jueves, 5 de junio de 2025

Búscame en Olavide


Cuando un turista llega a Madrid y dispone de un par de días para ver la ciudad, casi siempre visita los mismos lugares: Plaza Mayor, Puerta del Sol, Gran Vía, plaza de España, palacio real, catedral de La Almudena, Cibeles, puerta de Alcalá, parque del Retiro, Museo del Prado, Museo Reina Sofía, estadio Santiago Bernabéu (si es muy futbolero), algún museo del jamón … y poco más. 

Si dispone de más tiempo puede internarse por el barrio de las Letras, Malasaña, Chueca, Lavapiés, Latina… y un montón de rincones castizos. A falta de playa, puede pasear por Madrid Río o remar en el lago de la Casa de Campo. Todos estos lugares están siempre repletos de turistas. Si son chinos o japoneses, suelen ir en grupos numerosos. A los europeos y americanos les gusta más ir a su aire. En los últimos años se han multiplicado los tuk-tuk por las calles del centro. Hay días en que la Gran Vía o las calles que conducen a la Puerta del Sol se vuelven casi intransitables. Es mejor evitarlas.


Hay todavía muchos lugares hermosos que no han sido invadidos por los turistas, aunque estén llenos de madrileños. Uno de estos rincones está escondido en el barrio de Trafalgar, distrito de Chamberí. Se trata de una plaza octogonal en la que confluyen nada menos que ocho calles: Trafalgar (por la que yo suelo acceder), Raimundo Lulio, Santa Feliciana, Murillo, Palafox, Jordán, Gonzalo de Córdoba y Olid. Hace tres años, en un artículo célebre publicado en el Financial Times, el periodista británico Simon Kuper calificó el lugar como “el sueño europeo” porque representaba un estilo de vida relajado, intergeneracional, ecológico y sobrio. 

Me estoy refiriendo naturalmente a la Plaza de Olavide, lugar de encuentro para vecinos y visitantes, repleto de terrazas y con un ambiente agradable, limpio y seguro. Lo mismo puedes encontrar a dos adolescentes jugando a ping-pong que a una madre amamantando a su bebé o a una pareja de ancianos contemplando la fuente central. Los rosales se alternan con las terrazas llenas de jóvenes. Los madrileños conviven con los extranjeros, los ancianos con los niños, el deporte con la lectura, la conversación con el paseo y el día con la noche. En la plaza de Olavide el reloj se mueve más lento que en otros lugares. El hecho de que sea un espacio sin coches, rodeado de vegetación y discretamente silencioso, ayuda a desconectar del trajín de la gran ciudad sin salir de ella. ¡Y hasta puedes dejar o coger libros en una estantería de granito que hay cerca de la fuente central!


De vez en cuando me pierdo por esta plaza en compañía de algunas personas con las que conversar sin prisas. A pesar de que está en el centro de la ciudad, pocos conocen el lugar. Desde su reciente remodelación, ha ganado en tranquilidad y estética. No es un lugar aislado, pero sí recogido. A determinadas horas (sobre todo, por la tarde-noche) suele haber bastante gente, pero sin los agobios de otros lugares más turísticos. Es una síntesis perfecta entre las comodidades de la gran ciudad y el ambiente vecinal de los pueblos y barrios. Una utopía hecha realidad.

Tendría que haber muchas más plazas Olavide diseminadas por Madrid y otras grandes ciudades. Serían como “centros terapéuticos” contra la prisa, la despersonalización, el individualismo y el aburrimiento. Nos ahorraríamos en soledades no queridas, estrés crónico y ansiolíticos con y sin receta.


1 comentario:

  1. Ojalá se llene Madrid de sitios así, sobre todo con tantas plantas. Es una gozada de sitio.

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