Ayer terminamos la oración matutina de mi comunidad cantando un viejo canto que hacía tiempo que no sacábamos de nuestra bodega interior. Inevitablemente me llevó a mis años de infancia cuando, llegado el mes de mayo, teníamos todos los días un momento de oración mariana que siempre comenzaba así: “Venid y vamos todos / con flores a porfía /, con flores a María / que madre nuestra es”.
Casi todos tropezábamos en la famosa palabra -porfía- porque no sabíamos lo que significaba. Imagino que más de uno la sustituiría por Porfiria u otros términos semejantes. La locución adverbial “a porfía” significa “con emulación y competencia”. O sea, que lo que quería decir la vieja expresión era que todos rivalizábamos para ver quién llevaba más flores a María, no a una desconocida señora llamada Porfiria o a otros innombrables destinatarios.
Tengo la impresión de que el mes de mayo ha perdido la aureola de mes mariano por excelencia. Es verdad que en algunos colegios católicos y parroquias se siguen organizando rosarios de la aurora y actos semejantes, pero no con la frecuencia e intensidad de antaño. Pasa el tiempo. Cambian los modos. Lo que importa es no perder de vista el significado de María en la comunidad de los discípulos de ayer y de hoy.
La Iglesia no es la comunidad de Jesús si no tiene en cuenta el “principio mariano”. ¿Cómo expresamos hoy nuestra relación personal con la madre de Jesús? ¿Cuáles son las nuevas expresiones de devoción mariana? Muchas personas siguen recitando a menudo el rosario. Esa oración repetitiva les parece el mejor modo de sumergirse en los misterios de Jesús acompañados por su madre. La repetición -lejos de resultarles cansina y aburrida- les ayuda a pacificar el espíritu. Es como cuando los enamorados repiten el “te quiero” sin prestar atención a las palabras, dejándose llevar por la fuerza de los sentimientos.
Hemos comenzado el mes de mayo con grandes novedades en la vida de la Iglesia. El papa León XIV empezó su pontificado saludándonos con la paz de Cristo resucitado. Esto es precisamente lo que más necesitamos en el actual contexto mundial de confrontación, rearme e incertidumbre: paz. La memoria de la Virgen de Fátima, que celebramos ayer, también está vinculada a la paz en el mundo.
Dirigiéndose hoy mismo a los participantes en el Jubileo de las Iglesias Orientales, el papa León XIV les ha dicho: “¿Quién más que vosotros puede cantar palabras de esperanza en el abismo de la violencia? ¿Quién más que vosotros, que conocéis tan bien los horrores de la guerra, que el papa Francisco ha llamado «martiriales» a vuestras Iglesias? Es verdad: de Tierra Santa a Ucrania, del Líbano a Siria, de Oriente Medio a Tigray y al Cáucaso, ¡cuánta violencia! Y sobre todo este horror, sobre las masacres de tantas vidas jóvenes, que deberían provocar indignación, porque, en nombre de la conquista militar, son personas las que mueren, destaca un llamamiento: no tanto el del Papa, sino el de Cristo, que repite: «¡La paz esté con vosotros!» (Jn 20,19.21.26). Y precisa: «Os dejo la paz, os doy mi paz. No como la da el mundo, yo os la doy» (Jn 14,27). La paz de Cristo no es el silencio sepulcral después de un conflicto, no es el resultado de una superación, sino que es un don que mira a las personas y reactiva su vida. Recemos por esta paz, que es reconciliación, perdón, valor para pasar página y volver a empezar”.
Quienes seguimos llevando flores a María “a porfía” le pedimos de manera especial en este tiempo convulso el don de la paz. Hacemos también nuestras las palabras de León XIV: “Los pueblos quieren la paz y yo, con el corazón en la mano, digo a los dirigentes de los pueblos: ¡reunámonos, dialoguemos, negociemos! La guerra nunca es inevitable, las armas pueden y deben callar, porque no resuelven los problemas, sino que los aumentan; porque pasará a la historia quien siembra paz, no quien cosecha víctimas; porque los otros no son ante todo enemigos, sino seres humanos: no villanos a los que odiar, sino personas con las que hablar. Rechazamos las visiones maniqueas típicas de las narrativas violentas, que dividen el mundo en buenos y malos”. Más claro, agua.