domingo, 25 de septiembre de 2016

Los ricos no tienen nombre

Ya estoy de nuevo en Roma, listo para disfrutar de este primer domingo del otoño. Atrás quedan las semanas transcurridas en Sri Lanka y el viaje de regreso con escala en Dubai. Salí de Roma con los últimos calores del estío y la encuentro ahora con la suave temperatura que anuncia la hermosa ottobrata romana. Los estudiantes universitarios se preparan para comenzar un nuevo curso. En el evangelio de este XXVI Domingo del Tiempo Ordinario Jesús cuenta una parábola que suele ser conocida como la del “rico Epulón y el pobre Lázaro”. En realidad, este título es engañoso porque en ningún momento se menciona el nombre del que “se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día”. Jesús habla simplemente de “un hombre rico” mientras que en el caso del pobre, el evangelista Lucas es explícito: “un mendigo llamado Lázaro”. Sin ir más allá, encuentro en esta parábola provocativa un primer mensaje: quien pone su confianza en las riquezas ignorando a los pobres acaba perdiendo su identidad, pierde su nombre, no sabe quién es ni para qué vive. Se convierte, sin más, en un pobre “hombre rico”. Es difícil entender esta paradoja, pero algunos ricos inteligentes la han percibido y, antes de que fuera demasiado tarde, reaccionaron. La historia está llena de hermosos ejemplos.

Sin embargo, el vértice de la parábola se encuentra al final, cuando Jesús pone en labios de Abrahán una sentencia demoledora: “Si no escuchan a Moisés y los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”. Siempre me ha sorprendido la facilidad con que muchas personas andan detrás de revelaciones, apariciones, curaciones, sucesos milagrosos, etc. Es como si esperaran de ellos ese plus de iluminación que no encuentran en las mediaciones ordinarias que Jesús ha dejado a su comunidad para guiarla a través del tiempo: la Palabra de Dios, los sacramentos, los pobres, etc. Jesús es muy claro en su mensaje. Si no escuchamos la voz que él nos dirige, si no cambiamos nuestra vida movidos por el Espíritu, no lo vamos a hacer porque escuchemos a un charlatán de discurso encendido, a una visionaria que habla con la Virgen todos los días o a un curandero que promete remedios contra el cáncer a cambio de “la voluntad”. En el fondo, la parábola es un reto: o aceptamos a Jesús o lo rechazamos, o nos fiamos de él o buscamos apoyo en las riquezas y en otras realidades humanas “al alcance de la mano”.

Como cada domingo, Fernando Armellini nos ayuda a explorar otros rincones de este sugerente evangelio.



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