domingo, 8 de junio de 2025

No hay entradas


Cuando se acaban las entradas para un concierto o cualquier otro evento multitudinario, se suele colgar el cartel físico o digital de Sold out (agotado). En español solemos decir “todo vendido” o “no hay entradas”. Me parece que ese es el cartel que habría que colocar hoy a la entrada del cenáculo de Jerusalén para participar en el delirio de Pentecostés. Según el relato de los Hechos de los Apóstoles, mientras los discípulos estaban todos reunidos, “de repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados”. Ese viento impetuoso no dejó ni un solo centímetro sin llenar. Pero no solo cubrió el espacio físico de la casa, sino también el personal: “Se llenaron todos de Espíritu Santo”. El fruto de esa inundación masiva es que “empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse”.

La onda expansiva rebasa los límites de la casa. Llega a la plaza. La “ekklesía” se convierte en “ágora”. El estruendo causado por ese viento misterioso congregó a una multitud variopinta que estaba fuera del recinto: “Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua”.


La última frase no tiene desperdicio: “Cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua”. Donde actúa el Espíritu hay siempre variedad y exuberancia, unidad y armonía, construcción comunitaria y apertura misionera, inserción local y alcance global. Lo explica muy bien san Pablo escribiendo a los corintios (segunda lectura): “Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común”. 

La única manera de superar la polarización actual, de poner nuestros carismas al servicio de todos, es abrirnos al Espíritu y dejarnos conducir por él. ¡Necesitamos un Pentecostés que se lleve todo lo viejo y caduco y nos inunde con la novedad de Jesús! El cenáculo digital tiene que llenarse también del viento del Espíritu.


En el pentecostés joánico (evangelio), Jesús vincula el don del Espíritu Santo al perdón de los pecados: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Con el poder del Espíritu, la Iglesia es la comunidad perdonada y perdonadora. En un mundo descoyuntado por el poder disgregador (diabólico) del pecado, la Iglesia está llamada a ser un lugar de reconciliación, un símbolo de unidad. El papa León XIV ha comprendido muy bien esta misión. 

El perdón tiene que llenar “toda la casa” y “toda la plaza”; es decir, la Iglesia y el mundo. Esto no se puede hacer a base de conferencias mundiales, de sesiones de la ONU o de documentos en papel. El gran hacedor de la reconciliación y la unidad en un contexto babélico como el nuestro es el Espíritu de Pentecostés. 

¡Ven, Espíritu Santo, sobre nuestra Iglesia y nuestro mundo! ¡No dejes ningún rincón sin llenar con el viento impetuoso de tu amor! ¡No permitas que nadie quede excluido del concierto de Pentecostés! Cuelga en algún lugar el cartel de “No hay entradas” porque Dios no es patrimonio de unos pocos, sino Padre de toda la humanidad.



2 comentarios:

  1. Gracias Gonzalo, por la profundidad con que has tratado el tema y por la frase: “abrirnos al Espíritu y dejarnos conducir por él”

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  2. !Amén, Amén, AMÉN.!!.

    DIOS PADRE:
    "Patrimonio de la Humanidad".
    Que nadie quede excluido del "Concierto de Pentecostés".

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