
Comienza el mes de junio con un calor pegajoso, de verano anticipado. A primera hora de la mañana, la ciudad amanece casi desierta. Se ven algunos turistas con la mochila al hombro y varios corredores que madrugan para librarse del sol de mediodía. Puedo caminar tranquilo por la calle Princesa antes de celebrar la Eucaristía en esta solemnidad de la Ascensión del Señor. Cuando termino, regreso a casa dándome un paseo por la plaza de España, el templo de Debod y el paseo de Rosales. Una pareja de mediana edad que viene de Aranjuez me pregunta por la rosaleda del parque del Oeste. Estaban caminando en dirección contraria. Los acompaño hasta embocar el paseo de tierra que los conduce a la entrada del recinto. Me dan las gracias con un apretón de manos.
Yo me dejo envolver por las lecturas de la fiesta de hoy mientras camino sin prisas, disfrutando de la mañana del domingo. La Ascensión me trae muchos recuerdos de la infancia. Este año me fijo en algunas polaridades que me llaman la atención. Las exploro con calma: ausencia-presencia, acción-testimonio, nostalgia-alegría.

La polaridad ausencia/presencia
Hoy se cumple un año de la muerte de mi madre. Han sido doce meses de ausencia física y de presencia espiritual. Es difícil de explicar esta aparente contradicción. A partir de esta experiencia personal, entiendo muy bien lo que debieron de experimentar los apóstoles de Jesús cuando él desapareció de su radar, cuando “ascendió” al cielo. La orfandad inicial enseguida se vio sustituida por un acompañamiento misterioso. Él estaba ausente y, no obstante, lo sentían más presente que nunca a través de la fuerza de su Espíritu.
Ya no se trataba de una presencia circunscrita a un espacio y un tiempo, sino que lo inundaba todo “hasta el final de los tiempos”. Se convertía en “contemporáneo de todo ser humano”. Y, sin embargo, no estaba al alcance de la mano. Era una presencia intensa y escurridiza, íntima e indomesticable, personal y comunitaria. La “ascensión” de Jesús al cielo inauguraba el tiempo de la Iglesia. Quienes hoy sentimos a veces la “ausencia” de Dios en esta sociedad secularizada tendríamos que descubrir que Él está más presente que nunca a través de ese sacramento visible que es la Iglesia de Jesús. Despreciar a la Iglesia significa alejarse de la mediación que Jesús ha querido como “tienda del encuentro” con Él.
La polaridad acción-testimonio
Me sorprende que, después de haber convivido con Jesús y haber sido testigos de su muerte y resurrección, de haber experimentado un proceso de transformación personal, los discípulos le pregunten a Jesús: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?”. ¡Todavía pensaban que la misión de Jesús se identificaba con su sueño nacionalista! Seguimos en las mismas. También hoy, para hacer más atractivo el cristianismo, seguimos codificándolo como un camino para “cambiar el mundo”. Recuerdo que cuando era adolescente, la propaganda vocacional de la época conectaba la vocación misionera con las ganas de “cambiar el mundo”.
En ningún momento Jesús les pide a sus discípulos que cambien el mundo. Con respecto a esta transformación es muy rotundo: “No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad”. Jesús no nos llama a ser revolucionarios sociales, a transformar las estructuras o a “hacer otro mundo posible”, como se dice en los últimos años. Nos llama a algo más radical y, al mismo tiempo, más humilde: “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo”.
Para salvar al mundo Dios envió a su Hijo. Él es el único que puede transformar desde dentro un mundo injusto y desordenado. A nosotros se nos pide ser testigos; es decir, mártires. Nuestra vida debe remitir a él. Eso no significa que debamos permanecer inactivos, sino que debemos superar la tentación –presente ya en el mito de Adán y Eva y actualizada en todos los prometeísmos modernos (capitalistas, comunistas, cientifistas, tecnocráticos, digitales, posthumanistas, etc.)– de hacer un mundo “nuevo” a la medida de nuestros deseos e intereses.
La polaridad nostalgia-alegría
La palabra nostalgia tiene una hermosa etimología. Significa “dolor de nido”. Con la ausencia física de Jesús, los discípulos debieron de sentir que algo se les había arrancado del corazón, que ya no estaban en casa. Desde el primer momento debieron de experimentar una fuerte nostalgia de volver a “estar con Jesús”, como cuando él los llamó en la primera hora. Sin embargo, ese “dolor de nido” no va acompañado por la tristeza, sino por una profunda y perdurable alegría: “Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”.
La nostalgia de Jesús no lleva a la desesperanza o al derrotismo. Él desaparece, pero no nos abandona. Nos invita a experimentar sus nuevos modos de presencia y a ser testigos cualificados. Esta nueva misión nos llena de alegría. La alegría, pues, no es el resultado de que las cosas vayan bien, de que tengamos éxito en la vida, de que se produzcan nuevas conversiones… La alegría nace de sabernos habitados por Jesús y acompañados por él en la aventura de ser sus testigos, no sus trabajadores-mercenarios.

Lo propio de las polaridades es mantener dos polos en tensión, sin acentuar uno a expensas del otro. ¿No es este un mensaje central de la fiesta de la Ascensión? ¿No nos ayuda esta experiencia a superar la polarización que nos ahoga socialmente?
Ante todo, Gonzalo, decirte que, en la distancia, me uno a tu oración y recuerdo de tu madre, del paso de la muerte a la VIDA… La distancia, en el tiempo, nos permite revivir el momento de la despedida, desde una perspectiva diferente y desde las polaridades que nos presentas.
ResponderEliminarEl tema que comentas de las polaridades, me ayuda a dar un enfoque diferente a mi vida… Me siento identificada en ello y me ayuda a aclararme, necesito resumirlo:
La polaridad ausencia/presencia: Cuando hemos pasado por la experiencia de la muerte de un ser querido, entendemos mejor esta polaridad. “Él estaba ausente y, no obstante, lo sentían más presente que nunca a través de la fuerza de su Espíritu”.
La polaridad acción-testimonio: “se nos pide ser testigos.”
La polaridad nostalgia-alegría: “dolor de nido”, me gusta esta expresión… no lleva a la nostalgia y nos da fuerza para “recordar, comprender y actuar en consecuencia”.
Gracias Gonzalo por el enfoque que das hoy, reflexionando sobre la fiesta de la Ascensión.
Rezamos y confiamos :
ResponderEliminar"La Alegría de sentirnos habitados por Jesús" .
AMÉN.