viernes, 7 de noviembre de 2025

La aventura de la soledad


Desde el lunes pasado funciona ya la calefacción en los despachos de la editorial. Junto con el cambio al horario de invierno, es el signo inequívoco de que estamos en el corazón del otoño. Los días se acortan y el termómetro va descendiendo poco a poco. Hay personas a las que este declive meteorológico les afecta en su estado de ánimo. A medida que el sol decrece, también ellas menguan un poco. 

El declive se acentúa cuando se vive en una situación de soledad no deseada, que afecta sobre todo a las personas mayores. El otoño no significa para ellas un tiempo de quietud y recogimiento, sino la estación que marca su yermo emocional. Lo pienso a menudo cuando, llegada la noche, me siento en mi butaca y me pongo a leer. Imagino a los ancianos que no tienen a nadie con quien comentar el día que termina o compartir la cena. La soledad no deseada es una epidemia moderna que expresa bien la cultura individualista que hemos ido creando en las últimas décadas. Espero que más pronto que tarde caigamos en la cuenta de sus nefastas consecuencias y reaccionemos.


Frente a esa soledad no deseada, hay otra apetecida, buscada, añorada. Cuando la vida nos lanza a múltiples encuentros y actividades, necesitamos de vez en cuando detenernos y estar a solas con nosotros mismos. Necesitamos un tiempo para saber por qué hacemos las cosas, qué o quién nos mueve, cómo son nuestros afectos, hasta qué punto amamos o usamos a las personas, qué experiencias nos llegan al corazón. 

Esta soledad buscada pasa, entre otras cosas, por un voluntario ayuno digital. Estamos pegados al móvil. Lo compruebo cuando viajo en metro. Más del 90% de los viajeros están pendientes de la pantalla de su celular. Pasan su tiempo deslizando el dedo por ella y atiborrándose de estímulos efímeros. Pero lo veo también a las 7,45 de la mañana cuando camino por la calle Princesa y veo a oficinistas y estudiantes que casi se chocan conmigo por caminar con el teléfono en la mano. Me pregunto qué información urgente necesitan recibir a esa temprana hora. Concluyo que la adicción digital no tiene límites. En vez de disfrutar de un paseo en silencio, abiertos al frío de la mañana, prefieren prolongar la dependencia que los llevó a acostarse pegados al móvil.


Sin soledad buscada no hay interioridad. Y sin interioridad no hay espiritualidad. Una sociedad adicta al móvil es potencialmente atea porque busca en el exterior lo que tendría que rastrear en el interior. Los muchos matices que esta afirmación gruesa necesita no eliminan su verdad. Hoy proliferan los retiros de fin de semana y los ejercicios anuales. Me temo que muchos de ellos sucumben al horror vacui (miedo al vacío) y se embalan en una espiral de charlas, meditaciones, conversaciones, etc. Aunque también esto es útil, quizá los ingredientes más necesarios sean el silencio y la soledad. 

Estar “cabe sí” se ha convertido casi en un lujo que pocos pueden permitirse. Nos cuesta convivir con nuestras sombras. Nos incomoda no tener nada que hacer. Nos cansamos enseguida de estar solos. Necesitamos estímulos que mantengan el cortisol alto. Buscamos distracciones. No caemos en la cuenta de que quien se distrae se aleja del centro. Solo cuando experimentamos que la verdadera soledad es siempre fecunda, cambiamos de actitud. Solo cuando descubrimos que nunca estamos más en comunión con los demás que cuando conectamos con nuestro centro personal acallamos la ansiedad. Es toda una aventura. No todos queremos o podemos vivirla.

jueves, 6 de noviembre de 2025

No quiero perdérmelo


Ha pasado una semana desde la última entrada. Regresé de Londres, estuve con los nuevos profesores de colegios claretianos de España en Colmenar Viejo y tuve un taller de dos días con el gobierno general y los consejos provinciales de las Esclavas de la Inmaculada Niña en Madrid. No he tenido tiempo de asomarme al Rincón. Ha sido tan copiosa la lluvia de estímulos recibidos en estos días que no sé cómo recogerla para que no se pierda. Me brota un sentimiento de sorpresa y gratitud. 

En Londres compartí la jornada del sábado 1 de noviembre con más de 60 religiosos y religiosas de todo el Reino Unido que trabajan en el campo de la pastoral juvenil y vocacional. Mi conferencia -desarrollada por la mañana y por la tarde- se titulaba “Following Jesus Christ in a VUCA-BANI world” (Seguir a Jesucristo en el mundo VICA-FANI). A cada exposición siguió un fecundo diálogo en grupos en torno a siete mesas redondas. En la compartición posterior me llamaron la atención dos cosas: las repetidas alusiones a los “mental health issues” y al “spiritual revival”. Parece que cada vez es más frecuente encontrar a adolescentes y jóvenes con “problemas de salud mental” (ansiedad, depresión, intentos de suicidio, etc.) y a otros que experimentan un “despertar espiritual”. Quizá hay una profunda conexión entre ambas realidades. Cuando acaban asfixiados por “una sobredosis de superficialidad” solo caben dos opciones: abandonarse a un futuro sin aire (ansiedad) o abrirse al “aire” nuevo del Espíritu (espiritualidad).


Curiosamente, mi viaje al Reino Unido ha coincidido con una proliferación de publicaciones en las que se habla de que “lo católico está de moda”. Como se puede leer en El giro católico, publicado por Diego S. Garrocho en El País, “existen señales que advierten de que lo católico está de moda o, si se prefiere, de que hay una vuelta a coordenadas espirituales que parecían proscritas”. Algo parecido opinan la escritora española Lucía Etxebarría o el colombiano Edwin Botero. Como indicadores de este “giro católico” se habla de la nueva estética religiosa de Rosalía en la presentación de su álbum Lux, del éxito de la película Los domingos, de los muchos jóvenes que acuden a conciertos de música religiosa y disfrutan con el silencio de las adoraciones eucarísticas y, sobre todo, del aumento significativo de conversiones y bautismos en jóvenes de 18 a 30 años. 

Cuando comenté este “giro” con los nuevos profesores de los colegios claretianos, ellos reconocieron el fenómeno, pero me alertaron sobre los rasgos egocéntricos y narcisistas que encierra. Para ellos, observadores atentos del mundo juvenil, este “despertar espiritual” tiene mucho de hartazgo materialista, pero, sobre todo, de búsqueda de bienestar emocional en una sociedad que produce continuos “mental health issues”. En cualquier caso, es un giro que la izquierda no se explica y que demuestra que no hay forma humana (filosófica, política, cultural o económica) que pueda borrar del ser humano su ansia de trascendencia, su sed de Dios.


El tiempo irá cribando las cosas. Yo creo que es una oportunidad para acompañar de cerca estos fenómenos, para escuchar con más empatía y paciencia las búsquedas de los adolescentes y jóvenes, para hacerse cargo de sus fragilidades y expectativas, para preguntarse por qué están hartos y cansados. Y, sobre todo, para acercarlos a Jesús. Es mejor no andarse por las ramas. El único que puede entrar en el misterio personal de los jóvenes e iluminar su vacío es Jesús. Nosotros nos limitamos a repetir las palabras de María en las bodas de Caná: “Haced lo que él os diga”. 

¿No es apasionante comprobar que la “incertidumbre histórica” nos libera de todos los determinismos? Cuando muchos se empeñan en certificar la muerte de Dios, la generación Z, más libre de prejuicios que las anteriores, nos sorprende con búsquedas imprevisibles. Se necesita un espíritu nuevo para acompañar este desafiante momento. Yo no quiero perdérmelo.