viernes, 2 de septiembre de 2016

Dios no está prohibido

Ayer estuve en Barbastro, en el corazón del Somontano oscense. Fui a esa ciudad para visitar los lugares asociados a los 51 beatos mártires claretianos, ajusticiados en el verano de 1936, hace 80 años. Acompañé a algunos claretianos latinoamericanos que visitan por primera vez este lugar cargado de significación para todos nosotros. La comunidad claretiana que guarda la memoria de los mártires nos acogió con gran alegría y fraternidad. La jornada comenzó con la celebración de la eucaristía en la capilla construida sobre la cripta que alberga los restos de los 51 mártires. Después, siguió la visita al museo y a los diversos lugares donde se ejecutó el martirio en la carretera de Berbegal. No sé cuántas veces he visitado estos sitios, pero esta vez me ha llamado la atención que, desde el comienzo de la gira, hayamos hablado mucho sobre la historia martirial tal como se narra en la película Un Dios Prohibido. Tengo la impresión de que este filme ha logrado recrearla desde la única clave que la hace actual y universal: el perdón y la reconciliación. 


El claretiano encargado del museo me ha revelado que los actores que participaron en la película hablan de ella como de “un antes y un después” en su carrera profesional y, sobre todo, en su trayectoria vital. Dos de ellos, no bautizados, pidieron el bautismo como fruto de la fuerte experiencia religiosa vivida durante el rodaje. Otros desempolvaron su fe vivida en la infancia. Mientras algunos daban vida a los milicianos que querían “prohibir” a Dios, ellos “permitieron” que Dios entrara en sus vidas e iluminara sus zonas oscuras.

Creo que muchas personas se muestran indiferentes u hostiles a la fe porque no han tenido la oportunidad de tener una experiencia religiosa serena, más allá de los clichés o tópicos con que suele presentarse. Cuando se dan unas mínimas condiciones de búsqueda y humildad, el corazón humano sintoniza con el misterio de Dios porque está preparado para ello. La experiencia de la película Un Dios prohibido es solo un ejemplo más de la fuerza de la gracia. 

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