De san Juan de la Cruz,
cuya memoria celebramos hoy, debo decir algo. Me siento casi obligado. Viví
cinco años en Segovia, a pocos kilómetros del convento
de los Carmelitas Descalzos que alberga su sepulcro. En muchas
ocasiones he orado ante su tumba. He leído sus obras y cantado algunos de sus poemas. Uno
de mis mejores amigos es carmelita, enamorado del místico de Fontiveros. El
padre de Juan de la Cruz se llamaba como yo: Gonzalo. Juan de la Cruz me ha parecido siempre, como su amiga Teresa de Ávila, un místico con los pies en la tierra. Podría multiplicar las
razones. Leyendo a san Juan de la Cruz he tenido siempre la impresión de
hallarme ante un explorador de los caminos del Espíritu. Alguien que los recorre y sabe dibujar el mapa. Un místico y un cartógrafo, por así decir. En algunas etapas de
mi vida me resultó un poco antipático porque no lograba comprender su doctrina
de las nadas y de la noche oscura. No estoy seguro de que ahora sepa bien de
qué se trata, pero intuyo su sentido. Nosotros, absorbidos por las pequeñas
batallas de la vida cotidiana, acabaríamos perdiendo el sentido del Misterio si
no fuera por algunos hombres y mujeres que actúan como centinelas en la noche
de la existencia. Ellos no pueden sustituirnos, pero nos van dejando antorchas
encendidas en algunas encrucijadas para que veamos por dónde discurre el camino
y no nos extraviemos.
Este místico del
siglo XVI, ¿tiene algo que decirnos a nosotros, hombres y mujeres del siglo
XXI? El papa Benedicto XVI se formuló algo parecido y ofreció su respuesta en la audiencia general
del 16 de febrero de 2011. Os dejo con sus palabras magistrales:
“Este santo, con su alta mística, con este arduo camino hacia la cima de la perfección, ¿tiene algo que decirnos también a nosotros, al cristiano normal que vive en las circunstancias de esta vida de hoy, o es un ejemplo, un modelo sólo para pocas almas elegidas que pueden realmente emprender este camino de la purificación, de la subida mística? Para encontrar la respuesta debemos ante todo tener presente que la vida de san Juan de la Cruz no fue un «volar en nubes místicas», sino que fue una vida muy dura, muy práctica y concreta, tanto como reformador de la Orden, donde encontró muchas oposiciones, como superior provincial, como en la cárcel de sus hermanos, donde estaba expuesto a insultos increíbles y a maltratos físicos. Fue una vida dura, pero precisamente en los meses pasados en la cárcel escribió una de sus obras más hermosas.
Y así podemos entender que el camino con Cristo, ir con Cristo, «el Camino», no es un peso añadido al ya suficientemente duro fardo de nuestra vida, no es algo que haga más pesada esta carga, sino que es una cosa totalmente distinta, es una luz, una fuerza, que nos ayuda a llevar este peso. Si un hombre lleva dentro de sí un gran amor, este amor le da casi alas, y soporta más fácilmente todas las molestias de la vida, porque lleva en sí esta gran luz; esta es la fe: ser amado por Dios y dejarse amar por Dios en Jesucristo. Este dejarse amar es la luz que nos ayuda a llevar el peso de cada día. Y la santidad no es una obra nuestra, muy difícil, sino precisamente esta «apertura»: abrir las ventanas de nuestra alma para que la luz de Dios pueda entrar; no olvidar a Dios porque precisamente en la apertura a su luz se encuentra fuerza, se encuentra la alegría de los redimidos. Oremos al Señor para que nos ayude a encontrar esta santidad, dejarse amar por Dios, que es la vocación de todos y la verdadera redención”.De entre sus obras he escogido, por su belleza y brevedad, el poema Llama de amor viva. Os dejo el texto (en su original español y traducido al inglés).
ESPAÑOL
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ENGLISH
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¡Oh llama de amor viva
que tiernamente hieres
de mi alma en el más
profundo centro!
Pues ya no eres esquiva
acaba ya si quieres,
¡rompe la tela de este
dulce encuentro!
¡Oh cauterio süave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque
delicado
que a vida eterna
sabe
y toda deuda paga!
Matando, muerte en vida
has trocado.
¡Oh lámparas de fuego
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del
sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
color y luz dan junto a su
querido!
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno
donde secretamente solo
moras,
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me
enamoras!
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O flame of living
love,
That dost eternally
Pierce through my
soul with so consuming heat,
Since there's no
help above,
Make thou an end of
me,
And break the bond
of this encounter sweet.
O burn that burns to
heal!
O more than pleasant
wound!
And O soft hand, O
touch most delicate,
That dost new life
reveal,
That dost in grace
abound,
And, slaying, dost
from death to life translate!
O lamps of fire that
shined
With so intense a
light
That those deep
caverns where the senses live,
Which were obscure
and blind,
Now with strange
glories bright,
Both heat and light
to His beloved give!
With how benign
intent
Rememberest thou my
breast,
Where thou alone
abidest secretly;
And in thy sweet
ascent,
With glory and good
possessed,
How delicately thou
teachest love to me!
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Podéis ver el vídeo en el que Amancio Prada –uno de los compositores que mejor ha sintonizado con el espíritu sanjuanista– canta este poema de san Juan de la Cruz.
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