jueves, 15 de septiembre de 2016

De oruga a mariposa

Ayer acabé cansado. Tuvimos sesiones de trabajo muy intensas. Uno de los temas de nuestro diálogo giró en torno a lo que entendemos por un proceso de transformación. Como congregación misionera, nos hemos propuesto para el sexenio 2015-2021 vivir tres procesos de transformación: ser una congregación “en salida misionera” (frente al riesgo de la instalación), redescubrir la alegría de la comunidad (frente al riesgo del individualismo) y potenciar la dimensión adoradora de nuestra vida (frente al riesgo de la idolatría). ¿Es posible que más de 3.000 personas experimenten una transformación significativa? ¿No estaremos siendo víctimas de un voluntarismo absurdo que solo va a producir más frustración? ¿No es acaso el Espíritu de Dios el que nos transforma por dentro? ¿Qué planificación cabe entonces? ¿Qué características tiene el cambio transformador?  ¿En qué se distingue del cambio revolucionario, del evolutivo, etc.)?

En el calor del diálogo, alguien se refirió a la transformación de la oruga que se convierte en mariposa como ejemplo del cambio que buscamos. Quizá no hay símbolo más poderoso que éste para hablar de la transformación a partir de experiencias conocidas. Algunas investigaciones han comprobado, en efecto, que la mariposa es el único ser viviente capaz de cambiar por completo su estructura genética durante el proceso de transformación: el ADN de la oruga que entra al capullo es diferente al de la mariposa que surge. Naturalmente, nosotros no pensamos cambiar nuestro ADN, ni siquiera el carismático, pero sí vivir un cambio profundo que nos ayude a ser mejores misioneros. Quizá no somos orugas ni aspiramos a convertirnos en mariposas, pero la metáfora nos ayuda a comprender que la transformación no es un mero maquillaje sino un verdadero cambio de forma.

Este vídeo muestra de una manera simpática los diversos pasos (cinco para ser más precisos) que experimenta la oruga que se transforma en mariposa. A Santa Teresa de Ávila le gustó tanto esta maravilla de la naturaleza que la tomó como metáfora de la transformación espiritual. El ego (oruga) tiene que morir para que Cristo (mariposa) se forme en cada uno de nosotros hasta que podamos decir como san Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Si alguno está interesado en conocer a fondo el pensamiento de la mística abulense sobre esta metáfora, puede leer esta reflexión teológica. Es larga, pero muy interesante.

¿En qué acabó nuestro diálogo? En que las verdaderas transformaciones nunca se producen por decreto, imposición o imitación, sino por un dinamismo interior que se pone en marcha cuando nos abrimos a la acción del Espíritu de Dios y nos colocamos en situaciones que nos empujan a cambiar. El ejemplo de la oruga y de la mariposa –tan socorrido en los itinerarios pedagógicos– pone de relieve que incluso en las situaciones más feas y desesperadas puede esconderse el germen de una vida nueva. O –como se dice ahora de manera casi abusiva– que toda crisis encierra una oportunidad de crecimiento. Pero eso implica que debemos morir a una determinada manera de ser para dejar que se abra paso otra nueva.  

2 comentarios:

  1. Gracias por compartir. Voy siguiendo por internet.
    Excelente artículo de Santiago Guerra, gracias.
    Fecunda transformación!

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    Respuestas
    1. Gracias a ti por tu visita y tus palabras. Si tienes alguna sugerencia de tema, no dudes en compartirla.

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