
Hay días anodinos y días memorables. Ayer fue uno de esos días que pertenecen a la segunda categoría. Animé una jornada de retiro con quince claretianos pertenecientes a las tres comunidades de Las Palmas de Gran Canaria y de Santa Cruz de Tenerife. Compartimos la oración, la reflexión, el silencio, la comida y el diálogo. Buscamos motivos para vivir con esperanza nuestra vocación misionera en un contexto muy desafiante. Esta es nuestra hora. No se trata de retrasar nuestro reloj o de adelantarlo precipitadamente. El reto está en vivir con intensidad el tiempo presente.
También en este primer tercio del siglo XXI es posible seguir a Jesús y compartir el camino con todos aquellos que escuchan su voz. Era imposible celebrar nuestra jornada de retiro sin tener como trasfondo la experiencia de las cinco campañas misioneras que nuestro fundador desarrolló en Gran Canaria y Lanzarote entre marzo de 1848 y mayo de 1849. Claret dejó las Islas Afortunadas dos meses antes de fundar nuestra congregación en Vic el 16 de julio de 1849. La experiencia canaria fue el espaldarazo que necesitaba para dar forma a un proyecto que llevaba acariciando hacía años.

Por la tarde, acompañado por el superior de la comunidad, subí al hermoso pueblo de Teror donde se encuentra la basílica de Nuestra Señora del Pino. Caía la tarde. La temperatura era suave. Al fondo se veían unas nubes lánguidas. Entré en el recinto con profunda emoción. Decir Virgen del Pino es evocar la advocación mariana de mi pueblo natal. Mi madre y una de mis hermanas llevan también este nombre. Subí al camarín donde está la imagen que hace vibrar a los canarios. Oré ante ella. Recordé a mis seres queridos. Tomé alguna foto de recuerdo.
Sentí que la casa de la Madre es acogedora en todas partes. Su nombre cambia (Pino, Pilar, Fuencisla, Guadalupe, Fátima…), pero su maternidad es siempre la misma. Ella conserva la Palabra en su corazón y nos invita a hacer lo que Él nos diga. Acaricia al niño recién nacido y permanece de pie junto a la cruz de su Hijo ajusticiado. Es Madre en todas las circunstancias de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte, desde la concepción hasta la resurrección.

A las siete celebramos allí mismo la Eucaristía con una treintena de personas: fieles del pueblo y algún peregrino como nosotros. En la homilía evoqué también el lazo que une a la patrona de Canarias y a la de Vinuesa. Ni siquiera los sacristanes de la basílica habían oído hablar de que en un pequeño pueblo de la montaña soriana hubiera “otra” Virgen del Pino. Les picó la curiosidad. Es probable que al llegar a su casa hicieran alguna búsqueda en internet.
Caída la noche, bajamos de nuevo a Las Palmas por una carretera distinta a la del ascenso. Fueron tantas las emociones vividas en las dos horas que pasamos en Teror que me fui a la cama con el regusto de haber vivido un día memorable, uno de esos que figuran en rojo en el calendario personal. Fue hermoso que estuviera asociado a María bajo la advocación de Virgen del Pino, una de las miles de advocaciones que el pueblo cristiano ha dado a la Madre de Jesús y que enriquecen la geografía mariana de nuestra tierra.
Es una alegría leer tu recorrido por esta tierra, Gonzalo. Una pequeña anécdota. Ese cuadro con el que te has fotografiado, y que está en la sacristía de la Basílica del Pino en Teror, se hizo con motivo de la coronación canónica de la Virgen, para la que la imagen se revistió con ese manto verde que aparece en la pintura. Ese manto fue elaborado por las monjas del Hospital de San Martín en 1860 once años después de que Claret le recomendara a las monjas del Hospital que para mejorar su situación económica compraran unos telares, confeccionaran el material textil del hospital con sus propias manos, y elaboraran vestidos y ropajes litúrgicos para ponerlos a la venta y obtener ingresos... Los telares se compraron y Claret les enseñó a usarlos. La historia más completa la puedes encontrar aquí, junto al documento de la historia del Hospital en donde aparece esta anécdota.: https://www.cescvic.org/2023/03/21/49459/
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