martes, 21 de febrero de 2017

La lengua materna

Que esté en Corea no significa que hable coreano. La verdad es que no sé más que algunas palabras sueltas y supongo que mal pronunciadas. ¿Cómo me las arreglo entonces para animar un retiro espiritual a claretianos de Corea? Recurro a varias estrategias. Para empezar, hace un mes envié un folleto con todas las instrucciones para los ejercicios personales. Cada participante dispone de él traducido al coreano, lo cual le permite manejarse con mucha autonomía. Por otra parte, mis charlas y meditaciones son en inglés, lengua que entiende algo más de la mitad del grupo. Las acompaño con material audiovisual, lo que facilita la comprensión. Y, por último, procuro comunicar pocas ideas con el mínimo de palabras, de forma que sea posible ir haciendo una traducción consecutiva inglés-coreano que no resulte pesada. Para ello cuento con la ayuda de dos claretianos coreanos que se van alternando en la tarea y que, a juzgar por los juicios de los demás, lo hacen muy bien. Si os cuento esto no es porque crea que os interesa lo más mínimo cómo me manejo por estas tierras sino porque resulta que hoy, 21 de febrero, es el Día Internacional de la Lengua Materna. El lema de este año es Hacia futuros sostenibles a través de la educación multilingüe. Como desde hace muchos años estoy expuesto a varias lenguas, soy muy sensible a este tema. De hecho, en este blog he hablado ya varias veces a propósito de los equívocos que surgen en los grupos multilingüísticos y también de las lenguas como instrumentos de comunicación, no como armas arrojadizas o herramientas ideológicas.

Hoy la UNESCO nos propone reflexionar sobre la lengua materna que, aunque su nombre parece que va en esa dirección, no se refiere solo a la lengua de la madre sino también a la primera lengua adquirida, a la lengua en la que uno se expresa mejor, a la lengua aprendida por interacción con el entorno, etc. Los expertos sostienen –aunque siempre habrá otros expertos que opinen lo contrario– que todos los fonemas no asimilados en la primera etapa de la vida (que algunos alargan hasta los 12 años) producen una sordera lingüística a los sonidos y términos en lenguas extrañas. Esto lo he podido comprobar en las dificultades que muchos hispanohablantes adultos tienen, por ejemplo, para pronunciar la ese sonora intervocálica del italiano o del francés. ¡No digamos ya algunos fonemas de la lengua polaca! La habilidad en la lengua materna es esencial para el aprendizaje posterior. Un escaso dominio de la lengua materna casi siempre dificulta el aprendizaje de otras lenguas. Por lo tanto, la lengua materna debería tener un papel primordial en la educación. También esto lo he podido comprobar de cerca viviendo con compañeros que me han confesado que son incapaces de hablar y escribir correctamente en su lengua materna. Sus dificultades para aprender el italiano, por ejemplo, son notables. Algo tendrá que ver una cosa con la otra. Esto significa que, en general, el apoyo a la lengua materna, el hecho de estudiarla a fondo y de manera sistemática no es un obstáculo para aprender otras lenguas; al contrario, es la garantía de que la persona está más preparada para la aventura multilingüística. En este mundo globalizado cada vez va a ser más necesario manejarse en varias lenguas.

Al emperador Carlos se le atribuyen varias frases en relación con las lenguas. Una es: “Hablo latín con Dios, italiano con los músicos, castellano con las damas, francés en la corte, alemán con los lacayos e inglés con mis caballos”. Pero hay otras versiones: “Hablo en italiano con los embajadores; en francés, con las mujeres; en alemán con los soldados; en inglés con los caballos y en español con Dios”. Y también: “El francés es la lengua del amor, el italiano la lengua de la política y el castellano la lengua para hablar con Dios”. No he podido comprobar la verosimilitud de ninguna de ellas, pero –como se dice en italiano– se non è vero, è ben trovato (“Si no es cierto, por lo menos es ingenioso”). Por alguna razón desconocida, el emperador Carlos vinculaba mucho la lengua castellana con Dios. Lo curioso es que no era ésta su lengua materna. El castellano lo aprendió en Gante con la ayuda del humanista Luis Cabeza de Vaca, aunque cuando llegó a España con 17 años todavía no lo dominaba. 

Un amigo mío, cuya lengua materna es el malayalam, me sorprendió un día cuando le pregunté qué lengua utilizaba para hablar con Dios. Yo esperaba que me dijera que su lengua materna –porque parece que asociamos las experiencias más profundas a nuestra lengua primaria–, pero él me respondió que, por lo general, rezaba... en inglés. La verdad es que me sentí un poco decepcionado. ¡Menos mal que Dios no necesita traducción simultánea, entiende todo lo nuestro! Me encanta la manera como expresa esto el poeta mejicano Alfonso Junco en un poema titulado “Así te necesito” que la Liturgia de las Horas ha incorporado como uno de los himnos de Vísperas: “Carne soy, y de carne te quiero. / ¡Caridad que viniste a mi indigencia, / qué bien sabes hablar en mi dialecto!”. El Dios, hecho carne en Jesús, habla todas nuestras lenguas y todos nuestros dialectos. Y los habla muy bien;  por eso, nos llega al corazón. La lengua más materna de todas es el amor, que es la lengua de Dios. Y ésta sí que es una lengua universal, aunque no lo diga la UNESCO. En ella nos entendemos todos los seres humanos entre nosotros y con Dios. 

1 comentario:

  1. Gonzalo, pues si que nos interesa saber como te manejas ante situaciones que no son fáciles. Comunicándolo también nos estás dando pistas para afrontarlas cuando se nos presenten.
    No me había planteado nunca en que lengua se rezaba. Ahora caigo en la cuenta que toda la enseñanza, en mi tiempo, fue en castellano, menos la catequesis que se daba en catalán. Luego mi lengua materna son las dos y con las dos me manejo bien.
    Gracias.

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