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miércoles, 16 de diciembre de 2020

¿Eres tú o no?

No he sido padre biológico. No sé, por tanto, qué siente un padre cuando espera el nacimiento de un hijo, aunque puedo imaginarlo. He visto en los padres primerizos una gran preocupación por las posibles malformaciones del feto. Hay parejas que deciden abortar guiados por algunos diagnósticos prenatales. Los padres del gran cantante italiano Andrea Boccelli no lo hicieron, aunque los médicos les habían advertido de que el niño nacería con graves problemas de visión, como así fue. [Por cierto, os recomiendo ver el vídeo que añado al final de esta entrada]. Más allá de los temores que puede inspirar el nacimiento de un hijo, creo que la expectación está llena de interrogantes: ¿Cómo será? ¿Qué le va a deparar la vida? Todo ser humano es un misterio. Recuerdo que un amigo mío me dijo hace años que, cuando nació su primer hijo, experimentó un enorme vértigo. Él era consciente de que había contribuido a la generación de esa vida, pero, al mismo tiempo, sabía que le excedía por todas partes. El hijo no es, sin más, un “producto” de los padres, sino un ser humano único, irreductible a la mera suma de los elementos químicos que componen su cuerpo. Todo nacimiento nos confronta con el misterio de la vida y, en último término, con Dios, el padre de la vida.

Algo parecido debió de experimentar Juan el Bautista cuando se enteró de la predicación de Jesús. Por eso como nos cuenta el evangelio de hoy envió a dos discípulos suyos con una pregunta muy clara para Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?” (Lc 7,20). Esta me parece la pregunta clave del Adviento. Resume con precisión quirúrgica todas nuestras búsquedas e inquietudes. Durante las últimas semanas, aprovechando el tiempo libre, he ido viendo algunas de las series de televisión que más éxito tienen en plataformas como Netflix. Lo he hecho con una clara intención: acercarme a las narraciones que los nuevos creadores hacen de la condición humana. Algunas me han parecido muy originales y soberbiamente interpretadas. Detrás de cada personaje, hay siempre un manojo de preguntas: ¿Qué busca este hombre o esta mujer? ¿Qué busca un ser humano cuando se enamora de otra persona, ansía una relación sexual, sueña con ganar más dinero, se droga o se interna en un laberinto de pasiones del que no puede salir? ¿Qué buscamos, en definitiva, cuando nos levantamos cada mañana, vamos al trabajo, nos relacionamos con otros, hacemos planes, buscamos pequeños placeres y ansiamos el fin de semana? Cada pequeña respuesta, cada hallazgo, genera en nosotros una nueva búsqueda. Es como si la insatisfacción fuera el componente esencial de nuestra vida. Siempre estamos esperando algo más, algo distinto, algo nuevo.

En este contexto de búsqueda permanente, tiene mucho sentido la pregunta de Juan el Bautista: “¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?”. La pregunta admite infinitas variaciones: ¿Eres tú, Jesús, la razón última de mi vida o es mejor que busque otros anclajes? ¿Puede la fe en ti poner orden en mi caos interior o es solo una ilusión más de las muchas que me han ido acompañando a lo largo de la vida? ¿Por qué tú tendrías que ser distinto de las demás experiencias que también se presentaban como definitivas y luego se han revelado parciales y efímeras? ¿Te pareces a un enamoramiento (intenso, pero corto) o, más bien, a una relación de largo recorrido? Estas y otras preguntas son carne de Adviento. ¿Qué Navidad puedo esperar si antes no he tomado conciencia de mis búsquedas? ¿Cómo puede ser Jesús la respuesta al sentido de mi vida si vivo de una manera tan superficial que no tengo tiempo ni ganas para formularme preguntas? No hay Navidad sin Adviento. No podemos experimentar la alegría del encuentro si no nos ponemos en camino, si no buscamos. Antes de que mañana empiece la recta final de este tiempo, la cuenta atrás hacia la Navidad, tenemos todavía tiempo para detenernos un poco, respirar hondo y preguntarnos qué estamos buscando en la vida, adónde nos conducen los caminos que transitamos, que pasión nos mueve. No hay nada más triste que correr deprisa sin saber la meta a la que nos dirigimos.



1 comentario:

  1. Contemplando el Adviento me ha llevado a contemplar el camino hasta la Navidad... Todo camino puede tener varias direcciones. El camino que estamos viviendo se ve y vive diferente si nosotros vamos a Dios o si somos conscientes de que prepramos el camino para que Él pueda llegaxr a nosotros...

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