viernes, 13 de junio de 2025

No nos dejes, Antonio


Unas horas antes de que el rey Felipe leyera ayer su discurso en el Palacio Real en el acto organizado para conmemorar el 40 aniversario de la entrada de España en las Comunidades Europeas, Bárbara Rey había presentado sus memorias en un hotel madrileño. El rey Felipe ensalzó, siquiera discretamente, el papel de su padre Juan Carlos I en el proceso de adhesión. La vedete habló sin tapujos sobre sus amoríos clandestinos con ese mismo rey, hoy anciano y autoexiliado en los Emiratos Árabes. 

El presidente del gobierno, que pronunció un discurso institucional en el mismo acto que el rey Felipe, acababa de venir de la sede del PSOE después de una rueda de prensa en la que había pedido perdón a la ciudadanía por la corrupción de algunos miembros de su partido. No sé con qué humor cargarían ambos mandatarios sus respectivos fardos. Viendo sus rostros en la pantalla de mi ordenador, comprendí mejor que toda cara tiene siempre su cruz. La vida es poliédrica. No resulta nada fácil gestionar la complejidad y mucho menos la contradicción y hasta el escándalo.


Las distancias más o menos sangrantes entre lo que debería ser y lo que es se dan también en el seno de nuestras familias y comunidades. Y se dan, por supuesto, en la Iglesia. La diferencia estriba en que la Iglesia no se mide consigo misma, sino con el Misterio de Dios. Por eso, se reconoce como santa y pide perdón como pecadora. Es una “casta prostituta”. 

Esta contradicción no la ahoga en sus vergüenzas, sino que la mantiene en un permanente estado de humildad. La Iglesia alaba al Señor y le pide perdón. Se sabe depositaria de la Palabra y los sacramentos y a la vez no hace sino llamar a la conversión continua. El gran pecado de la Iglesia no es la fragilidad e incoherencia de sus miembros, sino el orgullo de creer que no necesita vivir bajo la misericordia de Dios.


Por todas partes hay un clamor por la verdad, la justicia, la transparencia, la rendición de cuentas.
Y por todas partes vemos mentira, corrupción, abusos y ocultamiento. Anhelamos la paz en Ucrania y en Gaza, pero no nos importa estar enojados con algún familiar o amigo. Bramamos contra la corrupción de los políticos, pero, si se presenta la ocasión, buscamos también alguna ganancia quebrantando la ley. Nos indigna la manipulación que se ejerce a través de las redes sociales, pero no dudamos en mentir de vez en cuando si eso favorece nuestros intereses. 

Por duro que nos resulte reconocerlo, vivimos en estructuras de pecado. No hay mucho espacio para los optimismos científicos, éticos o políticos. Si algo nos dice la fe cristiana es que seguimos a un Cristo que “murió por nuestros pecados”, que somos una comunidad de redimidos, que la gracia es el triunfo sobre la corrupción y la muerte. Por eso, estamos llamados a la alegría y a la esperanza. No se trata de negar o maquillar nuestra realidad miserable, nuestras infinitas contradicciones, sino de ir más allá con la fuerza de la gracia.

En un día como hoy, que celebramos la memoria del popular san Antonio de Padua (y de Lisboa), patrono de tantas cosas (incluidas las cosas perdidas), se me ocurre pedirle: “No nos dejes, Antonio, llévanos al Único que puede ayudarnos a salir de nuestros laberintos”.

1 comentario:

  1. Cada día más, estamos viviendo en medio de confusión y contradicciones, pero, a pesar de ello, como nos dices: “estamos llamados a la alegría y a la esperanza.”
    Gracias Gonzalo, por ayudarnos a tomar conciencia de ello… “Que san Antonio, no nos deje…”

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