Llueve, sale el sol, vuelve a llover, baja la temperatura, sube ligeramente… En estos primeros días del mes de mayo el tiempo parece una noria que no para de dar vueltas. Algo parecido está sucediendo con las noticias que llegan de Roma. Según los periódicos que uno lea, los papables son unos u otros. Hay nombres comunes, pero se suele poner más el acento en lo que los periodistas desean que suceda que en lo que de hecho puede suceder, cosa que, por otra parte, nadie sabe. No hay encuestas que puedan deshacer esta incertidumbre.
Y esto es precisamente lo que atrae a muchas personas que ni siquiera pertenecen a la Iglesia: el caos que precede al orden, la imposibilidad de reducir todo a cálculos humanos. En tiempos en los que aspiramos a programar y controlar todo, nos sentimos seducidos por lo incontrolable. Los creyentes hablamos de la misteriosa acción del Espíritu Santo en la conciencia de los electores. Los no creyentes hablan del azar y la necesidad.
Mañana comienza el cónclave. La Capilla Sixtina se puede cerrar “con llave” (que eso es lo que significa cónclave), pero el Espíritu Santo es un insumiso. No hay llave que pueda encerrarlo. No me gustaría estar en la piel de los 133 electores. Y mucho menos en la de quien resulte elegido tras varios -¿cuántos?- escrutinios. Hay algo de sobrehumano en este procedimiento. La escenografía renacentista refuerza y embellece la solemnidad de un acto que ya de por sí resulta tremendo y fascinante.
He leído que hay casi 7.000 periodistas acreditados para cubrir la información de los acontecimientos de los próximos días. Imagino que las redacciones de los medios de comunicación estarán preparando las biografías de los más papables de los papables para lanzar la del elegido en cuanto asome el humo blanco por la pequeña chimenea.
A diferencia de lo que sucedió en marzo de 2013, esta vez no podré estar en la plaza de san Pedro para ser testigo de uno de esos momentos que se quedan guardados en la memoria. Procuraré seguirlo por televisión o por internet. Preveo que tendremos que incluirlo en el programa del retiro que comenzaremos el viernes 9 por la tarde con un grupo de amigos de este Rincón.
Tomando un poco de distancia del ruido mediático, me pregunto de qué manera afecta la elección de un Papa a nuestra vida cotidiana. No creo que ninguno de nosotros vaya a cambiar sus hábitos de vida una vez que conozcamos quién es el 267 sucesor de san Pedro. Seguiremos pensando, sintiendo y actuando como venimos haciéndolo hasta ahora. Y, sin embargo, aunque apenas nos demos cuenta, el estilo de vida y el magisterio de cada Papa nos influyen más de lo que a primera vista pudiera parecer.
A veces nos llegan de forma directa; la mayoría, a través de la liturgia, de las prácticas diocesanas y parroquiales, de los libros que leemos, del lenguaje que se privilegia y, en general, de la atmósfera eclesial que se crea en cada pontificado. Los papas no ejercen solo su liderazgo a base de documentos y nombramientos -como se decía tradicionalmente-, sino también mediante una nueva gestualidad que, en tiempos digitales, llega hasta los más recónditos lugares del mundo. Quizás por eso tenemos tanta curiosidad por saber quién será esa persona que nos va a pastorear en los próximos años. Mientras tanto, oremos “más allá de la noria”.