Hoy se celebra la
Virgen de Guadalupe. A causa de la pandemia, este año se
han cancelado los festejos en México. Yo me sigo confesando guadalupano
de corazón. A esta Virgen de los pobres, Madre de la Vida, le pido hoy que nos ayude a no
perdernos en el mar de confusión en el que nos encontramos y a respetar y promover la vida en todas sus formas y etapas. Leo que está a
punto de aprobarse la legalización
del aborto en Argentina. Por su parte, España se convertirá pronto en el sexto país del
mundo en legalizar
la eutanasia.
¿Qué nos está pasando? ¿Por qué el comienzo y el final de
la vida son sometidos a este control? ¿Son la vida y la muerte los dos únicos “territorios”
que todavía pertenecían a Dios y sobre los cuales queremos ejercer también
nuestra autoridad omnímoda? Hay un intenso debate social sobre estas
cuestiones. No se me oculta su complejidad. Pero eso no significa que debamos permanecer mudos. como espectadores pasivos. La Iglesia argentina se
ha manifestado claramente en contra del proyecto de ley sobre el aborto. Por su parte,
la Conferencia Episcopal Española ha emitido una nota en la que recuerda que La
vida es un don, la eutanasia un fracaso. Me temo que servirán de
poco estas voces. A la Iglesia se la considera un claro obstáculo para poner en
marcha la “agenda progresista”. Dado que el aborto y la eutanasia se suelen presentar como claros ejemplos de progresismo, es preciso librar
la batalla en ese mismo campo. ¿Son, de verdad, un progreso en el desarrollo humano
o, más bien, una consecuencia de nuestra “serpiente” interior, de la tentación
de querer ser dueños de la vida y de la muerte, y, por tanto, un enorme retroceso?
No tengo mucha
experiencia pastoral en el trato con personas que han abortado o que solicitan
el “suicidio
asistido” o la eutanasia para poner fin a una vida que consideran
insoportable e insignificante, pero he escuchado algunos testimonios de quienes trabajan en este campo. En el caso del aborto se suele invocar el derecho de la
mujer a disponer del propio cuerpo; en el caso de la eutanasia, del derecho a morir. [¿No habría que hablar más bien del derecho a vivir?]. Todo parece jugarse en el campo de los derechos individuales. Cualquier referencia a valores humanos esenciales se considera una injerencia espuria de quienes defienden un modelo de sociedad patriarcal y misógina. Ciertos sectores de la izquierda eclesial, aunque no defiendan abiertamente el aborto o la eutanasia, se alían con movimientos de este tipo por una especie de solidaridad de clase. Y quizá porque asocian las posturas pro-vida a personas y asociaciones muy conservadoras que defienden rabiosamente al no nacido, pero no luchan con igual por fuerza por la vida y dignidad de los más pobres.
El pasado 10 de
diciembre celebramos precisamente el Día de los Derechos
Humanos. Ninguno de esos supuestos “derechos” figuran en la Declaración
Universal de Derechos Humanos. Por el contrario, se afirma con
rotundidad que “todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la
seguridad de su persona” (art. 3) y que “la maternidad y la infancia
tienen derecho a cuidados y asistencia especiales. Todos los niños, nacidos de
matrimonio o fuera de matrimonio, tienen derecho a igual protección social”
(art. 25 §2). Y en la Convención sobre los Derechos del Niño se afirma
que “los Estados Partes reconocen que todo niño tiene el derecho intrínseco
a la vida” (art. 6 §1) y que “los Estados Partes garantizarán en la
máxima medida posible la supervivencia y el desarrollo del niño” (art. 6 §2).
Siempre es posible afirmar que un feto no es un niño y que un hombre o mujer en
estado terminal no son persona. Una vez deshumanizados ambos entes (el feto y el enfermo terminal), podemos proceder sin especiales objeciones éticas. Si soy sincero, siempre me han parecido razonamientos bastante endebles desde el punto de vista científico y filosófico, pero ahora no puedo entrar a fondo en ellos. Han corrido ríos de tinta sobre estas cuestiones. Se sigue debatiendo mucho desde el punto de vista biológico,
filosófico y ético. Conviene prestar atención a todos los datos y puntos de vista posibles. La Iglesia se ha manifestado claramente en favor del respeto
de la vida humana en todas sus fases y formas. En los últimos años, el papa Francisco – tan sensible a la situación de los pobres, de los niños y de los ancianos – ha
hablado con claridad acerca de la
inviolabilidad de la vida humana y de la eutanasia y el suicidio
asistido como una derrota
para todos.
¿Qué nos está
pasando? ¿Por qué se abre paso, cada vez con más fuerza, la “cultura
del descarte”? ¿Por qué queremos eliminar a quienes estorban? No se me oculta el sufrimiento que puede conllevar un embarazo
no deseado o una enfermedad grave, pero ¿son el aborto y la eutanasia las
soluciones que una sociedad debe ofrecer en estos casos? ¿No se trata, más
bien, de favorecer por todos los medios posibles el desarrollo de la vida y de paliar
los sufrimientos que a menudo conllevan la enfermedad y la muerte? La cuestión no es penalizar a una pobre muchacha que quiere abortar porque ha sido víctima de
una violación o de un acto irresponsable, sino ayudarla con todos los medios (médicos, psicológicos, económicos y sociales) a afrontar la situación
de modo que no se tenga que recurrir a resolver un problema con otro mayor y que en el futuro lamente haber tomado una decisión equivocada.
Me
parece que la madurez de una sociedad, su verdadero progreso, se mide por la
energía y la efectividad con las que promueve una verdadera “cultura de la vida”,
de modo que se haga innecesario el recurso al aborto o a la eutanasia, por
duras que sean las circunstancias personales. Creo que los cristianos no somos
las personas del “no” al aborto o a la eutanasia, sino la comunidad del “sí” a
la vida, a la ayuda a los más necesitados, al cuidado mutuo. Y, desde luego,
aunque soy contrario a una ley que favorezca el aborto o la eutanasia, no seré
yo quien meta en la cárcel a una mujer que haya recurrido a esa medida extrema
o a la persona que – a mi juicio, por falsa compasión – haya ayudado
a morir a un ser querido.
Os dejo con un testimonio impresionante, el de María/Amaya.
Señora de Guadalupe
(Pedro Casaldáliga)
Señora de Guadalupe,
patrona de estas Américas:
por todos los indiecitos
que viven muriendo, ruega.
¡Y ruega gritando, madre!
La sangre que se subleva
es la sangre de tu Hijo,
derramada en esta tierra
a cañazos de injusticia
en la cruz de la miseria.
¡Ya basta de procesiones
mientras se caen las piernas!
Mientras nos falten pinochas
¡te sobran todas las velas!
Ponte la mano en la cara,
carne de india morena:
¡la tienes llena de esputos,
de mocos y de vergüenza!
¡La justicia y el amor:
ni la paz ni la violencia!
Señora de Guadalupe:
por aquellas rosas nuevas,
por esas armas quemadas,
por los muertos a la espera,
por tantos vivos muriendo,
¡salva a tu América!
Muchísimas gracias Gonzalo, por esta entrada profunda e interpeladora.
ResponderEliminarGracias por el video de María/Amaya… cuantos recuerdos lleva…
Nuestra sociedad, en estos momentos, va degenerando a mucha velocidad… Se están perdiendo valores y se va justificando todo, sea justificable o no. Aunque estamos viendo la “corteza” de las personas que no dejan ver ni comparten su interior. He tenido contacto con mujeres que han abortado y su vida cambia… Algo les recuerda siempre al hijo que no llegó a ver la vida. Algunas me dicen que si les hubieran contado lo que pasa después no lo habrían hecho… La “sombra” del hij@ les acompaña siempre. Sea cual sea la causa del embarazo lleva las mismas consecuencias. Estamos muy adelantados... pero por otro lado hay mucha ignorancia. Falta buena formación de la sexualidad.
María, ella que sabe que es ser madre, que proteja a estas madres, porque lo son desde el momento que han concebido y les de fuerza y coraje para salir adelante.