me derroten las opiniones ajenas y menos las de los medios de comunicación social. Ya sé que van a analizar con lupa hasta el último gesto que haga (o no haga) y todas las palabras que pronuncie (o no pronuncie). Ayúdame a hacer lo que quieres Tú.

¿Qué quieres que diga en el balcón? ¿Debo empezar diciendo Buona sera (para parecer informal y campechano) o es mejor que diga Lodato sia Gesù Cristo (para que Tú seas lo primero)? Voy a tener que tomar decisiones desde este momento. No me has preparado para ello. Solo te pido que protejas a tu Iglesia de este Papa frágil, vanidoso, inseguro y asustadizo. No quiero que todos hablen de mí, sino de Ti. No permitas que atraiga la atención sobre este hijo tuyo, “demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes”. Hazme tu testigo. Si has pensado en mí es para que yo viva para Ti, hable de Ti, acerque a los hombres a Ti. Si fuiste misericordioso con Pedro, estoy seguro de que lo serás conmigo. Perdonarás mis cobardías y traiciones. No te pido que me hagas perfecto. Te pido solo que me ayudes a amarte hasta el final. Sí, Señor, Tú sabes que te quiero.


Unas lágrimas de niño emocionado corren por las mejillas del nuevo Papa mientras se ajusta la estola roja. El “soliloquio de las lágrimas” le ha liberado de un peso excesivo para sus débiles hombros. Se dirige al balcón de la logia con paso decidido. Los ceremonieros se sorprenden de esa ligereza. Cae la noche sobre Roma.

martes, 6 de mayo de 2025

Más allá de la noria


Llueve, sale el sol, vuelve a llover, baja la temperatura, sube ligeramente… En estos primeros días del mes de mayo el tiempo parece una noria que no para de dar vueltas. Algo parecido está sucediendo con las noticias que llegan de Roma. Según los periódicos que uno lea, los papables son unos u otros. Hay nombres comunes, pero se suele poner más el acento en lo que los periodistas desean que suceda que en lo que de hecho puede suceder, cosa que, por otra parte, nadie sabe. No hay encuestas que puedan deshacer esta incertidumbre. 

Y esto es precisamente lo que atrae a muchas personas que ni siquiera pertenecen a la Iglesia: el caos que precede al orden, la imposibilidad de reducir todo a cálculos humanos. En tiempos en los que aspiramos a programar y controlar todo, nos sentimos seducidos por lo incontrolable. Los creyentes hablamos de la misteriosa acción del Espíritu Santo en la conciencia de los electores. Los no creyentes hablan del azar y la necesidad.


Mañana comienza el cónclave. La Capilla Sixtina se puede cerrar “con llave” (que eso es lo que significa cónclave), pero el Espíritu Santo es un insumiso. No hay llave que pueda encerrarlo. No me gustaría estar en la piel de los 133 electores. Y mucho menos en la de quien resulte elegido tras varios -¿cuántos?- escrutinios. Hay algo de sobrehumano en este procedimiento. La escenografía renacentista refuerza y embellece la solemnidad de un acto que ya de por sí resulta tremendo y fascinante. 

He leído que hay casi 7.000 periodistas acreditados para cubrir la información de los acontecimientos de los próximos días. Imagino que las redacciones de los medios de comunicación estarán preparando las biografías de los más papables de los papables para lanzar la del elegido en cuanto asome el humo blanco por la pequeña chimenea. 

A diferencia de lo que sucedió en marzo de 2013, esta vez no podré estar en la plaza de san Pedro para ser testigo de uno de esos momentos que se quedan guardados en la memoria. Procuraré seguirlo por televisión o por internet. Preveo que tendremos que incluirlo en el programa del retiro que comenzaremos el viernes 9 por la tarde con un grupo de amigos de este Rincón.


Tomando un poco de distancia del ruido mediático, me pregunto de qué manera afecta la elección de un Papa a nuestra vida cotidiana. No creo que ninguno de nosotros vaya a cambiar sus hábitos de vida una vez que conozcamos quién es el 267 sucesor de san Pedro. Seguiremos pensando, sintiendo y actuando como venimos haciéndolo hasta ahora. Y, sin embargo, aunque apenas nos demos cuenta, el estilo de vida y el magisterio de cada Papa nos influyen más de lo que a primera vista pudiera parecer. 

A veces nos llegan de forma directa; la mayoría, a través de la liturgia, de las prácticas diocesanas y parroquiales, de los libros que leemos, del lenguaje que se privilegia y, en general, de la atmósfera eclesial que se crea en cada pontificado. Los papas no ejercen solo su liderazgo a base de documentos y nombramientos -como se decía tradicionalmente-, sino también mediante una nueva gestualidad que, en tiempos digitales, llega hasta los más recónditos lugares del mundo. Quizás por eso tenemos tanta curiosidad por saber quién será esa persona que nos va a pastorear en los próximos años. Mientras tanto, oremos “más allá de la noria”.


lunes, 5 de mayo de 2025

Intra omnes


En las últimas semanas casi todos hemos obtenido un B1 en Vaticanología. Los medios nos han inundado con explicaciones de todo tipo sobre lo que estaba sucediendo en el Vaticano. Ahora ya sabemos qué significa sede vacante, qué son los novendiales (nueve días de luto y oración por la muerte del Papa) y cómo se organiza un cónclave. Sabemos también que el próximo miércoles 7 de mayo por la tarde, una vez que todos los cardenales hayan entrado en la Capilla Sixtina, el maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias, antes de cerrar las puertas, pronunciará el famoso “extra omnes” (todos fuera). Tendremos oportunidad de refrescar nuestros conocimientos del latín. 

A partir de ese cierre físico y simbólico, no sabremos lo que sucederá dentro de uno de los espacios más sugestivos y sobrecogedores del mundo. Bajo la atenta mirada de los personajes que aparecen en el Juicio Final de Miguel Ángel y, en definitiva, de Dios mismo, los cardenales electores, tras un discernimiento ponderado, elegirán al nuevo sucesor de Pedro. Solo las famosas “fumatas” nos irán diciendo si el candidato ha alcanzado los dos tercios requeridos o no. Ese “semáforo vaticano” no juega con luces verdes, amarillas y rojas, sino con humo negro (en el caso de no alcanzar la mayoría) o blanco (en el caso de lograrla). ¿Cuándo será ese momento? Quizás a lo largo del viernes 9, pero no hay nadie que pueda saberlo con certeza.


Un grupo de católicos italianos (26 en concreto) han difundido un escrito que juega con el famoso extra omnes. Ellos han sustituido la palabra “extra” (fuera) por el término “intra” (dentro). Su carta colectiva a 26 voces se titula Intra omnes (todos dentro). Aunque canónicamente a la Capilla Sixtina solo puedan entrar los cardenales electores y algunos ayudantes bajo juramento de secreto, simbólicamente todos los cristianos podemos/debemos entrar, aunque solo sea por la aplicación del clásico principio: Quod omnes tangit, ab omnibus tractari et adprobari debet (Lo que afecta a todos debe ser tratado y aprobado por todos).

Estoy convencido de que en el futuro la Iglesia irá arbitrando modos más participativos de elegir al Papa. Por el momento, esta responsabilidad recae sobre los cardenales menores de 80 años. Este colegio formado en la actualidad por 135 varones (aunque solo 133 entrarán en el cónclave), provenientes de muchos países, nos representa simbólicamente a todos, aun cuando no se pueda hablar de “representantes” en sentido canónico. El “intra omnes” significa que todos los católicos asumimos la tarea de suplicar al Espíritu Santo el don del discernimiento para nuestros hermanos cardenales, de compartir nuestros puntos de vista sobre lo que nos parece más necesario en este momento de la Iglesia y de aceptar con responsable obediencia el resultado final del discernimiento. No se trata de suspirar por que sea elegido un Papa de mi cuerda, según mis gustos, sino de asegurar que se siga un proceso electivo honrado, espiritual y limpio.


En los últimos siglos la Iglesia ha procurado defenderse de las injerencias de los poderes políticos, económicos y mediáticos para asegurar su libertad (de ahí el “extra omnes”). En las próximas décadas es deseable que imagine nuevos modos de elección para favorecer de alguna manera la participación de todos los miembros de la Iglesia (de ahí el “intra omnes”).

Mientras llega ese momento en el que varones y mujeres, clérigos y laicos, puedan compartir esa responsabilidad, podemos entrar espiritualmente en la Capilla Sixtina para acompañar con nuestra oración y nuestros criterios a nuestros hermanos cardenales. Estaremos también atentos a otra expresión latina que resonará desde el balcón de la basílica vaticana, quizás el viernes 9: “Habemus papam”. Con un poco de suerte, terminaremos este mes de mayo con un C1 en Vaticanología.


domingo, 4 de mayo de 2025

Un tríptico junto al lago


El evangelio de este III Domingo de Pascua es largo, hermoso y muy simbólico. A mí me recuerda a esos trípticos detallistas y llenos de colorido de la escuela flamenca. Si lo leyéramos desde esta clave, veríamos tres tablas. La primera está centrada en la pesca en el lago de Tiberíades; la segunda, en el almuerzo en la playa; la tercera, en el diálogo de Jesús con Pedro. 

Merece la pena explorarlas con detalle y, sobre todo, contemplarlas desde nuestra situación actual. Cada uno de nosotros somos ese “discípulo amado” que está llamado a reconocer al Señor en el tríptico de Tiberíades.


Primera tabla: la pesca en el lago

En la escena aparecen siete discípulos: Pedro, Tomás, Natanael, Juan, Santiago y otros dos anónimos. ¡Ojo al número 7! Está amaneciendo después de una noche de pesca infructuosa. Jesús se presenta en la orilla del lago. En el recuento joánico, es la tercera vez que se aparece como resucitado. ¡Ojo al número 3! 

No lo reconocen. Les pide pescado. Como tienen nada, les sugiere que echen la red a la derecha de la barca. Se llena de tal manera que “no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces”. El recuento arroja una cifra misteriosa. ¡Ojo al número 153! El discípulo amado le confiesa a Pedro que ese misterioso peregrino “es el Señor”. Primera confesión de fe individual.


Segunda tabla: el almuerzo en la playa

Mientras ellos regresan Jesús ha preparado fuego. Asan algunos peces y comparten el pan. Jesús los invita a almorzar y les reparte el pan y el pescado. Momento de comensalidad que prosigue la cadena de comidas de Jesús. 

Nadie pregunta nada porque “todos sabían bien que era el Señor”. Segunda confesión (silenciosa) de fe comunitaria.


Tercera tabla: el diálogo de sobremesa

Mientras quizá los demás dormitan un poco, Jesús se pone a hablar con Pedro. Con ligeras variantes, le hace por tres veces la misma pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. ¡Ojo de nuevo al número 3! La triple respuesta de Pedro es sincera y contundente: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Imposible no acordarse de la triple negación antes de la muerte de Jesús. Tercera confesión de fe/amor de Pedro como representante de todos. 

Jesús le confía a Pedro la misión de apacentar/pastorear a las ovejas y corderos. No le exige ninguna cualidad especial y ningún entrenamiento. Lo que cuenta es el amor incondicional. Eso sí: le advierte que el ministerio de pastor comporta guiar y dejarse guiar. Y de nuevo la misma llamada que al principio de esta historia de amor/seguimiento: “Sígueme”.


Estamos viviendo días de discernimiento eclesial. Tras la muerte del papa Francisco, la Iglesia busca un nuevo sucesor de Pedro. Los periódicos hablan del perfil ideal del nuevo pastor. Seguramente también los cardenales están haciendo algo parecido en sus reuniones. 

En este contexto resuena la voz de Jesús. La única pregunta decisiva sigue siendo: “¿Me amas?”. La misión de pastorear a la comunidad se fundamenta en un inquebrantable amor a Jesucristo. Sin él, todas las demás cualidades sirven muy poco. Solo quien ama reconoce al Señor en el claroscuro del alba, se fía de su palabra para lanzar la red “a la derecha de la barca” y comparte el almuerzo con sus hermanos. Todo verdadero pastor que quiera conducir a la comunidad “en nombre de Jesús” tienen que aprender a guiar con la fuerza del amor, pero también con la humildad de quien “se deja guiar”. 

El liderazgo cristiano se parece muy poco al que predomina en el mundo. Ya lo había anticipado Jesús: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo” (Mt 20,25-27).

El tríptico de Tiberíades se convierte en un espejo en el que podemos mirarnos para saber cómo afrontar este desafiante momento de la Iglesia. Lo que importa es que, en medio de todas las contradicciones, sepamos descubrir, como nuevos discípulos amados, la presencia misteriosa del Señor resucitado.







sábado, 3 de mayo de 2025

Cristianos incómodos


Muchos de mis amigos están de puente. Yo me he quedado en Madrid. La tranquilidad de estos cuatro primeros días de mayo me está permitiendo rematar trabajos pendientes. Mientras buscaba información sobre un asunto, me he topado por casualidad con una volcánica entrevista hecha al filósofo anarcocristiano Carlos Díaz, a quien he saludado en varias ocasiones, pero con quien, a diferencia de algunos de mis compañeros claretianos,  no he tenido ningún trato personal. Se siente tan identificado con el pensamiento personalista de Emmanuel Mounier que hasta le gustaría llamarse Carlos Díaz Mounier. 

Carlos, que ha cumplido ya 80 años, es de una fecundidad literaria casi inabarcable. De sus alrededor de 400 libros, creo que solo he leído Contra Prometeo (1980), La juventud a examen (1982) y Sabiduría y locura. El cristianismo como lúcida ingenuidad (1984). Hace muchos años que le había perdido la pista. Ya no se prodiga en los medios de comunicación. Él mismo dice con amargura que es un autor silenciado o evaporado. En un momento dado de la entrevista, se refiere al sacerdote Marcelino Legido (1935-2016), una figura singular dentro del clero español de las últimas décadas. Aunaba una rigurosa formación filológica, filosófica y teológica con una profunda espiritualidad cristocéntrica y un gran sentido pastoral.


No pensaba escribir sobre ninguna de estas figuras, pero me han saltado como “apariciones” pascuales. Me alegro mucho porque en ambos casos se trata de cristianos lúcidos, críticos y muy comprometidos, de esos que con su testimonio y su palabra desenmascaran la reducción burguesa a la que a menudo hemos sometido el evangelio. 

Hoy vivimos otros tiempos, no sé si mejores o peores. Lo que me parece evidente es que muchos de quienes hoy lideran la animación de nuestras comunidades carecen del vigor intelectual, espiritual y social que se descubre en creyentes como Carlos Díaz (laico) y Marcelino Legido (sacerdote). 

La espiritualidad de El Corte Inglés, por llamarla de alguna manera, ha ido reduciendo la fe a una especie de analgésico para hacer más llevaderos los sinsabores de nuestra vida burguesa. Hoy podemos leer el evangelio sin modificar lo más mínimo nuestros hábitos consumistas y sin rebelarnos contra un estado cada vez más invasivo y una sociedad digitalizada que nos controla hasta los últimos movimientos. La espiritualidad que debería nutrir la llamada a la insubordinación acaba siendo una especie de placentero sedante envuelto en un esteticismo vacío. Nos cuesta entender por qué mataron a Cristo y por qué la historia de la Iglesia está regada con sangre de mártires.


Creo que a todos nos conviene de vez en cuando acercarnos a la biografía de hombres y mujeres de ayer y de hoy que no se han resignado a lo que somos y tenemos, que se han tomado en serio la fe en Jesús, que se han sentido “incómodos” miembros de la Iglesia. La mayoría de ellos son un poco exagerados, hasta desequilibrados, pero imprescindibles. Gracias a Dios, en cada generación podemos encontrar algunos testigos que nos remueven por dentro y que nos despiertan de la modorra intelectual, espiritual y pastoral. 

¡Ojalá estos días que preceden a la elección de un nuevo papa no nos dejemos marear por las especulaciones periodísticas y nos preguntemos qué estamos haciendo con nuestra fe! Si todo encaja a la perfección, si podemos seguir yendo a misa el domingo y mirando para otro lado cuando vemos una injusticia, si debatimos acerca de la necesidad de un Papa conservador o liberal y luego acomodamos la moral a nuestras necesidades... entonces tal vez deberíamos preguntarnos si no nos hemos fabricado un Dios a nuestra imagen y semejanza y una espiritualidad prêt-à-porter.


viernes, 2 de mayo de 2025

El principio Gamaliel


La pasada noche ha sido tormentosa. Desde mi cama oía los truenos y la fuerte lluvia que caían sobre Madrid. Hoy, fiesta de la comunidad autónoma, se prevé pasado por agua, aunque con algunos intervalos de sol. La temperatura es suave. En medio de la tormenta meteorológica y de la tormenta mediática que rodea al próximo cónclave, la primera lectura de la misa de hoy nos ofrece un criterio de discernimiento que es útil para este caso y también para afrontar la proliferación de grupos cristianos de diverso signo que reivindican ser los intérpretes seguros del evangelio. 

La experiencia nos dice que a menudo líderes y grupos que se presentan como adalides de la ortodoxia, que tienen un gran tirón inicial, esconden turbios intereses y son nido de manipulaciones y abusos. No hay que pensar solo en el Sodalicio de Vida Cristiana recientemente suprimido por la Santa Sede. Por eso, no conviene precipitar el juicio. Desde los primeros compases de la historia de la Iglesia se ha dado mucha importancia al “principio Gamaliel”; es decir, al criterio que este prudente fariseo, doctor de la ley, ofreció a los miembros del sanedrín judío en relación con los cristianos. Los Hechos de los Apóstoles lo resumen con estas palabras: “No os metáis con esos hombres; soltadlos. Si su idea y su actividad son cosa de hombres, se disolverá; pero, si es cosa de Dios, no lograréis destruirlos, y os expondríais a luchar contra Dios”.


En la exhortación apostólica Evangelii gaudium el papa Francisco formula cuatro principios que nos ayudan a discernir la compleja realidad actual. Uno de ellos se formula así: “El tiempo es superior al espacio” (nn. 222-225). Lo explica con estas palabras: “Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo”. 

A veces, emitimos juicios rápidos sobre personas e instituciones sin esperar un tiempo prudente para ver cómo evolucionan. Otras queremos recoger frutos inmediatos de nuestra siembra pastoral sin tener la paciencia del labrador que sabe aguardar el tiempo oportuno. Hay que saber esperar para que el paso del tiempo vaya cribando lo verdadero de lo falso, lo aparente de lo consistente, lo popular de lo auténtico. La Iglesia aplica este principio a muchas situaciones. Por eso se dice que, a diferencia de otros grupos humanos, mide el tiempo por siglos, no por días o por años. Puede tomar decisiones equivocadas, pero, por lo general, tiene la flexibilidad suficiente para andar sobre sus pasos. Por eso, con la ayuda del Espíritu Santo, sigue más viva que nunca después de veinte siglos. Esto no lo entienden quienes llevan certificando su defunción desde hace mucho tiempo.


El “principio Gamaliel” es útil también para la educación de los hijos, el acompañamiento de grupos y comunidades, los frutos del camino sinodal de la Iglesia, etc. Muchos padres y pastores quisieran que los cambios se produjeran automáticamente a golpe de órdenes y decretos, pero la vida no funciona así. Todo verdadero crecimiento exige tiempo y paciencia. La carta de Santiago lo resume así: “Por tanto, hermanos, esperad con paciencia hasta la venida del Señor. Mirad: el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía. Esperad con paciencia también vosotros, y fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca” (Sant 5,8). 

Es muy probable que el paso de una cultura agrícola y rural (acostumbrada a la espera paciente) a otra industrial y urbana (acelerada y productivista) nos haya ido incapacitando para vivir sin ansiedad y para acompañar con sabiduría los procesos de crecimiento personales, familiares e institucionales. En tiempos en que los medios de comunicación digitales quieren que todo se produzca al instante, el “principio Gamaliel” es más necesario que nunca.



jueves, 1 de mayo de 2025

Agua de mayo


Mayo comienza con el cielo nublado y una lluvia suave. Despedimos abril con los ecos de la muerte del papa Francisco. Hacia el final de la segunda semana de mayo tendremos probablemente un nuevo Papa. Desde el punto de vista mediático, se está produciendo un fenómeno curioso. Tras los panegíricos quizá excesivos de los primeros días (como los que suele publicar la página Religión Digital), están apareciendo artículos cada vez más críticos sobre el papado de Francisco, tanto en los medios generalistas como en las publicaciones católicas. O, por lo menos, más neutrales, como el que escribe el obispo estadounidense Robert Barron titulado Francis in Full (algo así como Francisco al completo). 

Algo parecido sucede con los papables del próximo cónclave. Los medios están hinchando y luego desinflando nombres como Parolin, Tagle, Zuppi, Aveline, Pizzaballa, Erdo, Arborelius, Grech, Ranjith, Ambongo, Prevost o Dolan. Todo esto pertenece a estrategias comunicativas y, en algunos casos, a verdaderas campañas de ensalzamiento o desprestigio que persiguen intereses corporativos de signo opuesto. También muchos no católicos hacen sus apuestas. Esperemos que el precónclave largo preparare un cónclave corto. 

En cualquier caso, la vida de la Iglesia sigue adelante. Nadie duda del significado del “ministerio petrino” y del estilo que cada Papa le imprime, pero, aun siendo esto importante, no tiene por qué condicionar en exceso la vida de fe de las personas y comunidades. Si pudimos creer con Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, podremos seguir haciéndolo con el próximo Papa. Me parece un poco infantil hacer depender la vida de la Iglesia del perfil del Papa de turno.


El Papa es elegido por el colegio de cardenales electores, no por el Espíritu Santo. Cuando invocamos durante estos días al Espíritu no es para que sustituya “mecánicamente” a los cardenales, sino para que les dé el don del discernimiento, de forma que puedan elegir a la persona que mejor contribuya a pastorear la Iglesia universal en este momento. Eso no significa que el elegido tenga que ser el más santo, el más inteligente, el mejor teólogo, el mejor pastor, el mejor organizador, el más políglota o el más comprometido con los pobres. 

En cualquier caso, tiene que ser alguien enamorado de Cristo y servidor de su Iglesia. La pregunta que Jesús le formula a Pedro después de la resurrección no es si ha hecho una terapia de rehabilitación tras su huida o si ha realizado un curso de liderazgo, sino si lo ama de verdad.

Este enfoque puede sonar demasiado simplista, pero pone el acento en lo esencial: el amor. Todas las demás cualidades pueden ayudar a ejercer el ministerio petrino si están ancladas en ese amor incondicional a Jesús, que es el verdadero centro. Por otra parte, el ejercicio fiel y eficaz de la responsabilidad del sucesor de Pedro pasa también por el nombramiento de buenos colaboradores. 

Hoy, en una Iglesia tan grande y multicultural, es impensable ejercer el ministerio de forma personalista, por más que el Código de Derecho Canónico siga centrando todo en la figura del Papa: “El Obispo de la Iglesia Romana, en quien permanece la función que el Señor encomendó singularmente a Pedro, primero entre los Apóstoles, y que había de transmitirse a sus sucesores, es cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra; el cual, por tanto, tiene, en virtud de su función, potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente” (c. 331).


El 1 de mayo está ligado también a la figura de san José obrero, al Día Internacional de los Trabajadores, al comienzo del “mes de María” en algunas regiones del mundo y este año al comienzo de un largo puente que muchos aprovecharán para salir de sus residencias habituales. Necesitamos desconectar porque el ritmo laboral es para muchos trabajadores bastante insatisfactorio. 

No es fácil encontrar personas que estén contentas con su trabajo. Casi siempre algo funciona mal: el ambiente con los compañeros y jefes, la remuneración económica, la salvaguarda de los derechos, la realización de las expectativas, la conciliación con la vida familiar, etc. En pocas empresas se logra una combinación equilibrada de todos estos elementos. Por otra parte, no es fácil alcanzarla en un contexto social en el que la productividad se suele colocar casi siempre por encima de la persona, pero este es otro cantar.