domingo, 12 de febrero de 2017

Sentido más que preceptos

Escribo todavía bajo el impacto de la película Hasta el último hombre (Hacksaw Ridge es su título original), el reciente trabajo de Mel Gibson que vi anoche en nuestra habitual sesión sabatina de cine en comunidad. En varias ocasiones tuve que dejar de mirar a la pantalla porque no resistía tanta violencia. El metraje me pareció un poco excesivo. La película está basada en la historia real del sargento del Ejército de Estados Unidos Desmond Doss, un cristiano Adventista del Séptimo día que se negó a portar armas en el frente y que, sin embargo, fue condecorado por el presidente Harry S. Truman por haber salvado la vida a más de 75 hombres bajo el constante fuego japonés durante la brutal batalla de Okinawa, en la Segunda Guerra Mundial. La película es sencillamente impactante. Es probable que gane más de un Oscar. De hecho, tiene seis nominaciones. Lo sabremos el próximo 26 de febrero.

Este VI Domingo del Tiempo Ordinario viene sobrecargado. ¿Veo alguna relación entre la película de Mel Gibson y las lecturas de hoy? Sí. El soldado Desmond Doss, a pesar de convertirse en el hazmerreír de sus compañeros en el período de instrucción, no claudica de sus convicciones cristianas y se declara objetor de conciencia. Está dispuesto a servir a su pueblo, pero no a empuñar un arma. Se entrega como nadie para salvar vidas (incluyendo las de algunos japoneses), pero no quiere derramar ni una sola gota de sangre del enemigo. Opta por servir como asistente sanitario, no como soldado. Al final, el tiempo le dio la razón. Se tomó en serio lo que nos dice la primera lectura de hoy, extraída del libro del Eclesiástico: “Él te ha puesto delante fuego y agua, extiende tu mano a lo que quieras. Ante los hombres está la vida y la muerte, y a cada uno se le dará lo que prefiera” (Eclo 15,17-18). Desmond Doss eligió la vida en un contexto de muerte. Y naturalmente pagó un precio.

Para los que tengáis tiempo, os recomiendo leer con calma los sabrosos comentarios de Fernando Armellini que, en realidad, son como un curso bíblico por entregas semanales. Son necesarias algunas claves para comprender el largo y denso Evangelio de hoy. Yo –como cada semana– me detengo solo en un punto. Creo que la clave de todo se concentra en esta frase de Jesús:  “No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud” (Mt 5,17). Jesús, como buen judío, ama la Torah, cree que, a través de ella, Dios ha ido mostrando a su pueblo la dirección del camino de la vida. Pero se da cuenta de que en muchos casos ha sido reducida a un conjunto de preceptos que a veces se utilizan para humillar, condenar y hacer la vida insoportable. Él se siente llamado a devolver a la Ley su sentido auténtico y a llevarla a su cumplimento. El juego Habéis oído que se dijo (en referencia a la Ley antigua) – pero yo os digo (en referencia a la novedad que él trae), además de ser una osada provocación, indica que lo más importante no es cumplir un precepto sino descubrir su sentido, ir a la raíz, colocar el amor como clave todo.

Hoy seguimos padeciendo la misma enfermedad que muchos judíos del tiempo de Jesús. Las personas con mentalidad legalista (que las hay) siguen creyendo que ser cristiano consiste en ser minucioso en el cumplimiento de normas, ritos, preceptos, etc. Identifican, sin más, cumplimiento de las leyes con fidelidad a Dios, como si fuera un proceso automático. Algunos llegan –aunque cada vez menos– hasta el escrúpulo. Me sorprenden los que critican al papa Francisco porque, según ellos, no dice claramente lo que hay que hacer sino que nos invita al discernimiento. ¡Como si eso fuera fácil, una especie de concesión a los flojos! Otros –quizá la mayoría– pasan olímpicamente de toda referencia objetiva y se guían por sus instintos, intuiciones o principios subjetivos.  Jesús no se alinea ni con unos ni con otros sino que nos confronta con la verdad de nosotros mismos. No va contra los preceptos (sin ellos no podríamos vivir) sino que nos invita a descubrir su verdadero sentido. En otras palabras, no nos pide que seamos rígidos sino que seamos radicales. No es lo mismo. El rígido confunde la fidelidad con el cumplimento material de los preceptos sin tener en cuenta su sentido y su contexto. El radical va siempre a las raíces: se pregunta qué significa un precepto y en qué dirección apunta. En fin, que tenemos un domingo entero para dar vueltas a este mensaje desconcertante y liberador a un tiempo. Creo que el soldado Desmond Doss, en medio de un contexto de extrema violencia, supo entenderlo a la perfección. Necesitamos historias de carne y hueso que nos hagan ver que es posible vivir como Jesús también en circunstancias adversas. 


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