lunes, 27 de febrero de 2017

Muchas gracias, robot

No tengo más remedio que aprovechar la larga escala en Hong Kong (casi seis horas) para escribir el post de hoy, que será leve y un poco disperso porque los dos del fin de semana abordaron ya temas de fondo. No conviene ponerse todos los días demasiado serio. Las tres horas desde Seúl se me han hecho cortas. He aprovechado para ver la película Hands of Stone, que cuenta la vida del boxeador panameño Roberto Durán. En algún momento he tenido la impresión de que los golpes salían de la pantalla y acababan estrellándose contra mi mandíbula. La impresión no se ha hecho realidad. Por lo demás, todo ha ido bien. Tanto el de Seúl-Incheon como el de Hong Kong son aeropuertos modernos, bien organizados y cómodos. Uno puede pasar varias horas sin aburrirse.

Muchos de los trabajadores que se ocupan de los servicios en estos aeropuertos ultramodernos son inmigrantes filipinos. Precisamente antes de embarcar en Seúl pasé la mañana de ayer domingo con una pequeña comunidad claretiana que se ocupa de ellos. Celebré la Eucaristía con una veintena de trabajadores jóvenes y después visité con algunos de ellos el convento de las Misioneras de la Caridad que se ocupan de la atención a los ancianos. Mientras tomábamos café con ellas, dos de los trabajadores filipinos le entregaban a uno de mis compañeros coreanos la documentación necesaria para que, junto con un equipo de voluntarios laicos especializados en este tema, tramitara una reclamación por despido injustificado. Esperemos que prospere. El mundo de los inmigrantes está hecho de trabajo, penalidades, expectativas, solidaridad grupal, religiosidad (es admirable cómo mantienen su fe) y también de algunas miserias humanas provocadas por la soledad y la explotación: alcoholismo, juego, etc. Acompañar su camino es una de las apuestas claras de la Iglesias coreana. Y también de los claretianos que trabajan en Corea.

Aquí en Hong Kong la informática y la robótica dominan todo. El aeropuerto es como un escaparate en el que se pueden contemplar muchos de los últimos avances en ambos campos. De un momento a otro espero a una azafata robótica que venga a advertirme de que mi vuelo está a punto de despegar. Esto no tardará en llegar. En San Francisco ya han abierto una pequeña cafetería servida amablemente por un robot que es rápido, eficiente y nunca se equivoca. Uno pide lo que quiera desde su teléfono móvil y el robot lo prepara y lo sirve. Puede dispensar unos 100 cafés por hora, lo cual no está nada mal. Hay robots que fabrican automóviles, realizan trabajos pesados, desactivan explosivos y hasta intervienen en operaciones quirúrgicas. Hay también robots domésticos que se ocupan de algunas tareas de casa en combinación con la domótica. No sé si estamos preparados para una convivencia pacífica, pero más vale que nos vayamos entrenando. En los próximos años, a medida que la robótica se extienda, van a cambiar muchos de nuestros hábitos. Si esto significa liberarnos de trabajos rutinarios, ganar en eficiencia y concentrarnos en otros trabajos más creativos, entonces bienvenidos sean. Si, por el contrario, también nosotros vamos a robotizarnos y todo lo vamos a hacer como si fuéramos una máquina, es mejor que el progreso se retrase un poco. No me gustaría ser su víctima. De momento, os dejo con el robot-camarero que sirve un buen café sin enojarse y que no demanda ninguna propina. Basta que le digamos gracias.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.