miércoles, 8 de febrero de 2017

Tengo derecho a emocionarme

Hoy prometo no escribir en politiqués sino en recio castellano, que para eso he nacido en la tierra de El Cid Campeador. Los lectores asiduos de este blog recordarán que hace meses escribí sobre Las campanas de la iglesia de mi pueblo. Era un día de finales de primavera. Mis palabras fueron provocadas por la sugestiva foto de mi amigo Eladio Martín. Fue el sexto post más leído del año 2016. La foto era una vista de la espadaña de la iglesia gótico renacentista, de los nidos de las cigüeñas, del reloj… y de las campanas. 

Ahora, en pleno invierno, una nueva foto de Eladio reabre el baúl de los recuerdos. Se trata también de la iglesia de Nuestra Señora del Pino, pero esta vez contemplada desde su parte posterior. Si en la foto de primavera la iglesia se recortaba sobre un cielo fosco y oscuro, en la de invierno tiene como trasfondo un cielo neblinoso y el pinar apenas blanqueado por la nieve. Siguen los nidos, siguen las cigüeñas… y siguen las campanas. Pero ahora es una iglesia con cuerpo, no solo con cabeza. La fachada mira a poniente mientras el ábside está orientado al este porque apunta a Jerusalén, de donde viene la luz: ex Oriente lux. Tras las ventanas opacas se adivina el majestuoso retablo de cinco calles con el camarín de la Virgen del Pino en la parte superior de la calle central. El cofre de piedra alberga más tesoros de los que uno imagina desde el exterior.

Ni siquiera los recios muros de piedra pueden interrumpir el sentido de una presencia. Afuera hace frío. La foto lo indica sin necesidad de ningún termómetro testigo. Pero adentro se percibe siempre el calor de una Madre que espera. Los visontinos lo sabemos. No vemos la iglesia como un museo sin alma, sino como una casa de familia. Y ya se sabe que quien más aglutina en casa es siempre la madre. La cigüeña solitaria, apostada en su nido, que funge de puesto de guardia, parece estar custodiando este cofre de fe y humanidad. El cielo grisáceo hace que la silueta de la torre destaque con toda su osada corpulencia. Uno quisiera traspasar la piedra y permanecer absorto mientras la niebla cae, las chimeneas despiden el humo de la leña y algunos copos de nieve tiñen de blanco los tejados y las calles empedradas.

Otro fotógrafo y poeta, Luis Alberto Almería, a quien no tengo el gusto de conocer, me transporta a un escenario mágico, ligado también a mis recuerdos juveniles: la Laguna Negra de Urbión. La he rodeado a pie, me he bañado en sus aguas frías, he acampado (cuando todavía estaba permitido) a su orilla, he patinado en sus bordes congelados, la he contemplado muchas veces como quien se traslada a un mundo imaginario, he escrito incluso algún poema ya olvidado… pero no recuerdo nunca haberla visto en invierno desde la perspectiva fotografiada por Luis Alberto. Pareciera que los farallones rocosos la asedian hasta reducirla a una pequeña pista de patinaje. El contraste entre las rocas grises y la nieve nos prepara para ver la laguna transformada. El color verdoso o negruzco del agua se ha vuelto blanco, como si el circo glacial que la acoge se hubiera convertido, por arte de magia, en un cuenco de leche. En invierno, la Laguna Negra tendría que llamarse Laguna Blanca. En realidad, en cada estación del año la Laguna parece una realidad diferente. Tanto los colores del entorno como los del agua se transforman jugando con una paleta polícroma. Aunque la leyenda habla de un pozo sin fondo, parece que la profundidad máxima no supera los diez metros. De todas las descripciones, la más difundida es, sin duda, la del poeta Antonio Machado. En La tierra de Alvargonzález (1912) la presenta así:
Llegaron los asesinos
hasta la Laguna Negra,
agua transparente y muda
que enorme muro de piedra,
donde los buitres anidan
y el eco duerme, rodea;
agua clara donde beben
las águilas de la sierra,
donde el jabalí del monte
y el ciervo y el corzo abrevan;
agua pura y silenciosa
que copia cosas eternas;
agua impasible que guarda
en su seno las estrellas. 
¿Tengo o no tengo derecho a emocionarme? Por más que la vida me haya llevado a muchísimos lugares de este maravilloso mundo, hay rincones que están grabados en la memoria a fuego y pasión. De vez en cuando, afloran. Gracias, Eladio y Luis Alberto, por haberme emocionado un poco con vuestras fotografías enamoradas. 


2 comentarios:

  1. A nosotros nos ha emocionado tsmbién tu escrito.
    Pili visontina

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  2. Un eacrito maravilloso y con mucha emoción.

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