martes, 10 de junio de 2025

Testigos a pie de calle


Tras la cincuentena pascual, hemos reanudado el tiempo ordinario. La liturgia nos invita a “pensar en verde”. Este año la vinculación entre el verde y la esperanza se hace más real porque estamos en pleno Jubileo de la Esperanza. Pensar en verde no significa volvernos más ecológicos (aunque nunca está de más activar nuestra vocación de cuidadores de la casa común), sino, sobre todo, alimentar la esperanza desde Aquel que es nuestra esperanza. Si algo hemos aprendido durante el tiempo pascual es que la esperanza no hunde sus raíces en nuestras conquistas, sino en la convicción de que Dios sostiene nuestra historia, da sentido a nuestras cruces, nos abre a un horizonte de vida eterna que desafía la prueba de la muerte.

Ayer celebramos la memoria de María, Madre de la Iglesia. Ella es la Madre de la esperanza, la que mantiene el ritmo de nuestra espera. Es también la madre del tiempo ordinario, de ese flujo de los días que parece que no deja huella, pero que nos va cambiando poco a poco, como si la gracia de Dios nos llegara en forma de gota a gota y fuera fertilizando nuestro terreno reseco. Este riego constante es el que mantiene viva la esperanza.


El domingo pasado participé en la celebración de la Confirmación de mi sobrina Lucía. Mientras contemplaba los rostros de las seis chicas y dos chicos de su grupo, me preguntaba cómo estarían viviendo el significado de este discreto sacramento en su vida de adolescentes. Fue hermoso que coincidiera con la solemnidad de Pentecostés. El obispo vinculó el sentido de la fiesta con el del sacramento. Trató de hacerlo de manera catequética, pero me temo que no logró explicar “algo que es muy difícil de entender”, como reconocía después uno de los confirmandos. 

A ellos les resulta difícil percibir la diferencia entre una vida “con Espíritu” y una vida “sin Espíritu”. Al día siguiente fueron a clase y nadie notó ningún cambio. Todos eran los mismos que el viernes anterior, aunque tal vez no eran lo mismo. ¿Va a cambiar su joven vida a raíz del sacramento? ¿Van a participar más activamente en la vida de la comunidad cristiana? ¿Van a disfrutar con su vocación de testigos de Jesús y su evangelio? ¿Van a compartir su experiencia con otros compañeros que tal vez se ríen de “esas cosas que hacéis los cristianos”?


No quiero ser pesimista. Los jóvenes tienen una capacidad extraordinaria de percibir el Misterio y de dejarse moldear por él. Cuando algo les llega al corazón, son generosos y arriesgados. No tienen miedo de ir contracorriente si tienen un fuerte motivo para ello. Necesitan el apoyo del grupo, pero también son capaces de apartarse de él cuando no les ayuda a vivir sus ideales. 

Quizás el mayor problema no resida en los jóvenes que reciben el sacramento, sino en sus entornos familiares y parroquiales. ¿Con qué apoyos cuentan? ¿Quién se preocupa de seguir cultivando las semillas sembradas? ¿En quién pueden fijarse para ser testigos de Jesús a pie de calle? Este es el verdadero desafío. 

1 comentario:

  1. Felicidades Gonzalo por haber podido participar de la celebración de la Confirmación de tu sobrina… Los mismos interrogantes, también me los he hecho varias veces y cuando conseguimos hacerlo con profundidad, nos interpela, no podemos quedar indiferentes.
    Hoy, nos das muchas pistas que todas convergen: “… la esperanza no hunde sus raíces en nuestras conquistas, sino en la convicción de que Dios sostiene nuestra historia…” Si consiguiéramos vivirlo con seguridad, cuantos malestares nos ahorraríamos…
    Nos presentas a María como Madre de la esperanza…
    Gracias Gonzalo, por recordárnoslo… A veces necesitamos escuchar las mismas palabras y/o los mismos hechos para que vayan impregnando todo nuestro ser.

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