martes, 17 de junio de 2025

Buenos días, corrupción


No se habla de otra cosa en periódicos, radios, televisiones y redes sociales. Ante la cadena de casos de corrupción que afectan al PSOE, el secretario general del partido y presidente del gobierno está aplicando paso a paso el “manual de resistencia”. Su estrategia parece sacada de uno de esos libros que enseñan a afrontar las crisis institucionales. Los pasos, con algunas variantes, son de sobra conocidos: 1) Proceder a una comunicación rápida para hacer ver que se afronta la crisis con transparencia y decisión; 2) Pedir perdón a las personas e instituciones afectadas; 3) Convocar el gabinete de crisis; 4) Comunicar con decisión las medidas que se pretende adoptar; 5) Hacer de la crisis una oportunidad para defender el proyecto y la historia de la institución.

A estos cinco pasos clásicos hay que añadir un sexto que el presidente sabe utilizar muy bien: 6) Acusar a los adversarios por elevación. El discurso es claro: “Nosotros, a diferencia de otros (léase, la llamada ultraderecha) actuamos con rapidez, transparencia y eficacia. Por eso, no tenemos alternativa posible”. La estrategia funciona… hasta que deja de funcionar. Aunque todavía hay amplios sectores de la población que están dispuestos a comulgar con estas ruedas de molino y a defender lo indefendible (incluidos los partidos que sacan tajada de la debilidad), esta vez el hartazgo es tan general y profundo que ni siquiera el verano y el temor a que gobierne la ultraderecha van a atenuar el descontento y la rabia. ¡Hasta las mentiras y triquiñuelas dialécticas tienen un límite!


Más allá de lo que ahora está sucediendo con el PSOE, la raíz es cultural, axiológica, no solo política. La corrupción forma parte de una manera de entender la vida que se ha instalado en las mentes de muchas personas y que adquiere formas diversas según los distintos ámbitos y niveles en los que cada una se mueve. Hay corrupción en los ayuntamientos de los pueblos y de las pequeñas y grandes ciudades, en las diputaciones, en los gobiernos autonómicos, en el gobierno central, en las empresas, en los clubes deportivos, en los medios de comunicación, en los partidos políticos, en la universidad… y me temo que también en la policía, la judicatura y hasta en la Iglesia. 

Es como si los seres humanos tuviéramos la capacidad innata de corromper todo cuanto tocamos, como si la pasión por el poder y el dinero estuviera instalada en nuestro disco duro a modo de una aplicación que se activa automáticamente cada vez que se presenta la más mínima oportunidad de sacar provecho. Es necesario ahora denunciar con energía lo que está sucediendo en el partido del gobierno, pero sin olvidar los otros muchos casos que se dan en distintas instituciones.


Cada vez que saltan casos de relieve a los medios de comunicación social, enseguida se disparan las medidas de lo que habría que hacer para evitarlos. Se habla de auditorías generales, normas, controles, comisiones, etc. Todo eso puede llegar a ser necesario, pero nunca evitará el problema porque su raíz es otra. No se trata solo de mejorar los procedimientos, sino de afinar los discernimientos. Mientras no se cultive desde la infancia (familia, escuela, grupos, etc.) una cultura de la honradez, la responsabilidad y la rendición de cuentas, las medidas que se adopten serán “pan para hoy y hambre para mañana”. 

Mientras vivamos en una sociedad que valora el dinero fácil, que ensalza al pícaro y al bon vivant, que transige con las pequeñas corrupciones de la vida cotidiana, que desprecia la cultura de la virtud y del esfuerzo… no habrá ninguna garantía de que la corrupción se reduzca a unos pocos casos aislados. 

No veo síntomas claros de que realmente aspiremos a este radical cambio de valores. Lo que observamos en los políticos, particularmente obligados a la ejemplaridad por su responsabilidad social, no es más que una representación de lo que vemos a diario, a escalas menores, en la vida cotidiana. Para que sea eficaz, la regeneración tiene que ser radical. No hay otra. La fe cristiana puede/debe contribuir a esta sanatio in radice. Una de las urgencias evangelizadoras es la promoción de una cultura de la verdad, la bondad y la belleza que nos prevenga contra la corrupción que todo lo emponzoña. 


1 comentario:

  1. Ciertamente, la corrupción va entrando en casi todos los ambientes… se cuela, como el polvo, por cualquier rendija.
    Me quedo con dos ideas que das: “No se trata solo de mejorar los procedimientos, sino de afinar los discernimientos.”
    Y también como prevenir la corrupción: “Una de las urgencias evangelizadoras es la promoción de una cultura de la verdad, la bondad y la belleza…”
    Gracias Gonzalo, por ayudarnos a descubrir problemas y soluciones.

    ResponderEliminar

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.