lunes, 19 de septiembre de 2016

Hay mucha vida después de la guerra

Una de las chicas bailaba sosteniéndose sobre una sola pierna sin necesidad de muletas. La otra pierna le fue amputada durante la guerra. Un niño de mirada angelical y sonrisa permanente se movía en silla de ruedas exhibiendo las piernecitas y los brazos desollados a causa de las quemaduras infligidas por la metralla. Otro muchacho, alto y espigado, se movía por el escenario con soltura. Tenía amputado el antebrazo izquierdo. Con la mano derecha sostenía un papel. Y así otros varios. Parecían una muestra de la miseria humana sobre las tablas de un escenario improvisado. No pude contener la emoción cuando algunos niños y niñas dramatizaron sobre este escenario cubierto de alfombras su experiencia de la guerra. Quizá para ellos esta representación fue una terapia, una forma de agasajar a sus invitados extranjeros, casi un juego. Para mí –para nosotros, llegados de más de 30 países diferentes– fue una zambullida sin oxígeno en el drama de la guerra civil que asoló Sri Lanka durante casi 30 años, desde 1983 hasta 2009. Se habla de que el conflicto produjo alrededor de 90.000 víctimas e infinidad de damnificados.

Ayer pasé unas cuantas horas en Varod, el centro de rehabilitación para los “diversamente hábiles” que tenemos los claretianos en Pampaimadhu, Vavuniya, en el centro norte de Sri Lanka. Se trata de un gran complejo en el que trabajan tres misioneros claretianos y 70 laicos colaboradores al servicio de unos 100 residentes y miles de personas de los poblados vecinos. Todas son, en un grado u otro, víctimas de la guerra civil. Necesitan tratamiento físico y psicológico, pero, sobre todo, una sobredosis de esperanza para experimentar que, a pesar del trauma sufrido, la vida merece la pena. Tras un período de acogida y formación, se integran en la sociedad con una nueva visión. No es fácil hacerse cargo de lo que significa este "poblado de la esperanza" con solo unas horas de visita, pero las emociones suplen a las reflexiones. 

A la entrada del complejo Varod (Vanni Rehabilitation Organization For the Differently Abled) fuimos recibidos con los ritos típicos de la cultura tamil. Cada uno de nosotros fue ungido en la frente, recibió una cruz hecha con cáscara de coco e imprimió la huella de su mano en una gran pancarta que recuerda nuestra visita. Después pudimos celebrar la eucaristía dominical presidida por el P. Arulraja, director ejecutivo. Durante la celebración, varios niños sentados en el suelo se me pegaban como si fuese el padre que no han tenido. Compartimos luego la comida mientras sobre el escenario del salón polivalente los niños y adolescentes iban ejecutando algunas danzas o representaciones que ellos mismos habían creado con la ayuda de sus educadores. Me resultó difícil combinar la comida y la contemplación de un espectáculo que era como una guerra diminutiva. Entonces se disparó, una vez más, una batería de preguntas sin respuesta: ¿Por qué los seres humanos llevamos dentro el virus de la violencia? ¿Qué causa, por noble que parezca, puede justificar la matanza de inocentes, la amputación de la pierna de una niña o las quemaduras de un niño indefenso? ¿Quién nos ha dado permiso para traficar con el don de la vida? ¿Cómo se restituye la esperanza robada?


Hace tiempo he comprendido que, mientras muchos nos sumergimos en el mar de las preguntas, otros, con la misma zozobra royéndoles el corazón, se ponen manos a la obra. Me siento muy orgulloso de nuestros misioneros de Sri Lanka que, desde hace siete años, se han consagrado en cuerpo y alma a ser las manos de Dios que acaricia a estas víctimas y les ayuda a afrontar la vida como una segunda oportunidad. La paz, tras una larga guerra civil, no se logra solo con la firma de un tratado. Se requiere mucho tiempo para restañar las heridas y crear una cultura de la reconciliación. A eso se dedican estos misioneros en estrecha colaboración con un buen grupo de laicos y una red de benefactores de todo el mundo. Experiencias como estas le ayudan a uno a recuperar la fe en el ser humano. Somos capaces de lo más vil, pero también de lo más excelso.

1 comentario:

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