martes, 13 de septiembre de 2016

A propósito del diente de Buda

Ya sé que hoy es martes y 13, pero no soy supersticioso. Prefiero disfrutar de las oportunidades del día a día sin perder el tiempo en otras cosas. No lejos de donde me encuentro, en la ciudad de Kandy, se halla el Sri Dalada Maligawa o Templo del Diente de Buda. Se compone de un conjunto de edificios rodeado por una muralla. La UNESCO lo declaró Patrimonio de la Humanidad en 1988. Dentro del santuario se conserva una de las reliquias más veneradas por los budistas: el canino izquierdo de Buda, de unos 2,5 cm. Según cuenta la leyenda, este diente del profeta fue trasladado desde la India hasta el antiguo Ceilán en el siglo IV antes de Cristo. El famoso diente es el principal protagonista de la mayor fiesta que se celebra en Kandy. Dura diez días entre los meses de julio y agosto. Uno de los actos centrales es la Perahera o Procesión del Diente de Buda con elefantes adornados, bailarines, música y fuego. El templo fue restaurado tras el atentado mortal por parte de la guerrilla de los Tigres Tamiles el 25 de enero de 1998.

Varios de mis compañeros han ido a visitarlo. Yo me he quedado haciendo otras cosas urgentes, pero reconozco que siento predilección por los templos budistas. ¡Y eso que no me atrae la moda budista que ha invadido Europa desde hace décadas! No soy un experto en budismo. Tengo nociones muy generales sobre esta corriente que cuenta con muchos adeptos en Oriente. Algunos lo tildan de doctrina filosófica y religiosa no teísta. Quizá sería mejor denominarlo estilo de vida porque si algo llama la atención de un occidental es que en Oriente apenas se da la escisión entre doctrina y vida. En otras palabras: para un oriental es difícil comprender que uno sea un “creyente no practicante”. Esta es una categoría inventada por la sociología religiosa euroamericana para referirse a aquellas personas –muchas– que confiesan creer en Dios y en los postulados de una religión (generalmente la cristiana), pero que, por diversos motivos, no suelen practicarla (sobre todo, por lo que se refiere a algunos aspectos éticos y rituales). 


En Oriente, religión y cultura, creencias y vida van de la mano, forman un todo inescindible. Es cierto que esto puede conducir a fenómenos como el fundamentalismo. Es cierto que siempre es recomendable una  sana secularización, pero la unidad oriental responde al ideal de armonía que vige en su concepción de la realidad. ¿Cómo se puede creer en algo que no se practica? Un oriental no lo entiende. Se escandaliza incluso de la incoherencia europea. Le parece un contrasentido que uno se considere religioso y, en la práctica, viva "como si Dios no existiera". Me parece que tenemos mucho que aprender. Estamos hablando de civilizaciones más antiguas que las nuestras.



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