Ayer fue el
tercer domingo de Adviento, pero también la fiesta de santa Lucía.
Los claretianos tenemos en el corazón de Roma una iglesia que se llama Santa Lucia del Gonfalone. Ayer
fue la fiesta grande. En lugar de las tres misas habituales de cada domingo, ayer
se celebraron siete. Yo presidí, en compañía de toda la comunidad claretiana,
la última, la de las 6 de la tarde. Durante todo el día hubo un goteo constante
de devotos que pasaban para orar ante la estatua de la santa siracusana o participar
en alguna de las misas que se celebraron a lo largo de toda la jornada. La iglesia
permaneció abierta desde la seis de la mañana hasta bien entrada la noche. Aprovechando
que tenía que trasladarme desde mi casa hasta la iglesia de santa Lucía para
presidir la misa vespertina, decidí hacer el trayecto a pie. En condiciones normales,
me lleva unos 50 minutos. Como ayer disponía de tiempo suficiente, di un pequeño rodeo
para pasarme antes por la plaza de san Pedro. Tenía curiosidad por ver de cerca
el belén y el árbol que, como cada año, se colocan junto al obelisco. Ambos fueron
bendecidos el pasado viernes. Supuse que habría más gente de lo habitual. En
realidad, había una verdadera marea humana. Todos, eso sí, enfundados en sus
mascarillas, a cual más pintoresca. El conjunto artístico estaba protegido por
las típicas vallas vaticanas. Total, que, con la distancia impuesta por las
vallas y el gentío circunstante, tuve que conformarme con ver el belén desde
lejos. Tomé alguna foto, pero no con la nitidez que a mí me hubiera gustado.
La gente hacía
comentarios cargados de estupor y extrañeza. Está acostumbrada a las representaciones
clásicas del nacimiento. Acepta la novedad (por ejemplo, hace un par de años se
montó un espectacular belén hecho de arena, que tuvo gran aceptación), pero se
siente desconcertada ante ciertas propuestas rupturistas. La de este año entra
en esta categoría. En realidad, no se trata de una obra original. Las
piezas de cerámica fueron realizadas entre 1965 y 1975 por el entonces Instituto
Artístico F. A. Grue, que ahora es una escuela estatal de diseño, ubicada
en Castelli, localidad
famosa por su cerámica, en la región italiana de Abruzo. El belén es un claro ejemplo de la estética
de los años 60-70 del siglo pasado, cuando se buscaba una síntesis entre
tradición y novedad. Quizá en aquellos años de experimentación tuvo más acogida
que hoy. La presencia de un astronauta-pastor es un claro guiño a los
experimentos espaciales de aquella época, sobre todo a la llegada del hombre a
la Luna. Escuchando a la gente y leyendo varios comentarios, tengo la impresión
de que la apuesta vaticana ha fracasado. En este año de la pandemia parece que
no estamos para muchos experimentos, como no sean los que tienen como objetivo
encontrar una vacuna contra el Covid-19. Me parece que la mayoría hubiera deseado
un belén inspirado en esta situación y cargado de símbolos reconocibles de esperanza
y alegría.
El belén “moderno”
de san Pedro (tan frío, tan robótico) me parece una metáfora de lo que a menudo nos pasa con la fe.
Cuando queremos hacerla “moderna” para que resulte más atractiva, corremos el
riesgo de banalizarla o incluso de convertirla en algo grotesco, como me temo
que ha sucedido con el belén vaticano de este año. La fe no tiene por qué ser
antigua o moderna. Es verdad que tiene que ser significativa para los hombres y
mujeres de cada generación, pero esta significatividad no nace tanto de sus
revestimientos culturales cuanto de su energía interna para transformar nuestra
vida. Cuando era más joven, también yo estaba preocupado por hacer las misas “atractivas”
y las homilías “interpelantes”. Con el paso del tiempo, me he dado cuenta de
que ese no es el desafío fundamental.
El Evangelio y Jesús son atractivos por
sí mismos. Su fuerza no depende de nuestra manera de presentarlos, aunque pueda ayudar. Debemos
convertirnos en testigos, no en propagandistas. Estoy un poco harto de los
expertos que no hacen más que repetir: “Tenéis que vender mejor el producto,
aprended de las empresas, mirad cómo actúa la publicidad”. No dudo de que
la comunicación tiene sus propios códigos para ser eficaz. Personalmente, soy
muy sensible a este mundo, pero no quiero sentirme tan condicionado por él que sucumba
a sus dictados. Lo que está sucediendo este año con el ya famoso belén vaticano
me ha abierto los ojos. La gente no espera modernidad y mucho menos extravagancias.
Espera belleza porque la vía de la belleza nos conecta intemporalmente con el
Dios siempre hermoso.
Para compensar, quizá se puede echar un vistazo a esa maravilla que es la Capilla Sixtina.
Tu Gonzalo sabes interpelar, quizás sin proponértelo directamente, pero lo transmites con tu testimonio. Te doy gracias por ello. El testimonio atrae mucho más que muchos anuncios y propaganda.
ResponderEliminarEste año quizás nos acercaría más, a Jesús, un belén austero, unos adornos sencillos que nos ayuden a intuir y recordar el nacimiento que ocurre en Belén…
Belleza y sobriedad nos conectarían más con el misterio de la Navidad, iría más acorde con la etapa que estamos viviendo.
Gonzalo, gracias por la reflexión y también por las fotos que nos ofreces…