No he sido padre
biológico. No sé, por tanto, qué siente un padre cuando espera el nacimiento de
un hijo, aunque puedo imaginarlo. He visto en los padres primerizos una gran
preocupación por las posibles malformaciones del feto. Hay parejas que
deciden abortar guiados por algunos diagnósticos prenatales. Los padres del
gran cantante italiano Andrea
Boccelli no lo hicieron, aunque los médicos les habían advertido de que
el niño nacería con graves problemas de visión, como así fue. [Por cierto, os
recomiendo ver el vídeo que añado al final de esta entrada]. Más allá de los
temores que puede inspirar el nacimiento de un hijo, creo que la expectación está
llena de interrogantes: ¿Cómo será? ¿Qué le va a deparar la vida? Todo ser
humano es un misterio. Recuerdo que un amigo mío me dijo hace años que, cuando
nació su primer hijo, experimentó un enorme vértigo. Él era consciente de que
había contribuido a la generación de esa vida, pero, al mismo tiempo, sabía que le
excedía por todas partes. El hijo no es, sin más, un “producto” de los padres,
sino un ser humano único, irreductible a la mera suma de los elementos químicos
que componen su cuerpo. Todo nacimiento nos confronta con el misterio de la
vida y, en último término, con Dios, el padre de la vida.
Algo parecido
debió de experimentar Juan el Bautista cuando se enteró de la predicación de
Jesús. Por eso – como nos cuenta el evangelio de hoy – envió
a dos discípulos suyos con una pregunta muy clara para Jesús: “¿Eres tú el
que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?” (Lc 7,20). Esta me parece
la pregunta clave del Adviento. Resume con precisión quirúrgica todas nuestras
búsquedas e inquietudes. Durante las últimas semanas, aprovechando el tiempo libre,
he ido viendo algunas de las series de televisión que más éxito tienen en
plataformas como Netflix. Lo he hecho con una clara intención: acercarme
a las narraciones que los nuevos creadores hacen de la condición humana.
Algunas me han parecido muy originales y soberbiamente interpretadas. Detrás de
cada personaje, hay siempre un manojo de preguntas: ¿Qué busca este hombre o esta mujer?
¿Qué busca un ser humano cuando se enamora de otra persona, ansía una relación
sexual, sueña con ganar más dinero, se droga o se interna en un laberinto de
pasiones del que no puede salir? ¿Qué buscamos, en definitiva, cuando nos
levantamos cada mañana, vamos al trabajo, nos relacionamos con otros, hacemos
planes, buscamos pequeños placeres y ansiamos el fin de semana? Cada pequeña
respuesta, cada hallazgo, genera en nosotros una nueva búsqueda. Es como si la insatisfacción
fuera el componente esencial de nuestra vida. Siempre estamos esperando algo
más, algo distinto, algo nuevo.
En este contexto
de búsqueda permanente, tiene mucho sentido la pregunta de Juan el Bautista: “¿Eres
tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?”. La pregunta admite infinitas
variaciones: ¿Eres tú, Jesús, la razón última de mi vida o es mejor que busque
otros anclajes? ¿Puede la fe en ti poner orden en mi caos interior o es solo
una ilusión más de las muchas que me han ido acompañando a lo largo de la vida?
¿Por qué tú tendrías que ser distinto de las demás experiencias que también se
presentaban como definitivas y luego se han revelado parciales y efímeras? ¿Te
pareces a un enamoramiento (intenso, pero corto) o, más bien, a una relación de
largo recorrido? Estas y otras preguntas son carne de Adviento. ¿Qué Navidad
puedo esperar si antes no he tomado conciencia de mis búsquedas? ¿Cómo puede
ser Jesús la respuesta al sentido de mi vida si vivo de una manera tan superficial
que no tengo tiempo ni ganas para formularme preguntas? No hay Navidad sin
Adviento. No podemos experimentar la alegría del encuentro si no nos ponemos en
camino, si no buscamos. Antes de que mañana empiece la recta final de este tiempo, la cuenta
atrás hacia la Navidad, tenemos todavía tiempo para detenernos un poco,
respirar hondo y preguntarnos qué estamos buscando en la vida, adónde nos
conducen los caminos que transitamos, que pasión nos mueve. No hay nada más
triste que correr deprisa sin saber la meta a la que nos dirigimos.
Contemplando el Adviento me ha llevado a contemplar el camino hasta la Navidad... Todo camino puede tener varias direcciones. El camino que estamos viviendo se ve y vive diferente si nosotros vamos a Dios o si somos conscientes de que prepramos el camino para que Él pueda llegaxr a nosotros...
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