viernes, 2 de mayo de 2025

El principio Gamaliel


La pasada noche ha sido tormentosa. Desde mi cama oía los truenos y la fuerte lluvia que caían sobre Madrid. Hoy, fiesta de la comunidad autónoma, se prevé pasado por agua, aunque con algunos intervalos de sol. La temperatura es suave. En medio de la tormenta meteorológica y de la tormenta mediática que rodea al próximo cónclave, la primera lectura de la misa de hoy nos ofrece un criterio de discernimiento que es útil para este caso y también para afrontar la proliferación de grupos cristianos de diverso signo que reivindican ser los intérpretes seguros del evangelio. 

La experiencia nos dice que a menudo líderes y grupos que se presentan como adalides de la ortodoxia, que tienen un gran tirón inicial, esconden turbios intereses y son nido de manipulaciones y abusos. No hay que pensar solo en el Sodalicio de Vida Cristiana recientemente suprimido por la Santa Sede. Por eso, no conviene precipitar el juicio. Desde los primeros compases de la historia de la Iglesia se ha dado mucha importancia al “principio Gamaliel”; es decir, al criterio que este prudente fariseo, doctor de la ley, ofreció a los miembros del sanedrín judío en relación con los cristianos. Los Hechos de los Apóstoles lo resumen con estas palabras: “No os metáis con esos hombres; soltadlos. Si su idea y su actividad son cosa de hombres, se disolverá; pero, si es cosa de Dios, no lograréis destruirlos, y os expondríais a luchar contra Dios”.


En la exhortación apostólica Evangelii gaudium el papa Francisco formula cuatro principios que nos ayudan a discernir la compleja realidad actual. Uno de ellos se formula así: “El tiempo es superior al espacio” (nn. 222-225). Lo explica con estas palabras: “Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo”. 

A veces, emitimos juicios rápidos sobre personas e instituciones sin esperar un tiempo prudente para ver cómo evolucionan. Otras queremos recoger frutos inmediatos de nuestra siembra pastoral sin tener la paciencia del labrador que sabe aguardar el tiempo oportuno. Hay que saber esperar para que el paso del tiempo vaya cribando lo verdadero de lo falso, lo aparente de lo consistente, lo popular de lo auténtico. La Iglesia aplica este principio a muchas situaciones. Por eso se dice que, a diferencia de otros grupos humanos, mide el tiempo por siglos, no por días o por años. Puede tomar decisiones equivocadas, pero, por lo general, tiene la flexibilidad suficiente para andar sobre sus pasos. Por eso, con la ayuda del Espíritu Santo, sigue más viva que nunca después de veinte siglos. Esto no lo entienden quienes llevan certificando su defunción desde hace mucho tiempo.


El “principio Gamaliel” es útil también para la educación de los hijos, el acompañamiento de grupos y comunidades, los frutos del camino sinodal de la Iglesia, etc. Muchos padres y pastores quisieran que los cambios se produjeran automáticamente a golpe de órdenes y decretos, pero la vida no funciona así. Todo verdadero crecimiento exige tiempo y paciencia. La carta de Santiago lo resume así: “Por tanto, hermanos, esperad con paciencia hasta la venida del Señor. Mirad: el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía. Esperad con paciencia también vosotros, y fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca” (Sant 5,8). 

Es muy probable que el paso de una cultura agrícola y rural (acostumbrada a la espera paciente) a otra industrial y urbana (acelerada y productivista) nos haya ido incapacitando para vivir sin ansiedad y para acompañar con sabiduría los procesos de crecimiento personales, familiares e institucionales. En tiempos en que los medios de comunicación digitales quieren que todo se produzca al instante, el “principio Gamaliel” es más necesario que nunca.



jueves, 1 de mayo de 2025

Agua de mayo


Mayo comienza con el cielo nublado y una lluvia suave. Despedimos abril con los ecos de la muerte del papa Francisco. Hacia el final de la segunda semana de mayo tendremos probablemente un nuevo Papa. Desde el punto de vista mediático, se está produciendo un fenómeno curioso. Tras los panegíricos quizá excesivos de los primeros días (como los que suele publicar la página Religión Digital), están apareciendo artículos cada vez más críticos sobre el papado de Francisco, tanto en los medios generalistas como en las publicaciones católicas. O, por lo menos, más neutrales, como el que escribe el obispo estadounidense Robert Barron titulado Francis in Full (algo así como Francisco al completo). 

Algo parecido sucede con los papables del próximo cónclave. Los medios están hinchando y luego desinflando nombres como Parolin, Tagle, Zuppi, Aveline, Pizzaballa, Erdo, Arborelius, Grech, Ranjith, Ambongo, Prevost o Dolan. Todo esto pertenece a estrategias comunicativas y, en algunos casos, a verdaderas campañas de ensalzamiento o desprestigio que persiguen intereses corporativos de signo opuesto. También muchos no católicos hacen sus apuestas. Esperemos que el precónclave largo preparare un cónclave corto. 

En cualquier caso, la vida de la Iglesia sigue adelante. Nadie duda del significado del “ministerio petrino” y del estilo que cada Papa le imprime, pero, aun siendo esto importante, no tiene por qué condicionar en exceso la vida de fe de las personas y comunidades. Si pudimos creer con Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, podremos seguir haciéndolo con el próximo Papa. Me parece un poco infantil hacer depender la vida de la Iglesia del perfil del Papa de turno.


El Papa es elegido por el colegio de cardenales electores, no por el Espíritu Santo. Cuando invocamos durante estos días al Espíritu no es para que sustituya “mecánicamente” a los cardenales, sino para que les dé el don del discernimiento, de forma que puedan elegir a la persona que mejor contribuya a pastorear la Iglesia universal en este momento. Eso no significa que el elegido tenga que ser el más santo, el más inteligente, el mejor teólogo, el mejor pastor, el mejor organizador, el más políglota o el más comprometido con los pobres. 

En cualquier caso, tiene que ser alguien enamorado de Cristo y servidor de su Iglesia. La pregunta que Jesús le formula a Pedro después de la resurrección no es si ha hecho una terapia de rehabilitación tras su huida o si ha realizado un curso de liderazgo, sino si lo ama de verdad.

Este enfoque puede sonar demasiado simplista, pero pone el acento en lo esencial: el amor. Todas las demás cualidades pueden ayudar a ejercer el ministerio petrino si están ancladas en ese amor incondicional a Jesús, que es el verdadero centro. Por otra parte, el ejercicio fiel y eficaz de la responsabilidad del sucesor de Pedro pasa también por el nombramiento de buenos colaboradores. 

Hoy, en una Iglesia tan grande y multicultural, es impensable ejercer el ministerio de forma personalista, por más que el Código de Derecho Canónico siga centrando todo en la figura del Papa: “El Obispo de la Iglesia Romana, en quien permanece la función que el Señor encomendó singularmente a Pedro, primero entre los Apóstoles, y que había de transmitirse a sus sucesores, es cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra; el cual, por tanto, tiene, en virtud de su función, potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente” (c. 331).


El 1 de mayo está ligado también a la figura de san José obrero, al Día Internacional de los Trabajadores, al comienzo del “mes de María” en algunas regiones del mundo y este año al comienzo de un largo puente que muchos aprovecharán para salir de sus residencias habituales. Necesitamos desconectar porque el ritmo laboral es para muchos trabajadores bastante insatisfactorio. 

No es fácil encontrar personas que estén contentas con su trabajo. Casi siempre algo funciona mal: el ambiente con los compañeros y jefes, la remuneración económica, la salvaguarda de los derechos, la realización de las expectativas, la conciliación con la vida familiar, etc. En pocas empresas se logra una combinación equilibrada de todos estos elementos. Por otra parte, no es fácil alcanzarla en un contexto social en el que la productividad se suele colocar casi siempre por encima de la persona, pero este es otro cantar.

miércoles, 30 de abril de 2025

Ya queda poco


Faltan diez días para el retiro de los amigos del Rincón de Gundisalvus. Todavía hay varias plazas disponibles. Por eso, dedico la entrada de hoy a animaros a quienes estéis todavía dubitativos. Estamos viviendo momentos desafiantes para la vida del mundo y de la Iglesia. La reciente muerte del papa Francisco y la próxima elección de un nuevo papa (previsiblemente un poco antes de comenzar el retiro o durante su celebración) marcan el final de una etapa y el comienzo de otra. Necesitamos estar despiertos, compartir nuestras preguntas e inquietudes, buscar luz en la Palabra de Dios y, en definitiva, situarnos en este nuevo contexto.

Por otra parte, el tiempo de Pascua es una invitación permanente a cultivar la esperanza, sobre todo cuando se multiplican los indicadores de incertidumbre y preocupación. El gran apagón del pasado lunes es como una metáfora de las luces que se apagan, pero tambien de las que, tras un tiempo de oscuridad, se encienden.

Os dejo los datos del retiro por si alguien se anima a participar en él. Sería conveniente comunicarlo antes del próximo domingo 4 de mayo a mi teléfono móvil (si es que sabes el número) o a la dirección de correo electrónico que figura en el siguiente recuadro. ¡Ánimo!




martes, 29 de abril de 2025

El gran apagón


No he tenido que romperme la cabeza para titular la entrada de hoy. En sus ediciones impresas, tanto El País como el ABC han elegido el mismo título: El gran apagón. Suena a película clásica de Hollywood. Reconstruyamos los hechos. Lunes 28 de abril de 2025. A las 10,00 me reúno con todo el equipo de la editorial para el briefing de los lunes. Uno de los periodistas nos comunica que va a ser padre por sexta vez. Asombro y felicitaciones. Andamos apurados con el encarte sobre el papa Francisco que vamos a incluir en el número de mayo de la revista Vida Religiosa. A las 11,30 hacemos una pausa para tomar un café. Enseguida reanudamos el trabajo. Hay ganas de tener todo listo antes del puente de mayo. 

A las 12,33 se va repentinamente la luz. Comprobamos que no es una avería casera. Vemos que tampoco hay luz en un supermercado que está al otro lado de la calle. Se forman corrillos de gente en la acera. No sabemos el alcance de lo que ha pasado. No funcionan los teléfonos ni hay conexión a internet. Empiezo a mosquearme. Para relajar el ambiente, suelto una bobada: “¡Atención, chicos, es el comienzo de la tercera guerra mundial!”. Se me ocurre ir a buscar un pequeñísimo transistor que conservo en algún cajón de mi cuarto. Por suerte, tiene unas pilas diminutas en buen estado. Desplazo la tecla del off a FM y -¡oh milagro!- funciona. Sintonizo RNE. Enseguida nos enteramos de que se ha producido un apagón general en toda la península ibérica (España y Portugal) y en algunos puntos del sur de Francia. Se amontonan las informaciones sobre trenes detenidos, caos circulatorio en las grandes ciudades, etc. Decidimos que todos los empleados regresen cuanto antes a sus casas.


Me paso la tarde pendiente del transistor. Pasan las horas sin informaciones oficiales. Hacia las seis escucho la alocución del presidente del gobierno. Describe lo que está pasando, da algunas recomendaciones, nos asegura de que “todo está bajo control”, pero no informa sobre las causas del apagón. Se cura en salud con una frase muy socorrida cuando estalla una crisis: “Todas las hipótesis están abiertas”. Tenemos una reunión comunitaria a las siete. Tomamos conciencia de la situación, rezamos vísperas aprovechando la luz de la tarde y adelantamos la cena. Se respira serenidad, pero también preocupación por las personas más afectadas. 

A las 8,30 de la tarde -ocho horas después del apagón- vuelve la luz. Recorremos la casa apagando interruptores abiertos. La vida parece recobrar la normalidad, aunque en la vecina calle Princesa sigue apagado el alumbrado público. Consigo hablar con algunos familiares y amigos. Todo parece estar en orden. Poco a poco, se va recuperando la normalidad. Se multiplican las noticias sobre el comportamiento ejemplar de los ciudadanos: familias que han acogido en sus casas a viajeros varados en las estaciones de tren, espontáneos que se han puesto a dirigir el tráfico cuando los semáforos no funcionaban, automovilistas que han transportado en su coche a personas que no disponían de otra alternativa, etc. En esta crisis el bien ha ganado por goleada al mal.


Otras noticias de importancia (por ejemplo, el comienzo del cónclave el próximo día 7 de mayo, el procesamiento del hermano del presidente del gobierno, etc. ) pasan a un segundo plano. Como sucede siempre que se produce alguna crisis, hoy se multiplican las preguntas sobre sus causas, su gestión por parte de las autoridades, la respuesta ciudadana, las lecciones aprendidas, etc. Si los días pasados todos éramos vaticanólogos aficionados, hoy nos hemos convertido en ingenieros industriales y discutimos acaloradamente sobre todo lo que pasó. Siempre pensamos que nosotros lo hubiéramos hecho mejor que los técnicos y los políticos, aunque no tengamos ni la más mínima idea de cómo funciona el sistema eléctrico. 

No entro en el debate. Me quedo con algo muy positivo. En mi comunidad -desconectados a la fuerza de internet- tuvimos más tiempo para hablar, rezar, preparar la cena, lavar los platos y, en definitiva, interrumpir el ritmo ordinario y disfrutar de un tiempo más relajado. Me acordé del cartel que figura en algunos bares y otros establecimientos: “Aquí no tenemos wifi. Hablen entre ustedes”. Por unas horas descubrimos el placer de no hacer nada, leer, escuchar la radio (como en los viejos tiempos), desempolvar linternas y velas, conversar sin prisas y estar libres del omnipresente móvil. La llegada de la luz a las 20,30 nos devolvió a la cruda realidad.


domingo, 27 de abril de 2025

Paz a vosotros


El II Domingo de Pascua cierra una semana intensa y hermosa. El lunes nos levantábamos con la inesperada noticia de la muerte del papa Francisco. Ayer sábado se celebró su funeral en la plaza de san Pedro y su posterior inhumación en la basílica de Santa María la Mayor. La homilía del cardenal decano Giovanni Battista Re -un italiano jovial de 91 años- trazó una silueta del Papa y acentuó algunas de sus prioridades pastorales, especialmente su lucha infatigable por la paz. Este es precisamente el saludo del Resucitado que se repite por tres veces en el evangelio de hoy. 

Además de todo lo relacionado con la muerte y funeral del papa Francisco, la semana nos ha deparado otros muchos acontecimientos. En mi caso, he estado de miércoles a viernes volcado en la 54 Semana Nacional de Vida Consagrada. Me hubiera gustado haber escrito sobre ella, pero no he dispuesto de tiempo. Recogeré alguna de sus aportaciones en los próximos días. Ayer por la tarde pude acercarme también a la Fiesta de la Resurrección que se celebró por tercer año consecutivo en la plaza de Cibeles. No fue necesario despejarla pronto porque los seguidores del Real Madrid no pudieron celebrar la victoria en la Copa del Rey, que se fue al Barcelona tras un partido memorable.


Ahora, con la tranquilidad de una mañana primaveral, vuelvo sobre lo vivido a la luz de la Palabra de Dios. El diálogo del Jesús resucitado con el dubitativo Tomás ilumina el tiempo que estamos viviendo. Cuando sus compañeros le dicen al ausente Tomás que han visto al Señor, éste reacciona como cualquiera de nosotros cuando se ve invitado a creer lo que no ha visto: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. Tomás no es más incrédulo ni más traidor que los demás. Es el representante de todos los creyentes de las generaciones venideras que “no hemos visto” al Señor. Él quiere estar seguro de que el Resucitado no es un fantasma -y mucho menos un espejismo-, sino el mismo con quien él ha convivido y que ha muerto en la cruz. Quiere saber, en definitiva, si hay una continuidad entre el Crucificado y el Resucitado. 

Para encontrar una respuesta a esta inquietud no es suficiente amontonar testimonios, afinar la crítica textual y usar otro tipo de procedimientos forenses. Lo esencial es fiarse de la misma palabra de Jesús que -como a Tomás- nos dice: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. No podemos meter las manos en el costado herido del Jesús histórico, pero podemos tocar las heridas de los innumerables “cristos” actuales que lo representan. Confesar a Jesús como Señor y Dios no es el resultado de un raciocinio impecable, sino la gracia concedida a quienes están dispuestos a “tocar” al Cristo herido. El texto de Juan ni siquiera dice que Tomás tocara a Jesús, sino que, ante su invitación, a Tomás se le caen las escamas de la duda y cree de verdad. Siguiendo el lema de la Semana de Vida Consagrada, se podría decir que también en este caso “lo afectivo es lo efectivo”.


Jesús termina su diálogo con Tomás profiriendo una bienaventuranza que se añade a las proclamadas en otros momentos de su vida terrena: “Dichosos los que crean sin haber visto”. El tenor literal suena como una herejía racional para quienes vivimos en un contexto en el que la verdad se reduce a su medición empírica. Una vez más, la fe cristiana aparece como una experiencia contracultural, insubordinada a los dictados de “lo científicamente correcto”

La fe, como el amor, no necesita “pruebas”, sino algo mucho más radical, verdadero y definitivo: confianza. Sin ella, todo queda al arbitrio de nuestro limitado raciocinio. Mientras nosotros ponemos el acento en las capacidades (limitadas) del propio yo hasta límites exasperantes, el Resucitado sigue diciéndonos: “Paz a vosotros”. La paz (shalom) que él nos regala es la armonía que nuestro pecado personal y social ha roto. 

Estamos viviendo tiempos de ruptura. Por eso, en su homilía de ayer, ante muchos líderes mundiales, el cardenal Re dijo: “El papa Francisco elevó incesantemente su voz implorando la paz e invitando a la sensatez, a la negociación honesta para encontrar soluciones posibles, porque la guerra —decía— no es más que muerte de personas, destrucción de casas, hospitales y escuelas. La guerra siempre deja al mundo peor de como era antes: es para todos una derrota dolorosa y trágica”. Si la guerra es una derrota, solo la paz es una verdadera victoria.




martes, 22 de abril de 2025

Un padre necesario

Ayer y hoy han sido días frenéticos. La muerte del papa Francisco ha repercutido directamente en el programa de la Semana Nacional de Vida Consagrada que empezaremos mañana y en el especial de la revista Vida Religiosa que llevábamos preparando desde hace días. Ha sido como un tsunami informativo. Los medios generalistas le están dedicando tanta atención que me temo que en muchas personas acabará produciendo desinterés y hasta hartazgo. Nos quedan semanas de cotas informativas. Conviene dosificar las cosas. 


Hoy casi todo el mundo (creyentes y no creyentes) se declara ferviente admirador de Francisco, por más que en muchos casos sus convicciones y opciones vayan en direcciones opuestas. No sé si entre tantos análisis y panegíricos quedará algún asunto sin tocar. Todos nos estamos convirtiendo en expertos vaticanistas de tanto oír hablar de ritos funerarios, congregaciones generales y particulares, cónclave, ministerio petrino, etc. 

Lo referente al Vaticano tiene un enorme tirón mediático, aunque solo sea para criticarlo y en algunos casos ridiculizarlo. Ningún líder del mundo merece tanta atención como el obispo de Roma. ¿De dónde nace este interés? ¿Solo de la personalidad del pontífice de turno o de la solemnidad de las tradiciones romanas? Quiero adivinar que hay algo más profundo, aunque no siempre esclarecido.


En una “sociedad sin padre”, ahíta de líderes tóxicos y huérfana de líderes éticos, el Papa de Roma -y muy concretamente Francisco- representa una referencia, un punto de apoyo. Necesitamos padres, aunque sea para construir nuestra identidad oponiéndonos a ellos, “matándolos”, psicoanalíticamente hablando. Francisco, anciano y enfermo, ha representado la figura de ese padre que nos recuerda que hay realidades en las que creer, causas por las que luchar, sueños que cumplir, incluso aunque no estemos dispuestos a secundarlo en nada. 

Necesitamos saber que alguien se toma en serio estas realidades para no acabar ahogados en el mar del nihilismo. A renglón seguido escrutaremos su figura para descubrir en ella todas las grietas posibles. De esta manera se nos harán más tolerables nuestras propias fragilidades. Más allá de su significado espiritual para los cristianos, el papa de Roma ejerce un rol simbólico de primer nivel. No es extraño, pues, que durante unos días su nombre ocupe todos los periódicos del mundo.

lunes, 21 de abril de 2025

La última frontera

He escrito tantas veces sobre el papa Francisco en este Rincón que, al llegar el momento de su muerte, casi no sé qué añadir. Aunque, según el comunicado del cardenal Farrell, camarlengo de la Iglesia Católica, el papa Francisco ha muerto a las 7,35 de este lunes de la octava de Pascua en su residencia de la Casa Santa Marta, yo me he enterado a las 9,58. Enseguida he comprendido que el momento de su muerte ha sigo un regalo de Dios. Tras haber vivido un verdadero triduo pascual en comunión con Jesucristo, ha sido llamado a la casa del Padre al alba, en plena Pascua, cuando los cristianos celebramos el triunfo de Cristo sobre la muerte. ¿Hay un día mejor para cruzar la última frontera? 

Ayer vi su imagen en televisión. Parecía un hombre derrotado. Aún así, se atrevió a impartir la bendición urbi et orbi desde el balcón de la basílica de san Pedro y saludar a los fieles congregados en la plaza. Hoy parece evidente que ese paseo en papamóvil fue en realidad una despedida. No quiso partir de este mundo sin dar las gracias a los fieles que lo han sostenido con su oración. Si algo ha pedido este Papa a lo largo de los doce años de su pontificado ha sido que orásemos por él. Lo hemos hecho a diario.


Los medios de comunicación de todo el mundo no cesan de bombardearnos con informaciones y reflexiones de todo tipo. Nos aguardan semanas de inflación vaticana. Se hablará de la vida del papa Francisco, de su funeral, de las congregaciones generales de los cardenales, del cónclave que elegirá a su sucesor, de los papables y finalmente del nuevo Papa. Se pondrá de moda la película Cónclave y empezarán las quinielas de todo tipo. Incluso las personas alejadas de la Iglesia participarán en esta especie de apuesta universal. Todo esto es noticiable, pero, en el fondo, muy secundario. La vida de la Iglesia es mucho más rica que lo que sucede en Roma. 

Yo me detengo ahora en la persona de Jorge Mario Bergoglio, elegido Papa el 13 de marzo de 2013. Tuve la suerte de verlo por primera vez aquella tarde lluviosa en el balcón de la basílica de san Pedro. No pude imaginar entonces la revolución que se nos venía encima. Quizá lo de menos es todo lo que ha realizado en estos doce años. Tal vez el Espíritu lo eligió para abrir procesos de larga duración que, no sin sobresaltos, ayudarán a la Iglesia a entrar de lleno en el siglo XXI.


Sé que hay personas influyentes (entre las que se cuentan algunos obispos y teólogos) que han criticado a Francisco por ser un Papa superficial, sin la hondura y la finura teológica de Benedicto XVI. Les recomendaría leer el libro de Massimo Borghesi titulado Jorge Mario Bergoglio. Una biografía intelectual. Tal vez ese libro podría ayudarles a despejar algunas dudas. Y también otro del mismo autor titulado El desafío Francisco. Del neoconservadurismo al “hospital de campaña”. Cada uno es muy libre de expresar sus opiniones, pero conviene hacerlo desde una información objetiva, libre de prejuicios y empática. 

Hoy, de todos modos, lo más importante es dar gracias a Dios por este profeta que nos ha regalado, no solo por sus grandes aciertos, sino también por sus perplejidades y meteduras de pata. Si Pedro, el primer líder de la comunidad, las tuvo, ¿por qué no habrían de tenerlas sus sucesores? La acción de Dios se abre camino en la fragilidad humana. No creemos en el Papa como si fuera un semidios. Creemos en Jesucristo, a quien el Papa sirve como testigo de excepción asistido por el Espíritu Santo. Francisco era muy consciente de su condición pecadora. La reconoció desde el primer momento. Nunca quiso ponerse como ejemplo de nada. Se sentía más a gusto caminado con el pueblo de Dios, que por encima de él.

Desde este Rincón quiero dar gracias a Dios de corazón por la vida del papa Francisco, con quien pude encontrarme en varias ocasiones. La primera fue el 11 de septiembre de 2015. Nunca olvidaré su invitación a adorar, caminar y acompañar. Pido a todos los amigos que oremos juntos por su eterno descanso y que procuremos acoger sus grandes intuiciones para vivir la fe con más brío en este apasionante tiempo que nos ha tocado vivir.