Esta mañana, al
filo de las 6, cuando hacía el ejercicio diario de lectio divina, me he encontrado con uno de los textos evangélicos
que más me gustan. Jesús nos invita a todos a acercarnos a él: “Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11,28). Ese venid –que tiene un eco en el evangelio de Juan: “Venid y ved” (Jn
1,39)– es, en realidad, el primer movimiento de un itinerario que comienza con
la invitación que Jesús nos hace a estar con él (venid), pero que enseguida se transforma en mandato misionero (id). De hecho, el evangelio de Mateo se cierra con este
envío: “Id, y haced discípulos a todas
las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo” (Mt 28,19). Hace varias décadas, el obispo norteamericano Fulton Sheen (ver biografía más amplia en inglés) decía
que la dinámica del evangelio podría resumirse en estos dos imperativos: venid e id. O –dado que muchos lectores de este blog son latinoamericanos– vengan y vayan. En realidad, esta dinámica reproduce el movimiento respiratorio (inhalación y exhalación) y también el movimiento del corazón (sístole y diástole). Si queremos respirar de verdad y si queremos amar en serio, necesitamos continuamente acercarnos a Jesús y ser enviados por él. Así es como la vida cobra sentido y ritmo.
Jesús nos invita,
en primer lugar, a ir a él (venid). En el texto de Mateo precisa más: “Venid los que estáis cansados y agobiados”.
Este cansancio y agobio reviste hoy muchas formas. Para algunos se trata de
una experiencia de estrés que los lleva a estar quemados. Para otros, el agobio
no se refiere tanto a la avalancha de ocupaciones y responsabilidades cuanto a
la falta de sentido. Han perdido las motivaciones. No saben por qué hacen las
cosas. Funcionan con el piloto automático. En otros casos el cansancio viene
provocado por el tipo de sociedad invasiva en la que vivimos. No hay que excluir
que, como en los tiempos de Jesús, algunos se sientan también cansados por una religiosidad
agobiante, vivida como una carga más que como un camino de libertad y felicidad.
Jesús no nos sugiere que hagamos un curso de mindfulness
–como yo hice en el post de ayer–
sino que nos invita a estar con él, a disfrutar del poder transformador y
reparador de su presencia. Y también “a
cargar con su yugo suave y su carga llevadera”, que no es sino una manera
metafórica de referirse al amor. La sola carga que Jesús nos propone es la del amor. Estando con él, casi sin darnos cuenta, vamos aprendiendo en qué
consiste “el arte de amar”.
Pero no se trata
de “hacer tres tiendas” –como proponía Pedro en la cumbre del Tabor– para
quedarnos siempre en una especie de nido confortable. Jesús ha venido para que tengamos vida. Por
eso, enseguida nos lanza: “Id y anunciad”.
Quienes solo buscan el propio bienestar acaban deprimidos. Es como vivir en una
cárcel, aunque sea cómoda. La dinámica del amor es siempre expansiva. Jesús nos invita
a salir a la calle, a compartir la experiencia con otros, a poner un poco de aceite
y vino en las heridas de muchas personas afligidas. El papa Francisco lleva
años hablando de una Iglesia “en salida” que a veces se accidenta en las
carreteras del mundo pero que, al menos, no se vuelve neurótica por quedarse encerrada en
las cuatro paredes de la sacristía. Estos verbos (ir, salir, anunciar) no son verbos
proselitistas. No salimos para ofrecer un producto como si fuéramos vendedores de alfombras o lavadoras.
Ni tampoco como “testigos de Jehová” que quieren hacernos ver lo malísima que es la
Iglesia católica y lo bueno que sería pertenecer al grupo de los 144.000
salvados después de leer la revista Atalaya.
Salir significa, sobre todo, compartir una experiencia, ayudar a tomar
conciencia del Espíritu que ya está actuando en el corazón de cada hombre y
mujer.
No hay que romperse la cabeza. Todo es bastante sencillo: Venid e id. O –dicho con la dulzura latinoamericana, que suena más persuasiva que imperativa– vengan y vayan. Feliz día a todos en la memoria de san Ambrosio, un santo que prolonga su influjo a lo largo de los siglos, sobre todo en la iglesia de Milán.
No hay que romperse la cabeza. Todo es bastante sencillo: Venid e id. O –dicho con la dulzura latinoamericana, que suena más persuasiva que imperativa– vengan y vayan. Feliz día a todos en la memoria de san Ambrosio, un santo que prolonga su influjo a lo largo de los siglos, sobre todo en la iglesia de Milán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.