martes, 3 de junio de 2025

Jóvenes mártires y jóvenes incrédulos


Hace quince años visité la Basílica de los Mártires de Uganda en Namugongo, un lugar perteneciente a la diócesis de Kampala (Uganda). Me gustó su forma cónica, a modo de una choza africana. La basílica-santuario está construida cerca del lugar donde San Carlos Lwanga y otros veintiún compañeros fueron quemados vivos en 1886 por orden del rey Mwanga II. Hoy celebramos su memoria litúrgica. Me sigue impresionando la homilía que pronunció san Pablo VI cuando los canonizó el 18 de octubre de 1964. Merece la pena reproducir algunas palabras:
“El cristianismo encuentra en África: una predisposición particular que no dudamos en considerar como un arcano de Dios, una vocación indígena, una promesa histórica. África es tierra de Evangelio, África es patria nueva de Cristo. La sencillez recta y lógica y la inflexible fidelidad de estos jóvenes cristianos de África nos lo aseguran y nos lo prueban; por una parte, la fe, don de Dios, y la capacidad humana de progreso; por otra, se unen con prodigiosa correspondencia. Que la semilla evangélica encuentre obstáculo en las espinas de un terreno tan selvático, causa dolor, no extrañeza; pero que la semilla eche inmediatamente raíces y brote pujante y llena de flores por la bondad del suelo, causa alegría y admiración al mismo tiempo: es la gloria espiritual del continente de los rostros negros y de las almas blancas, que anuncia una nueva civilización: la civilización cristiana de África”.

A 60 años de distancia, las palabras de san Pablo VI suenan proféticas. El cristianismo está floreciendo con fuerza en África, mientras languidece -al menos estadísticamente- en Europa. Acabo de leer que solo el 32% de los jóvenes españoles se confiesa católico. Los datos corroboran lo que hace ya diez años el teólogo italiano Armando Matteo calificó como “la primera generación incrédula” del continente. El contraste entre la vieja Europa y la joven África es evidente. 

Muchos se preguntan si la fe cristiana está asociada a la pobreza. Si así fuera, cuando las sociedades elevan su nivel de vida, se volverían casi automáticamente incrédulas. No es tanto un problema de renta, cuanto de actitud vital. Jesús lo sabía muy bien. Por eso, su “buena noticia” caló tanto entre los desheredados de su tiempo. Lo que a primera vista parece un retroceso social, en realidad apunta a algo muy profundo: solo los “pobres” se abren al misterio de Dios porque no son víctimas de la autosuficiencia propia de los ricos.


Lo que cada vez me parece más claro es que no hay fe auténtica sin mártires (es decir, sin testigos, personas que “hayan visto y oído”). Pretender seguir a Jesús desde un estilo de vida cómodo, en el que la fe es compatible con todo, es el camino más seguro hacia su disolución. El recuerdo de los jóvenes mártires ugandeses es un acicate para seguir creyendo que Dios hace su obra cuando a nosotros nos parece que no hay caminos porque el futuro nos parece cerrado. 

La clara disminución estadística de jóvenes creyentes en España es, sobre todo, un desafío para todos los cristianos. Nosotros no estamos llamados a resolver todos los problemas y búsquedas de la gente, pero hemos recibido el encargo de ser “sal” (disolviéndonos en la masa del mundo) y “luz” (dejando que brilla en nosotros la luz de Cristo).

1 comentario:

  1. Gracias Gonzalo por recordarnos que hemos recibido el encargo de ser “sal” y “luz”

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