viernes, 2 de mayo de 2025

El principio Gamaliel


La pasada noche ha sido tormentosa. Desde mi cama oía los truenos y la fuerte lluvia que caían sobre Madrid. Hoy, fiesta de la comunidad autónoma, se prevé pasado por agua, aunque con algunos intervalos de sol. La temperatura es suave. En medio de la tormenta meteorológica y de la tormenta mediática que rodea al próximo cónclave, la primera lectura de la misa de hoy nos ofrece un criterio de discernimiento que es útil para este caso y también para afrontar la proliferación de grupos cristianos de diverso signo que reivindican ser los intérpretes seguros del evangelio. 

La experiencia nos dice que a menudo líderes y grupos que se presentan como adalides de la ortodoxia, que tienen un gran tirón inicial, esconden turbios intereses y son nido de manipulaciones y abusos. No hay que pensar solo en el Sodalicio de Vida Cristiana recientemente suprimido por la Santa Sede. Por eso, no conviene precipitar el juicio. Desde los primeros compases de la historia de la Iglesia se ha dado mucha importancia al “principio Gamaliel”; es decir, al criterio que este prudente fariseo, doctor de la ley, ofreció a los miembros del sanedrín judío en relación con los cristianos. Los Hechos de los Apóstoles lo resumen con estas palabras: “No os metáis con esos hombres; soltadlos. Si su idea y su actividad son cosa de hombres, se disolverá; pero, si es cosa de Dios, no lograréis destruirlos, y os expondríais a luchar contra Dios”.


En la exhortación apostólica Evangelii gaudium el papa Francisco formula cuatro principios que nos ayudan a discernir la compleja realidad actual. Uno de ellos se formula así: “El tiempo es superior al espacio” (nn. 222-225). Lo explica con estas palabras: “Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo”. 

A veces, emitimos juicios rápidos sobre personas e instituciones sin esperar un tiempo prudente para ver cómo evolucionan. Otras queremos recoger frutos inmediatos de nuestra siembra pastoral sin tener la paciencia del labrador que sabe aguardar el tiempo oportuno. Hay que saber esperar para que el paso del tiempo vaya cribando lo verdadero de lo falso, lo aparente de lo consistente, lo popular de lo auténtico. La Iglesia aplica este principio a muchas situaciones. Por eso se dice que, a diferencia de otros grupos humanos, mide el tiempo por siglos, no por días o por años. Puede tomar decisiones equivocadas, pero, por lo general, tiene la flexibilidad suficiente para andar sobre sus pasos. Por eso, con la ayuda del Espíritu Santo, sigue más viva que nunca después de veinte siglos. Esto no lo entienden quienes llevan certificando su defunción desde hace mucho tiempo.


El “principio Gamaliel” es útil también para la educación de los hijos, el acompañamiento de grupos y comunidades, los frutos del camino sinodal de la Iglesia, etc. Muchos padres y pastores quisieran que los cambios se produjeran automáticamente a golpe de órdenes y decretos, pero la vida no funciona así. Todo verdadero crecimiento exige tiempo y paciencia. La carta de Santiago lo resume así: “Por tanto, hermanos, esperad con paciencia hasta la venida del Señor. Mirad: el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía. Esperad con paciencia también vosotros, y fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca” (Sant 5,8). 

Es muy probable que el paso de una cultura agrícola y rural (acostumbrada a la espera paciente) a otra industrial y urbana (acelerada y productivista) nos haya ido incapacitando para vivir sin ansiedad y para acompañar con sabiduría los procesos de crecimiento personales, familiares e institucionales. En tiempos en que los medios de comunicación digitales quieren que todo se produzca al instante, el “principio Gamaliel” es más necesario que nunca.



jueves, 1 de mayo de 2025

Agua de mayo


Mayo comienza con el cielo nublado y una lluvia suave. Despedimos abril con los ecos de la muerte del papa Francisco. Hacia el final de la segunda semana de mayo tendremos probablemente un nuevo Papa. Desde el punto de vista mediático, se está produciendo un fenómeno curioso. Tras los panegíricos quizá excesivos de los primeros días (como los que suele publicar la página Religión Digital), están apareciendo artículos cada vez más críticos sobre el papado de Francisco, tanto en los medios generalistas como en las publicaciones católicas. O, por lo menos, más neutrales, como el que escribe el obispo estadounidense Robert Barron titulado Francis in Full (algo así como Francisco al completo). 

Algo parecido sucede con los papables del próximo cónclave. Los medios están hinchando y luego desinflando nombres como Parolin, Tagle, Zuppi, Aveline, Pizzaballa, Erdo, Arborelius, Grech, Ranjith, Ambongo, Prevost o Dolan. Todo esto pertenece a estrategias comunicativas y, en algunos casos, a verdaderas campañas de ensalzamiento o desprestigio que persiguen intereses corporativos de signo opuesto. También muchos no católicos hacen sus apuestas. Esperemos que el precónclave largo preparare un cónclave corto. 

En cualquier caso, la vida de la Iglesia sigue adelante. Nadie duda del significado del “ministerio petrino” y del estilo que cada Papa le imprime, pero, aun siendo esto importante, no tiene por qué condicionar en exceso la vida de fe de las personas y comunidades. Si pudimos creer con Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, podremos seguir haciéndolo con el próximo Papa. Me parece un poco infantil hacer depender la vida de la Iglesia del perfil del Papa de turno.


El Papa es elegido por el colegio de cardenales electores, no por el Espíritu Santo. Cuando invocamos durante estos días al Espíritu no es para que sustituya “mecánicamente” a los cardenales, sino para que les dé el don del discernimiento, de forma que puedan elegir a la persona que mejor contribuya a pastorear la Iglesia universal en este momento. Eso no significa que el elegido tenga que ser el más santo, el más inteligente, el mejor teólogo, el mejor pastor, el mejor organizador, el más políglota o el más comprometido con los pobres. 

En cualquier caso, tiene que ser alguien enamorado de Cristo y servidor de su Iglesia. La pregunta que Jesús le formula a Pedro después de la resurrección no es si ha hecho una terapia de rehabilitación tras su huida o si ha realizado un curso de liderazgo, sino si lo ama de verdad.

Este enfoque puede sonar demasiado simplista, pero pone el acento en lo esencial: el amor. Todas las demás cualidades pueden ayudar a ejercer el ministerio petrino si están ancladas en ese amor incondicional a Jesús, que es el verdadero centro. Por otra parte, el ejercicio fiel y eficaz de la responsabilidad del sucesor de Pedro pasa también por el nombramiento de buenos colaboradores. 

Hoy, en una Iglesia tan grande y multicultural, es impensable ejercer el ministerio de forma personalista, por más que el Código de Derecho Canónico siga centrando todo en la figura del Papa: “El Obispo de la Iglesia Romana, en quien permanece la función que el Señor encomendó singularmente a Pedro, primero entre los Apóstoles, y que había de transmitirse a sus sucesores, es cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra; el cual, por tanto, tiene, en virtud de su función, potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente” (c. 331).


El 1 de mayo está ligado también a la figura de san José obrero, al Día Internacional de los Trabajadores, al comienzo del “mes de María” en algunas regiones del mundo y este año al comienzo de un largo puente que muchos aprovecharán para salir de sus residencias habituales. Necesitamos desconectar porque el ritmo laboral es para muchos trabajadores bastante insatisfactorio. 

No es fácil encontrar personas que estén contentas con su trabajo. Casi siempre algo funciona mal: el ambiente con los compañeros y jefes, la remuneración económica, la salvaguarda de los derechos, la realización de las expectativas, la conciliación con la vida familiar, etc. En pocas empresas se logra una combinación equilibrada de todos estos elementos. Por otra parte, no es fácil alcanzarla en un contexto social en el que la productividad se suele colocar casi siempre por encima de la persona, pero este es otro cantar.

miércoles, 30 de abril de 2025

Ya queda poco


Faltan diez días para el retiro de los amigos del Rincón de Gundisalvus. Todavía hay varias plazas disponibles. Por eso, dedico la entrada de hoy a animaros a quienes estéis todavía dubitativos. Estamos viviendo momentos desafiantes para la vida del mundo y de la Iglesia. La reciente muerte del papa Francisco y la próxima elección de un nuevo papa (previsiblemente un poco antes de comenzar el retiro o durante su celebración) marcan el final de una etapa y el comienzo de otra. Necesitamos estar despiertos, compartir nuestras preguntas e inquietudes, buscar luz en la Palabra de Dios y, en definitiva, situarnos en este nuevo contexto.

Por otra parte, el tiempo de Pascua es una invitación permanente a cultivar la esperanza, sobre todo cuando se multiplican los indicadores de incertidumbre y preocupación. El gran apagón del pasado lunes es como una metáfora de las luces que se apagan, pero tambien de las que, tras un tiempo de oscuridad, se encienden.

Os dejo los datos del retiro por si alguien se anima a participar en él. Sería conveniente comunicarlo antes del próximo domingo 4 de mayo a mi teléfono móvil (si es que sabes el número) o a la dirección de correo electrónico que figura en el siguiente recuadro. ¡Ánimo!




martes, 29 de abril de 2025

El gran apagón


No he tenido que romperme la cabeza para titular la entrada de hoy. En sus ediciones impresas, tanto El País como el ABC han elegido el mismo título: El gran apagón. Suena a película clásica de Hollywood. Reconstruyamos los hechos. Lunes 28 de abril de 2025. A las 10,00 me reúno con todo el equipo de la editorial para el briefing de los lunes. Uno de los periodistas nos comunica que va a ser padre por sexta vez. Asombro y felicitaciones. Andamos apurados con el encarte sobre el papa Francisco que vamos a incluir en el número de mayo de la revista Vida Religiosa. A las 11,30 hacemos una pausa para tomar un café. Enseguida reanudamos el trabajo. Hay ganas de tener todo listo antes del puente de mayo. 

A las 12,33 se va repentinamente la luz. Comprobamos que no es una avería casera. Vemos que tampoco hay luz en un supermercado que está al otro lado de la calle. Se forman corrillos de gente en la acera. No sabemos el alcance de lo que ha pasado. No funcionan los teléfonos ni hay conexión a internet. Empiezo a mosquearme. Para relajar el ambiente, suelto una bobada: “¡Atención, chicos, es el comienzo de la tercera guerra mundial!”. Se me ocurre ir a buscar un pequeñísimo transistor que conservo en algún cajón de mi cuarto. Por suerte, tiene unas pilas diminutas en buen estado. Desplazo la tecla del off a FM y -¡oh milagro!- funciona. Sintonizo RNE. Enseguida nos enteramos de que se ha producido un apagón general en toda la península ibérica (España y Portugal) y en algunos puntos del sur de Francia. Se amontonan las informaciones sobre trenes detenidos, caos circulatorio en las grandes ciudades, etc. Decidimos que todos los empleados regresen cuanto antes a sus casas.


Me paso la tarde pendiente del transistor. Pasan las horas sin informaciones oficiales. Hacia las seis escucho la alocución del presidente del gobierno. Describe lo que está pasando, da algunas recomendaciones, nos asegura de que “todo está bajo control”, pero no informa sobre las causas del apagón. Se cura en salud con una frase muy socorrida cuando estalla una crisis: “Todas las hipótesis están abiertas”. Tenemos una reunión comunitaria a las siete. Tomamos conciencia de la situación, rezamos vísperas aprovechando la luz de la tarde y adelantamos la cena. Se respira serenidad, pero también preocupación por las personas más afectadas. 

A las 8,30 de la tarde -ocho horas después del apagón- vuelve la luz. Recorremos la casa apagando interruptores abiertos. La vida parece recobrar la normalidad, aunque en la vecina calle Princesa sigue apagado el alumbrado público. Consigo hablar con algunos familiares y amigos. Todo parece estar en orden. Poco a poco, se va recuperando la normalidad. Se multiplican las noticias sobre el comportamiento ejemplar de los ciudadanos: familias que han acogido en sus casas a viajeros varados en las estaciones de tren, espontáneos que se han puesto a dirigir el tráfico cuando los semáforos no funcionaban, automovilistas que han transportado en su coche a personas que no disponían de otra alternativa, etc. En esta crisis el bien ha ganado por goleada al mal.


Otras noticias de importancia (por ejemplo, el comienzo del cónclave el próximo día 7 de mayo, el procesamiento del hermano del presidente del gobierno, etc. ) pasan a un segundo plano. Como sucede siempre que se produce alguna crisis, hoy se multiplican las preguntas sobre sus causas, su gestión por parte de las autoridades, la respuesta ciudadana, las lecciones aprendidas, etc. Si los días pasados todos éramos vaticanólogos aficionados, hoy nos hemos convertido en ingenieros industriales y discutimos acaloradamente sobre todo lo que pasó. Siempre pensamos que nosotros lo hubiéramos hecho mejor que los técnicos y los políticos, aunque no tengamos ni la más mínima idea de cómo funciona el sistema eléctrico. 

No entro en el debate. Me quedo con algo muy positivo. En mi comunidad -desconectados a la fuerza de internet- tuvimos más tiempo para hablar, rezar, preparar la cena, lavar los platos y, en definitiva, interrumpir el ritmo ordinario y disfrutar de un tiempo más relajado. Me acordé del cartel que figura en algunos bares y otros establecimientos: “Aquí no tenemos wifi. Hablen entre ustedes”. Por unas horas descubrimos el placer de no hacer nada, leer, escuchar la radio (como en los viejos tiempos), desempolvar linternas y velas, conversar sin prisas y estar libres del omnipresente móvil. La llegada de la luz a las 20,30 nos devolvió a la cruda realidad.


domingo, 27 de abril de 2025

Paz a vosotros


El II Domingo de Pascua cierra una semana intensa y hermosa. El lunes nos levantábamos con la inesperada noticia de la muerte del papa Francisco. Ayer sábado se celebró su funeral en la plaza de san Pedro y su posterior inhumación en la basílica de Santa María la Mayor. La homilía del cardenal decano Giovanni Battista Re -un italiano jovial de 91 años- trazó una silueta del Papa y acentuó algunas de sus prioridades pastorales, especialmente su lucha infatigable por la paz. Este es precisamente el saludo del Resucitado que se repite por tres veces en el evangelio de hoy. 

Además de todo lo relacionado con la muerte y funeral del papa Francisco, la semana nos ha deparado otros muchos acontecimientos. En mi caso, he estado de miércoles a viernes volcado en la 54 Semana Nacional de Vida Consagrada. Me hubiera gustado haber escrito sobre ella, pero no he dispuesto de tiempo. Recogeré alguna de sus aportaciones en los próximos días. Ayer por la tarde pude acercarme también a la Fiesta de la Resurrección que se celebró por tercer año consecutivo en la plaza de Cibeles. No fue necesario despejarla pronto porque los seguidores del Real Madrid no pudieron celebrar la victoria en la Copa del Rey, que se fue al Barcelona tras un partido memorable.


Ahora, con la tranquilidad de una mañana primaveral, vuelvo sobre lo vivido a la luz de la Palabra de Dios. El diálogo del Jesús resucitado con el dubitativo Tomás ilumina el tiempo que estamos viviendo. Cuando sus compañeros le dicen al ausente Tomás que han visto al Señor, éste reacciona como cualquiera de nosotros cuando se ve invitado a creer lo que no ha visto: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. Tomás no es más incrédulo ni más traidor que los demás. Es el representante de todos los creyentes de las generaciones venideras que “no hemos visto” al Señor. Él quiere estar seguro de que el Resucitado no es un fantasma -y mucho menos un espejismo-, sino el mismo con quien él ha convivido y que ha muerto en la cruz. Quiere saber, en definitiva, si hay una continuidad entre el Crucificado y el Resucitado. 

Para encontrar una respuesta a esta inquietud no es suficiente amontonar testimonios, afinar la crítica textual y usar otro tipo de procedimientos forenses. Lo esencial es fiarse de la misma palabra de Jesús que -como a Tomás- nos dice: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. No podemos meter las manos en el costado herido del Jesús histórico, pero podemos tocar las heridas de los innumerables “cristos” actuales que lo representan. Confesar a Jesús como Señor y Dios no es el resultado de un raciocinio impecable, sino la gracia concedida a quienes están dispuestos a “tocar” al Cristo herido. El texto de Juan ni siquiera dice que Tomás tocara a Jesús, sino que, ante su invitación, a Tomás se le caen las escamas de la duda y cree de verdad. Siguiendo el lema de la Semana de Vida Consagrada, se podría decir que también en este caso “lo afectivo es lo efectivo”.


Jesús termina su diálogo con Tomás profiriendo una bienaventuranza que se añade a las proclamadas en otros momentos de su vida terrena: “Dichosos los que crean sin haber visto”. El tenor literal suena como una herejía racional para quienes vivimos en un contexto en el que la verdad se reduce a su medición empírica. Una vez más, la fe cristiana aparece como una experiencia contracultural, insubordinada a los dictados de “lo científicamente correcto”

La fe, como el amor, no necesita “pruebas”, sino algo mucho más radical, verdadero y definitivo: confianza. Sin ella, todo queda al arbitrio de nuestro limitado raciocinio. Mientras nosotros ponemos el acento en las capacidades (limitadas) del propio yo hasta límites exasperantes, el Resucitado sigue diciéndonos: “Paz a vosotros”. La paz (shalom) que él nos regala es la armonía que nuestro pecado personal y social ha roto. 

Estamos viviendo tiempos de ruptura. Por eso, en su homilía de ayer, ante muchos líderes mundiales, el cardenal Re dijo: “El papa Francisco elevó incesantemente su voz implorando la paz e invitando a la sensatez, a la negociación honesta para encontrar soluciones posibles, porque la guerra —decía— no es más que muerte de personas, destrucción de casas, hospitales y escuelas. La guerra siempre deja al mundo peor de como era antes: es para todos una derrota dolorosa y trágica”. Si la guerra es una derrota, solo la paz es una verdadera victoria.




martes, 22 de abril de 2025

Un padre necesario

Ayer y hoy han sido días frenéticos. La muerte del papa Francisco ha repercutido directamente en el programa de la Semana Nacional de Vida Consagrada que empezaremos mañana y en el especial de la revista Vida Religiosa que llevábamos preparando desde hace días. Ha sido como un tsunami informativo. Los medios generalistas le están dedicando tanta atención que me temo que en muchas personas acabará produciendo desinterés y hasta hartazgo. Nos quedan semanas de cotas informativas. Conviene dosificar las cosas. 


Hoy casi todo el mundo (creyentes y no creyentes) se declara ferviente admirador de Francisco, por más que en muchos casos sus convicciones y opciones vayan en direcciones opuestas. No sé si entre tantos análisis y panegíricos quedará algún asunto sin tocar. Todos nos estamos convirtiendo en expertos vaticanistas de tanto oír hablar de ritos funerarios, congregaciones generales y particulares, cónclave, ministerio petrino, etc. 

Lo referente al Vaticano tiene un enorme tirón mediático, aunque solo sea para criticarlo y en algunos casos ridiculizarlo. Ningún líder del mundo merece tanta atención como el obispo de Roma. ¿De dónde nace este interés? ¿Solo de la personalidad del pontífice de turno o de la solemnidad de las tradiciones romanas? Quiero adivinar que hay algo más profundo, aunque no siempre esclarecido.


En una “sociedad sin padre”, ahíta de líderes tóxicos y huérfana de líderes éticos, el Papa de Roma -y muy concretamente Francisco- representa una referencia, un punto de apoyo. Necesitamos padres, aunque sea para construir nuestra identidad oponiéndonos a ellos, “matándolos”, psicoanalíticamente hablando. Francisco, anciano y enfermo, ha representado la figura de ese padre que nos recuerda que hay realidades en las que creer, causas por las que luchar, sueños que cumplir, incluso aunque no estemos dispuestos a secundarlo en nada. 

Necesitamos saber que alguien se toma en serio estas realidades para no acabar ahogados en el mar del nihilismo. A renglón seguido escrutaremos su figura para descubrir en ella todas las grietas posibles. De esta manera se nos harán más tolerables nuestras propias fragilidades. Más allá de su significado espiritual para los cristianos, el papa de Roma ejerce un rol simbólico de primer nivel. No es extraño, pues, que durante unos días su nombre ocupe todos los periódicos del mundo.

lunes, 21 de abril de 2025

La última frontera

He escrito tantas veces sobre el papa Francisco en este Rincón que, al llegar el momento de su muerte, casi no sé qué añadir. Aunque, según el comunicado del cardenal Farrell, camarlengo de la Iglesia Católica, el papa Francisco ha muerto a las 7,35 de este lunes de la octava de Pascua en su residencia de la Casa Santa Marta, yo me he enterado a las 9,58. Enseguida he comprendido que el momento de su muerte ha sigo un regalo de Dios. Tras haber vivido un verdadero triduo pascual en comunión con Jesucristo, ha sido llamado a la casa del Padre al alba, en plena Pascua, cuando los cristianos celebramos el triunfo de Cristo sobre la muerte. ¿Hay un día mejor para cruzar la última frontera? 

Ayer vi su imagen en televisión. Parecía un hombre derrotado. Aún así, se atrevió a impartir la bendición urbi et orbi desde el balcón de la basílica de san Pedro y saludar a los fieles congregados en la plaza. Hoy parece evidente que ese paseo en papamóvil fue en realidad una despedida. No quiso partir de este mundo sin dar las gracias a los fieles que lo han sostenido con su oración. Si algo ha pedido este Papa a lo largo de los doce años de su pontificado ha sido que orásemos por él. Lo hemos hecho a diario.


Los medios de comunicación de todo el mundo no cesan de bombardearnos con informaciones y reflexiones de todo tipo. Nos aguardan semanas de inflación vaticana. Se hablará de la vida del papa Francisco, de su funeral, de las congregaciones generales de los cardenales, del cónclave que elegirá a su sucesor, de los papables y finalmente del nuevo Papa. Se pondrá de moda la película Cónclave y empezarán las quinielas de todo tipo. Incluso las personas alejadas de la Iglesia participarán en esta especie de apuesta universal. Todo esto es noticiable, pero, en el fondo, muy secundario. La vida de la Iglesia es mucho más rica que lo que sucede en Roma. 

Yo me detengo ahora en la persona de Jorge Mario Bergoglio, elegido Papa el 13 de marzo de 2013. Tuve la suerte de verlo por primera vez aquella tarde lluviosa en el balcón de la basílica de san Pedro. No pude imaginar entonces la revolución que se nos venía encima. Quizá lo de menos es todo lo que ha realizado en estos doce años. Tal vez el Espíritu lo eligió para abrir procesos de larga duración que, no sin sobresaltos, ayudarán a la Iglesia a entrar de lleno en el siglo XXI.


Sé que hay personas influyentes (entre las que se cuentan algunos obispos y teólogos) que han criticado a Francisco por ser un Papa superficial, sin la hondura y la finura teológica de Benedicto XVI. Les recomendaría leer el libro de Massimo Borghesi titulado Jorge Mario Bergoglio. Una biografía intelectual. Tal vez ese libro podría ayudarles a despejar algunas dudas. Y también otro del mismo autor titulado El desafío Francisco. Del neoconservadurismo al “hospital de campaña”. Cada uno es muy libre de expresar sus opiniones, pero conviene hacerlo desde una información objetiva, libre de prejuicios y empática. 

Hoy, de todos modos, lo más importante es dar gracias a Dios por este profeta que nos ha regalado, no solo por sus grandes aciertos, sino también por sus perplejidades y meteduras de pata. Si Pedro, el primer líder de la comunidad, las tuvo, ¿por qué no habrían de tenerlas sus sucesores? La acción de Dios se abre camino en la fragilidad humana. No creemos en el Papa como si fuera un semidios. Creemos en Jesucristo, a quien el Papa sirve como testigo de excepción asistido por el Espíritu Santo. Francisco era muy consciente de su condición pecadora. La reconoció desde el primer momento. Nunca quiso ponerse como ejemplo de nada. Se sentía más a gusto caminado con el pueblo de Dios, que por encima de él.

Desde este Rincón quiero dar gracias a Dios de corazón por la vida del papa Francisco, con quien pude encontrarme en varias ocasiones. La primera fue el 11 de septiembre de 2015. Nunca olvidaré su invitación a adorar, caminar y acompañar. Pido a todos los amigos que oremos juntos por su eterno descanso y que procuremos acoger sus grandes intuiciones para vivir la fe con más brío en este apasionante tiempo que nos ha tocado vivir.



domingo, 20 de abril de 2025

Ellas dieron la voz de alarma


¿Es posible salir de la Vigilia Pascual a eso de las 11 de la noche y que esté cayendo aguanieve como si estuviéramos en el corazón del invierno? A juzgar por el clima frío y desapacible, parece que estamos celebrando la Navidad, no el Domingo de Pascua, de esa pascua florida que este año cae en medio de la primavera. 

Con sol o con lluvia, con calor o con frío, en la oscuridad de la noche o con las primeras luces del alba, la Iglesia canta a voz en grito la resurrección del Señor. En ello le va la vida: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe” (1 Cor 15,14). Son las mujeres las que ayer y hoy nos dan la voz de alarma. Las mismas que estuvieron cerca del Crucificado tienen ahora un olfato finísimo para descubrir al Resucitado. Hay más apóstalas que apóstoles dispuestas a seguir dando la vida por Jesús. Por eso la Iglesia -que tiene nombre de mujer- sigue adelante.

Feliz Pascua de Resurrección

sábado, 19 de abril de 2025

El gran silencio


Una homilía antigua describe así el Sábado Santo: “Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad… La tierra está temerosa y sobrecogida porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo”. Tras las lluvias intensas de la noche y la nieve en la cumbre de las montañas, también ahora reina un gran silencio. 

Leo en un periódico que hoy es un buen día para enseñar a los adolescentes la importancia del silencio. No solo a ellos. Todos podemos practicar hoy el arte del silencio, pero me temo que enseguida llenaremos el tiempo de actividades para no sentir que lo estamos perdiendo. Es tan importante no hacer nada, que hasta la liturgia se toma un respiro. Hoy es un día alitúrgico. No se celebra la Eucaristía. Hasta bien entrada la noche no romperemos el silencio con el estallido de la Vigilia Pascual. Leo que esta noche nada menos que 17.800 catecúmenos recibirán el Bautismo en Francia, un 45% más que el año pasado. La fe no se mide por cantidades, pero este hecho parece el signo de un claro despertar en el seno de una de las sociedades más secularizadas de Europa.


El sol pugna por abrirse una rendija entre las nubes plomizas, pero enseguida lo tapan otras nubes que parecen agrandarse para no dejarlo aparecer. Es probable que vuelva a llover de un momento a otro. Desde mi balcón veo a grupos de turistas que pasan con sus gorros de lana. Aunque ya conocían las previsiones meteorológicas para este fin de semana pascual, se han arriesgado. Puede más el deseo de salir de casa que los riesgos del mal tiempo. 

¿De dónde nace en la sociedad contemporáneo el deseo, casi la necesidad compulsiva de salir, de viajar? Es como si el propio hogar se convirtiera por momentos en una cueva de la que necesitamos escapar. Sabemos de dónde salimos, pero no tenemos ni idea de lo que buscamos. Expresiones como desconectar, cambiar de aire o cargar pilas parecen sucedáneos de un ansia más profunda. Quizás queremos salir porque no acabamos de encontrarnos a gusto con lo que somos y tenemos. Pero también se da el fenómeno contrario. Conozco personas mayores que lo que más desean es quedarse en casa. Se sienten a gusto en su espacio. No necesitan nada más. Quizás es un símbolo de su bienestar interior.


Esta dinámica silencio-ruido, salir-entrar, buscar-hallar está muy unida al “gran silencio” del Sábado Santo. Un día como hoy pone a prueba nuestros nervios espirituales. ¿Hacemos del silencio una espera serena o, más bien, una oportunidad para huir? ¿Rumiamos el misterio de la muerte celebrado ayer o queremos pasar página cuanto antes? ¿Nos quedamos con María abiertos a las sorpresas de Dios o planteamos el inmediato regreso a la vida cotidiana como los discípulos? El “gran silencio” es un laboratorio donde se testan nuestras convicciones, actitudes y proyectos. 

De él puede emerger una amargura pegajosa o una humildad renacida. El silencio puede volvernos hoscos y antisociales o puede hacer de nosotros hombres y mujeres del encuentro. El silencio amontona argumentos para vivir “como si Dios no existiera” y hace germinar la semilla de la fe. El silencio nos vuelve agnósticos crónicos o nos ayuda ser creyentes siempre en camino. El silencio, finalmente, devuelve a algunas personas a un eterno Viernes Santo mientras dispone a otras para el júbilo del Domingo de Resurrección. El día del “gran silencio” tiene más malicia de lo que a primera vista parece. Se presenta como un no-día, pero da sentido o se lo quita a todos los demás.

viernes, 18 de abril de 2025

Ensayo general


El sol de la mañana es solo una ilusión frente al temporal de la tarde. Este año el tiempo meteorológico se acompasa con el tiempo litúrgico. Cuando celebremos la muerte de Jesús no se romperá el velo del Templo ni habrá terremotos, pero leeremos el relato de san Juan bendecidos por la lluvia. Puestos en pie, cubiertos por la bóveda de piedra que se interpone entre las nubes y la asamblea, escucharemos con respeto y quizá con emoción una historia que sabemos desde niños. Es probable que este año nos impresione algún detalle que otras veces pasó desapercibido. 

No asistiremos a la condena de un malhechor, sino a la entronización de un rey. El cadalso de la cruz se convertirá en trono. Entonces comprenderemos cómo es el Dios en el que creemos. No es un Ser supremo que nos ahorra el trance del sufrimiento y la muerte, sino el Padre que nos acompaña con la fuerza de su Espíritu y nos espera al otro lado con los brazos abiertos.


Ayer vi por televisión el traslado del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas izado a pulso por trece legionarios. La devoción popular inventa ritos que llegan al corazón. No me extraña que la gente se emocione. Los mismos que desfilaron marcialmente visitaron luego un hospital de niños enfermos de cáncer. Los legionarios comprendieron bien que el sufrimiento de Cristo se prolonga y se actualiza en los muchos cristos que viven a diario su viernes santo. Liturgia, devoción, arte y vida se dan la mano. 

Vivir el Viernes Santo litúrgico con profundidad, con belleza, con esperanza, nos ayuda a vivir los muchos viernes santos que nos aguardan: muerte de seres queridos, enfermedades, fracasos, traiciones, resentimientos, abandonos, soledades y, a la postre, nuestra propia muerte. Cada Viernes Santo, acompañando al Cristo que muere, ensayamos nuestra muerte. Aprendemos de él cómo afrontar el “abandono de Dios” y de los hombres y la confianza suprema en el Dios de la vida: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Aprendemos a perdonar y a encomendar. Sin Viernes Santo, no sabríamos cómo encarar el final sin hundirnos en el abismo del sinsentido.


La liturgia de hoy es sobria, casi árida, como si la Iglesia nos hiciera probar en nuestras carnes este desierto para gozar con más exultación de la alegría de la Pascua. Escucharemos la Palabra, adoraremos la cruz y comulgaremos el Cuerpo de Cristo consagrado en la Eucaristía de ayer. Y luego regresaremos a casa en silencio, por más que desde hace muchos años la vida social continúa en las calles como si tal cosa, como si nada hubiera sucedido. Muere Jesús y seguimos tomándonos una cerveza. Pareciera que su vida y la nuestra no se tocan. Cada uno va por su camino. 

Y, sin embargo, no faltan las personas que se recogen en el silencio de la oración, que toman el serio el ayuno y que hacen de los ritos (incluidas las procesiones) el lenguaje del corazón. Cada uno tenemos nuestra forma personalísima de unirnos al Cristo que muere, de vivir el duelo por su ausencia. Lo que importa es no dejar que el Misterio nos resbale como si fuera una obra de teatro que llega a su fin cuando cae el telón. The end.



jueves, 17 de abril de 2025

La cena que recrea y enamora


Luce en Vinuesa un sol espléndido que me recuerda el viejo dicho: “Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Con la reforma litúrgica, solo el Jueves Santo se sigue celebrando en jueves; las otras fiestas han pasado al domingo. 

Esta mañana, cuando he salido a caminar por el bosque, el termómetro marcaba apenas cero grados. Las cumbres se veían nevadas. Entre la lluvia intensa de ayer y la aguanieve pronosticada para mañana tenemos hoy un intermedio de sol. Veo muchas caravanas de turistas estacionadas en el aparcamiento que se construyó hace un par de años. La gente se mueve mucho en los días de la Semana Santa. Imagino que muchas personas participarán esta tarde en la misa in coena Domini

Es emocionante sentarse a la mesa con Jesús y sus discípulos, sentirse un comensal más, escuchar sus palabras de despedida, dejarse lavar los pies por él y compartir su pan y su vino. Esa “cena que recrea y enamora” (san Juan de la Cruz) hace la comunidad. No hay Iglesia sin cena eucarística. Doy gracias a Dios por el don de participar en ella desde hace 60 años y de convertirme en “camarero-sacerdote” desde hace más de 42.


Unir en una misma celebración la Eucaristía, el amor fraterno y el ministerio ordenado nos ayuda a entender la profunda vinculación entre estas tres realidades esenciales para nuestra vida de fe. El “haced esto en conmemoración mía” nos recuerda que “cada vez que comemos su cuerpo y bebemos su sangre, anunciamos su muerte hasta que Él vuelva”.

Sin Eucaristía la fe corre el riesgo de convertirse en una experiencia disgregadora, perdida en la cueva de la conciencia individual. Hoy vivimos la fuerte tentación de privatizar la fe. La Eucaristía nos devuelve siempre nuestra vocación de pueblo. Los sacerdotes somos pueblo al servicio del pueblo. No hay nada más antilitúrgico que el clericalismo, esa “intervención excesiva del clero en la vida de la Iglesia, que impide el ejercicio de los derechos de otros miembros de ella” (RAE). 

Por último, tanto la Eucaristía como el ministerio ordenado están al servicio del amor y son una expresión de ese Jesús que “sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. El gesto del lavatorio de los pies es icónico. Nos ayuda a entender que el amor no es un sentimiento efímero, sino una actitud de entrega constante: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.


No sé dónde ni cómo viviréis este Jueves Santo los amigos que os acercáis a este Rincón. En cualquier caso, no dejéis de participar en la Eucaristía vespertina y, si podéis, reservad un tiempo esta noche para velar siquiera una hora con el Señor, para dejar que el silencio os ayude a entrar en el misterio de su entrega incondicional. Es probable que en algunos lugares participéis también en procesiones o representaciones. Cuando se viven con fe y no como mera teatralización de la pasión y muerte de Jesús, pueden ayudar mucho a ablandar la dureza del corazón, a avivar el estremecimiento ante el drama de Jesús y, sobre todo, a comprender que acompañarlo significa estar cerca de los crucificados de hoy. 

Acabo de escuchar en televisión unas declaraciones del actor Antonio Banderas en las que afirmaba que para él estos días se resumen en tres eses: “semana santa solidaria”. Creo que lleva razón. Él se refería al compromiso social de los verdaderos cofrades, pero se puede extender a todos los creyentes. Quizá por eso, quienes estos días, por motivos familiares o profesionales, tienen que acompañar a enfermos, moribundos, presos, indigentes, etc. viven una verdadera “semana santa” unidos al Jesús que sigue enfermando y muriendo.

A todos los amigos del Rincón os deseo un Jueves Santo de fe y fraternidad. Que las palabras de san Juan de la Cruz en su Cántico espiritual nos enseñen a vivir con profundidad la cena a la que el Señor nos invita:

La noche sosegada,
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.




miércoles, 16 de abril de 2025

No es una puesta en escena


Estamos a un tiro de piedra del Triduo Pascual. Millones de personas se ponen en camino hacia los lugares donde van a pasar estos días santos. El periódico El País publica hoy un interesante debate entre Jorge Marirrodriga y Jordi Gracia titulado ¿Es necesario conocer la tradición cultural cristiana? El primero cree que sí y el segundo piensa que no es imprescindible. La literatura se come las razones, pero merece la pena acercarse al debate. Creo que, para muchas personas, la Semana Santa es una “puesta en escena” de los últimos días de la vida de Jesús, una enorme representación teatral que en algunos casos resulta sublime y en otros casi ridícula. 

En muchas regiones de España los cofrades sueñan con que lleguen estos días para procesionar. Puede faltar la fe, pero nunca la pasión. Estas tradiciones tienen tal arraigo que atraviesan el muro de la secularización y enganchan con muchos jóvenes. Estremecimiento ante lo desconocido, sentido de pertenencia a un cuerpo, fascinación por la belleza que produce una historia de traición y muerte, compensación por las culpas cometidas… El cóctel es tan variado e inexplicable que puede producir una borrachera espiritual y estética.


Mientras la “puesta en escena” registra altas cotas de popularidad en la sociedad del espectáculo y el entretenimiento, la liturgia pugna por reivindicar su carácter de “memorial”, de actualización de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, no solo de recuerdo hermoso y emotivo. No son dimensiones incompatibles, pero tampoco fáciles de combinar. 

Entre la sobriedad de la celebración litúrgica del Viernes Santo y la emotividad de una procesión en el silencio de la noche, la mayoría se inclina por la segunda. Mucho tienen que cambiar las cosas para que la religiosidad popular y la liturgia se hermanen y se fecunden mutuamente. Además de una catequesis clara y atrevida, se requiere paciencia y creatividad. Ambas actitudes escasean en nuestras comunidades.


Quienes hacen de estos días una corta vacación de primavera no se rompen la cabeza con estas disquisiciones. Su preocupación principal es la meteorología, el precio de la gasolina y la subida en hoteles y restaurantes. Si hay tiempo entre excursión al monte o baño en la playa y cena con los amigos, tal vez se incluya la contemplación furtiva de alguna procesión o la asistencia a algún espectáculo como las representaciones populares de la Pasión. También Dios puede hablar a través de estos lenguajes, pero sin un mínimo de silencio contemplativo es casi imposible percibir su voz. 

Una minoría se retira a monasterios, organiza pascuas juveniles o participa en las celebraciones litúrgicas de las iglesias. Un año más nos preguntaremos si hemos entendido algo de una historia que parece de otros tiempos, cuando, en realidad, se repite a diario en el nuestro. Un año más tendremos que preguntarnos si nosotros nos situamos entre la masa de gente que pasa sin problemas del hosanna al crucifícalo o pertenecemos al pequeño grupo que acompaña a Jesús hasta el pie de la cruz y espera contra toda esperanza. Tenemos tiempo para ello. Solo nos falta una buena actitud.

martes, 15 de abril de 2025

Los famosos también mueren


Hoy todos los periódicos llevan a la primera página la noticia de la muerte de Mario Vargas Llosa. Según el color de cada uno de ellos, se destacan unos aspectos y se omiten otros. Todos coinciden en su enorme talla literaria. Si hubiera fallecido después de haber escrito La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966) y Conversación en La Catedral (1969), hubiera pasado con toda seguridad a la historia de la literatura en español como un representante del llamado boom latinoamericano. Pero resulta que siguió escribiendo hasta poco antes de morir. 

A diferencia de otros escritores, cuyo reconocimiento les llegó después de la muerte, Vargas Llosa fue premiado en vida. Recibió el premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1986, el Cervantes en 1994 y el Nobel de Literatura en 2010. Por si fuera poco, en 1996 ingresó en la RAE, en 2011 fue nombrado primer marqués de Vargas Llosa por el rey Juan Carlos y en 2021 fue elegido miembro de la Academia francesa, a pesar de que no escribió ni una sola obra en francés, aunque lo hablaba con fluidez. Su incursión en la política (fue candidato a la presidencia del Perú en oposición a Alberto Fujimori) y en la vida social (convivió varios años con Isabel Preysler) hicieron de él un personaje famoso, brillante y contradictorio a un tiempo. De admirador de Fidel Castro, por ejemplo, pasó a ser un crítico feroz de la dictadura castrista. Enemigo de todo nacionalismo (centralista o periférico), acabó asentándose en un liberalismo de corte muy personal. 


He leído varias obras suyas. No es mi escritor favorito, pero reconozco que es un genio de las letras. Disfruté con sus primeras obras y con La fiesta del chivo (2000). Solía leer también sus colaboraciones en El País. No he leído todavía su última novela Le dedico mi silencio, publicada en 2023. Un amigo mío del Perú, afincado ahora en Roma, me dijo hace tres días que ha disfrutado mucho leyéndola. Se trata de un homenaje a la música criolla peruana. 

No me atrevo a hablar mucho sobre la persona de Vargas Llosa o sobre su literatura porque para eso habría que tener un conocimiento del que carezco. Por otra parte, abundan tanto los análisis que es fácil perderse. Me detengo en una frase suya que me ha llamado la atención: “Escribir novelas es un acto de rebelión contra la realidad, contra Dios, contra la creación de Dios que es la realidad. Cada novela es un deicidio secreto, un asesinato simbólico de la realidad”. La frase puede sonar dura, casi irreverente, pero esconde algo admirable: la capacidad de vivir de forma consciente, tratando de hacerse cargo del misterio que nos envuelve, no limitarse a vegetar de manera pasiva. Y eso, por más que no se denomine así, es algo muy cristiano. Jesús nos invita a estar siempre en vela, a no dormirnos. Y también a no resignarnos ante el mal que nos rodea.

Aunque fue educado en el catolicismo, desde el punto de vista religioso se consideraba agnóstico. Lo explica así: “No soy un ateo, un ateo es también creyente. Cree que Dios no existe, ¿no es cierto? Soy un agnóstico, más bien, si es que soy algo. Alguien que se declara perplejo, incapaz de creer que Dios exista o que Dios no exista”. Esa perplejidad suele acompañar a las personas inteligentes. Son demasiado perspicaces como para hacer afirmaciones burdas sin un mínimo de fundamento. 

Cuando a la perspicacia se une la capacidad de asombro y la humidad, entonces el terreno está preparado para que crezca la semilla de la fe. Quisiera creer que ese hombre “incapaz de creer que Dios exista o que Dios no exista” ha vivido una experiencia de encuentro gratuito con el Misterio que nos sostiene, aunque no sepamos nombrarlo. La literatura de Vargas Llosa es una permanente exploración de una realidad que se le antojaba demasiado dura como para no buscarle grietas de trascendencia. Descanse en paz un explorador de pluma afilada y fecunda.



lunes, 14 de abril de 2025

El jornal de todo un año


Judas Iscariote debía de tener un máster en gestión empresarial. Cuando vio que María de Betania “tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera” (Jn 12,5) saltó como un resorte: “¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?” (Jn 12,6). Por si acaso el lector no adivina las verdaderas intenciones de Judas, el evangelista, a toro pasado, aclara: “Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando”. 

El evangelio de este Lunes Santo pone precio a la amistad con Jesús. Judas la tasa por lo bajo. María peca de exagerada. Derramar un perfume que cuesta trescientos denarios equivale a gastar lo equivalente a un año de trabajo. Y aquí está el intríngulis. El amor o es exagerado o no es amor. En realidad, el gesto de María de Betania, aun siendo hermoso y espléndido (“la casa se llenó de la fragancia del perfume”), es solo un pálido reflejo de un amor más grande. En el siguiente capítulo, el evangelio de Juan presenta cómo es el amor de Jesús: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).


Amar “hasta el extremo” significa hasta dar la vida, hasta morir. Lo que hace María es una anticipación de lo que hará Jesús. Incluso el perfume derramado se conecta con la muerte de su Señor. María unge el cuerpo de Jesús. Así lo interpreta el mismo Jesús: “Lo tenía guardado para el día de mi sepultura”. Hay una misteriosa relación entre amor y muerte. 

Meditar este exceso de amor al comienzo mismo de la Semana Santa nos ayuda a caer en la cuenta de la tacañería y mezquindad con la que solemos responder al amor infinito de Dios. A Él todo le parece poco cuando piensa en nosotros. A nosotros todo nos parece demasiado cuando pensamos en Él. Cuanto más ricos somos (en formación, relaciones, bienes materiales, etc.), más calculadores nos volvemos. Solo los pobres saben ser generosos sin programaciones, como si no hubiera un mañana. A veces, hasta nos permitimos criticarlos por su falta de previsión.


Una de las razones por las que nuestra fe se debilita es el afán de ser demasiado razonables, de no pasarnos de la raya. Dios no es así. Todo lo que hace es excesivo. Dios siempre se pasa de la raya. La creación entera es excesiva. Infinidad de galaxias, derroche de energía. No sería necesario ese dispendio cósmico para vivir bien. Jesús también es excesivo. Podía habernos manifestado su amor de una manera menos exagerada, sin someterse a la muerte en cruz. 

Los santos son siempre excesivos. Oran más de lo razonable. Se mortifican más de lo razonable. Sirven más de lo razonable. Aman más de lo razonable. Si los cristianos queremos parecernos a Jesús, tenemos que ser más excesivos. La generosidad no tiene que ser a cuentagotas, sino en cascada. Algo de esto nos enseña María de Betania derramando un perfume que cuesta un riñón. Nada menos que el salario anual de un obrero. ¿No podría haberse limitado a lavar los pies de Jesús con agua fresca? ¿A qué viene ese dispendio?

domingo, 13 de abril de 2025

Una palabra de aliento


Acabado el trabajo de la comisión, los últimos días de mi estancia en Roma han estado marcados por algunos encuentros con personas queridas. Cada uno ha sido único. Compartir la vida es siempre un regalo inmerecido. También he tenido tiempo para cruzar la Puerta Santa de la basílica de san Pedro confundido con la masa de gente. Lo hice en solitario ayer sábado a las tres en punto de la tarde, la hora de la muerte de Jesús. Mientras cruzaba el umbral, me acordaba de la entrada de Jesús en Jerusalén por la Puerta Hermosa, la que da al este, por la que -según la tradición- tendría que entrar el Mesías. He tenido ocasión de verla desde la falda del monte de los Olivos en varias ocasiones, pero no he podido cruzarla porque está cegada con piedras. 

La Puerta Santa de la basílica de san Pedro es amplia y está abierta de par en par. Se pasa por ella sin dificultad. Quizás tendría que ser más pequeña y estrecha para que todos comprendiéramos bien la experiencia y las palabras de Jesús: “Entrad por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos” (Mt 7,13-14).


En la plaza y en la basílica había mucha gente. Imagino que hoy Domingo de Ramos muchos acudirán de nuevo a esos lugares para celebrar el comienzo de la Semana Santa. Aunque no cesamos de repetir que vivimos momentos de gran secularización, ayer vi una marea de niños, jóvenes, personas adultas y ancianos que cruzaban la Puerta Santa, como “peregrinos de esperanza” en este Año Jubilar. 

Las motivaciones serán tantas como personas, pero todas ellas podían no haber peregrinado. Nadie les obligaba a hacerlo. ¿Por qué lo siguen haciendo en cifras millonarias? Quizás porque esperan la gracia del perdón, porque les parece que ese acto simbólico significa un acercamiento a Dios en compañía de otros pecadores. O tal vez porque -como leemos en la primera lectura de hoy- anhelan “una palabra de aliento”, un signo que les ayude a vivir con sentido.


Ayer por noche asistí a la interpretación del Stabat Mater de Pergolesi en la basílica del Corazón de María de Roma. La obra fue compuesta en 1736, meses antes de la muerte de su compositor provocada por la tuberculosis que padecía. Se caracteriza por el uso magistral de las disonancias, que expresan un emotivo patetismo. Quizá es preciso empezar la Semana Santa dejándonos afectar por el patetismo de la pasión de Jesús. Es verdad que la versión de Lucas que leemos este año dulcifica los momentos finales del Maestro. Si tenemos en cuenta que los evangelios fueron escritos a la luz de la resurrección, podemos preguntarnos por qué los autores no han pasado de puntillas por la pasión de Jesús ahorrándonos las escenas más dolorosas. 

La respuesta es contundente. Los evangelistas no consideran la pasión como un tiempo de debilidad o de derrota que sería mejor olvidar. El misterio pascual no es -como señala un teólogo- “un combate a dos rounds, en el que Jesús habría perdido el primero, para después recobrarse y ganar el segundo round y el combate mismo”. En realidad, la verdadera victoria de Cristo tiene lugar en la cruz. Este es el misterio tremendo y fascinante que celebramos en la Semana Santa, de la que el Domingo de Ramos es su obertura.


Apuntes sobre la narración de la pasión según Lucas
(tomados de Fitzmyer)

Lucas no es un narrador imparcial de la pasión. Su relato es el de un discípulo que vuelve a vivir la historia de su maestro. Exhorta a sus lectores a seguir a Jesús en el camino de la cruz. En el relato hay una exhortación a comprometerse personalmente. Se nos invita a reconocernos en la debilidad de Pedro, a dejarnos mirar con ternura por Jesús, a llevar su cruz junto con Simón.

Lucas menciona repetidamente cómo los discípulos seguían a Jesús. Siguieron a Jesús al jardín (Lc 22,39); Pedro le seguía a distancia (Lc 22,54). Lucas cambia el aoristo de Marcos por un imperfecto, para denotar una actitud, más bien que una ocurrencia puntual. Al omitir la referencia al lugar adonde se dirigían, el verbo “seguir” está tomado en un sentido absoluto, y puede expresar una actitud global, generalizada. La expresión “a distancia” reaparece cuando Lucas menciona a un grupo de amigos (Lc 23,49).

Hay también una gran multitud en pos de Jesús sin ninguna indicación de hostilidad. Las palabras de Jesús son una llamada al arrepentimiento. La multitud al final se da golpes de pecho (Lc 23,48) y se retiran con un corazón arrepentido. La actitud judía es mucho menos negativa que en Marcos o Mateo, y a Jesús no se le ve tan solo.

jueves, 10 de abril de 2025

Torres ilusorias


El sol romano ha dado paso a una suave lluvia de primavera. Me entero de que ayer el papa Francisco recibió por sorpresa, durante veinte minutos, a los reyes Carlos y Camilla, que se encuentran en visita oficial en Roma. Es una señal de que su recuperación prosigue a buen ritmo, casi como el trabajo de nuestra comisión. El Barça funde al Dortmund con una convincente goleada, mientras el Real Madrid sueña con una casi imposible remontada. 

El fútbol es una parábola de la vida. Hoy estás en la cúspide y mañana muerdes el polvo. Hay un himno litúrgico de Cuaresma que acentúa estos contrastes: “¿Altivez? ¿Honores? Torres ilusorias / que el tiempo derrumba. / Es coronamiento de todas las glorias / un rincón de tumba. / ¡No me des siquiera coronas mortuorias!”. Los honores que recibimos en esta vida son siempre “torres ilusorias que el tiempo derrumba”. La última estrofa del himno es todavía más osada: “Yo quiero la joya de penas divinas / que rasga las sienes. / Es para las almas que tú predestinas. / Solo tú la tienes. / ¡Si me das coronas, dámelas de espinas!”.


Es fácil despachar estos versos diciendo que reflejan una imagen sombría de la vida que no ha sido pasada por el filtro del evangelio, pero conviene no precipitarse. Ponen de relieve, con la belleza y el desgarro de la poesía, una verdad como un templo: que los éxitos humanos son siempre efímeros y que lo único que permanece es el sufrimiento de no satisfacer los deseos de plenitud que anidan en nosotros. No es necesario salpicar de ejemplos esta afirmación. A menudo, personas que van de “sobradas” por la vida, debido a la holgura de sus cuentas bancarias y de su fama, acaban cayendo como torres de naipes por un revés económico, una traición afectiva o una mala gestión. Y personas que se abren camino a base de esfuerzo, de luchas cotidianas, mantienen el ritmo de la existencia con esperanza. 

Los grandes escritores del barroco eran expertos en explorar estos contrastes. Hoy, emborrachados por el deseo de éxito continuo, nos venimos fácilmente abajo cuando algo se tuerce. Me dicen algunos amigos míos, profesores de colegios e institutos, que son frecuentes entre los niños y los adolescentes los ataques de ansiedad. No estamos preparados para que las cosas no salgan como a nosotros nos gustaría. No todo se puede conseguir a golpe de clic.


No es fácil encontrar cristianos de hoy que sepan apreciar el valor de “la joya de penas divinas”. Nos han repetido tanto que estamos llamados a ser felices, a disfrutar de la vida, que el evangelio es fuente de alegría, que asociamos cualquier sufrimiento a la infelicidad. Huimos de las penas como del mismo diablo. Y, sin embargo, hay “penas divinas” que no proceden de un mal funcionamiento psíquico o de una actitud negativa ante la vida, sino que son expresión de amor. Amar duele. Compartir los sufrimientos de otras personas duele. Abrazar los sacrificios de la vida duele. Trabajar sin dejarse llevar del estado de ánimo duele. Perdonar duele. Luchas contra los propios defectos duele. Asumir el peso de la vida duele. 

Por eso, la Cuaresma nos recuerda que debemos aprender “el arte del dolor”, pero no como una mera disciplina ascética y voluntarista, sino como una verdadera participación en la pasión de Cristo, que sigue sufriendo en nosotros. Es un dolor henchido de resurrección, abierto a la esperanza, pero consciente de la fractura del mundo y de nuestra propia fragilidad. Aceptarlo nos ayuda a afrontar el misterio de la vida sin perder los papeles, con una resiliencia redimida.