La noticia
puede pasar desapercibida, a menos que uno sea un entusiasta de “El Mesías” de
Händel, como es mi caso. Sucedió el martes pasado en el Auditorio
Nacional de Música de Madrid. Se
estaba interpretando el aria He was
despised, que se encuentra al final de la primera parte del celebérrimo oratorio
de Händel.
El director de orquesta, el norteamericano William Christie,
interrumpió abruptamente su recital navideño al frente del grupo Les Arts Florissants. El móvil de uno de
los espectadores no paraba de sonar. Sorprendido y enojado, detuvo el concierto
al grito de ¡Stop! Dirigiéndose al
público, pronunció una frase que resume casi el espíritu de una época: “Acaban de destruir uno de los pasajes más
hermosos de esta obra…”. Y volvió a comenzar. Este hecho no pasaría de ser
una anécdota si no fuera el reflejo de una sociedad adicta a los teléfonos móviles. Suenan en las salas de concierto, en los cines, en los transportes
públicos, en las oficinas… ¡y hasta en las iglesias! Una persona que no es
capaz de desconectar su teléfono móvil para escuchar “El Mesías” de Händel no
ha entendido qué significa la música. Se convierte en un terrorista cultural.
El sonido extemporáneo de un móvil –aunque sea de ultimísima generación– no
puede competir con la música excelsa del músico barroco. Se podría decir algo
semejante al título de una antigua novela de Manuel Vicent,
No
pongas tus sucias manos sobre Mozart.
Tendría que
convertirse en un hábito, socialmente promovido, prescindir del teléfono móvil
en todos aquellos lugares en los que se está dando otro tipo de comunicación.
Ya sé que en algunos lugares se suelen poner carteles advirtiendo que está
prohibido su uso. En algunas iglesias se ha puesto de moda el: “Apague su móvil. No lo necesita para hablar
con Dios”. Pero no es suficiente. No se trata de advertencias sino de
hábitos personales. La necesidad de estar permanentemente localizables y
comunicados acaba siendo una adicción. No. Yo no quiero que me localicen siempre.
No necesito estar comunicándome a todas horas. Algunos de mis amigos me
reprochan que no suelo llevar mi móvil en el bolsillo cuando me desplazo dentro
de casa o a lugares próximos. Solo hay una razón: me agobia. No soporto estar
pendiente de un aparatito incómodo, escuchando a cada poco los sonidos de
mensajes que entran, de amigos de Facebook
que cuelgan algo nuevo en su muro o cosas por el estilo. Para conectarme a
fondo conmigo mismo y con las personas necesito estar bastante tiempo desconectado.
Sí, es una cuestión de atención
plena.
Bueno, vayamos
con la última antífona de la O, la del 23 de diciembre. Así podemos elevar la temperatura de nuestra esperanza y de nuestra alegría. Esta última antífona invoca al Mesías como Emmanuel. Es
difícil encontrar entre todos los títulos mesiánicos uno más hermoso. Significa Dios-con-nosotros. A este Dios a ras de suelo, lo reconocemos como “esperanza
de los pueblos y rey de las naciones”.
LATÍN
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ESPAÑOL
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O Emmanuel, Rex et legifer
noster,
exspectatio Gentium,
et Salvator earum:
veni ad salvandum nos, Domine, Deus noster.
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Oh Emmanuel, rey y
legislador nuestro,
esperanza de las naciones
y salvador de los pueblos:
ven a salvarnos, Señor Dios nuestro.
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