miércoles, 4 de junio de 2025

Personas con Espíritu


Ayer escribí sobre el descenso de los jóvenes católicos en España. Hoy me detengo en el descenso del número de religiosos y religiosas. En 25 años se ha reducido casi a la mitad. Si en el año 2.000 éramos unos 60.000, ahora somos -según cifras ofrecidas por la CONFER- 31.504, distribuidos en 3.902 comunidades. Eso significa que cada año “desaparecen” unas 900 personas consagradas. A este ritmo, en los próximos 25 años el número total de religiosos y religiosas apenas superará los 10.000. 

Caminamos hacia una vida religiosa minoritaria que ya no podrá sostener las grandes obras (pastorales, educativas, sanitarias, asistenciales, etc.) al servicio de la evangelización. ¿Qué significa esto? ¿Es señal inequívoca de decadencia o, más bien, estamos preparándonos para un nuevo ciclo con características diferentes al anterior? No es fácil tener una respuesta clara.


Para algunos, la vida religiosa ha ido cavando su tumba desde el concilio Vaticano II; o sea, desde hace 60 años. La renovación pedida por el Concilio ha consistido, más bien, en una progresiva “mundanización” que ya no ofrece una verdadera alternativa de vida evangélica. Los religiosos y religiosas hemos perdido la radicalidad inherente a esta forma de vida cristiana. El descenso demográfico y la secularización de la sociedad no explican por sí solos el declive numérico, la desmoralización generalizada y la falta de atractivo para las nuevas generaciones. 

La única forma de recuperar el ardor consiste en salir del bucle en el que andamos enredados en las últimas décadas y dejarnos cuestionar a fondo por quienes viven una fuerte experiencia de Dios. Esta regeneración pasa, más concretamente, por el cultivo de una vida espiritual y moral intensa, la recuperación del hábito, el fortalecimiento de la vida comunitaria y de la autoridad, la vuelta a un estilo de vida austero y un fuerte compromiso apostólico centrado en lo esencial de la fe. 

De lo contrario, naufragaremos en congresos, asambleas, documentos, proyectos y pistas que justifican nuestra preocupación y consumen nuestros recursos, pero que no transforman nada porque carecen del imprescindible vigor espiritual que nace de la vida en gracia.


Para otros, lo que estamos viviendo ahora no guarda una relación directa con la fidelidad o infidelidad de los religiosos actuales, sino con un profundo cambio de época que afecta a los fundamentos mismos de este estilo de vida. Algo está muriendo a ritmos diversos mientras despuntan tímidamente los signos de una nueva manera de seguir a Jesús en el marco de una Iglesia que cada vez valora más otras formas de vida cristiana. Estamos en período de transición, purificación, siembra y aprendizaje. 

Los frutos de estas seis décadas de “renovación” son una espiritualidad más bíblica y teológica, una mayor valoración de las personas y de la comunidad entendida como espacio de relaciones interpersonales, una mejor comprensión de los votos (tanto desde el punto de vista antropológico como teológico), una mayor inserción eclesial, nuevas formas de compromiso apostólico, etc. Hay varios documentos eclesiales que hacen un balance más detallado del itinerario posconciliar.


Carecemos de perspectiva histórica para emitir un juicio objetivo, pero probablemente necesitamos superar la tentación del dilema (esto “o” lo otro) y aprender humildemente de la polaridad (esto “y” lo otro). La historia nos muestra que las renovaciones auténticas no pasan primariamente por documentos, planes, decretos, congresos, capítulos, sínodos, etc., sino a través de la mediación de hombres y mujeres movidos por el Espíritu que viven una intensa experiencia espiritual y son capaces de contagiarla a otros. 
No se trata, pues, de una renovación de arriba abajo, sino, más bien, de abajo arriba. 

¿Quiénes son hoy estos hombres y mujeres que pueden liderar esta corriente de vida porque han sido poseídos por el Espíritu? Estoy convencido de que existen, aunque no tengan la visibilidad que sería deseable.


1 comentario:

  1. Estamos viviendo un cambio importante en nuestra sociedad… ya desde la educación, en la infancia, se ha alterado la educación en valores… Se aprende a vivir basados en el consumismo y en la ley del más fuerte… La pobreza y la violencia van en aumento.
    A nivel de Iglesia, hay que “abrir puertas”… Los seglares tenemos que tomar conciencia de nuestra misión… podemos encontrar muchas “barreras”, pero el testimonio personal, sin hacer ruido, nadie lo puede impedir.
    Gracias Gonzalo por llevarnos a la reflexión.

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