lunes, 16 de junio de 2025

Meditación junto al Guadalquivir


Los 36 grados de Madrid se me hacen pesados, pero menos que los 38 de Sevilla. La humedad del Guadalquivir hace que la sensación de agobio sea mayor. Lo digo porque me pasé el fin de semana en la capital andaluza. El sábado 14 participé en la ordenación sacerdotal y en la primera misa de un joven amigo. Debido a las obras de restauración en curso, la ordenación tuvo lugar en el trascoro de la inmensa y magnífica catedral de Sevilla. En ese espacio no cabía un alma entre familiares, amigos, fieles en general y un nutrido grupo de sacerdotes concelebrantes, muchos de los cuales eran bastantes jóvenes.

La ceremonia duró dos horas y cuarto. En el Congo, por ejemplo, no hubiera bajado de cinco, como he podido experimentar en dos o tres ocasiones. Todo estaba medido y ensayado. A la solemnidad litúrgica se añadía un inconfundible toque sevillano, que se reflejaba en la proliferación de acólitos, en las peinetas y mantillas de algunas damas y, en general, en la combinación de elegancia y tronío y en el gusto por los ritos. Yo pasé desapercibido entre gentes que no conocía, lo cual me permitió centrarme en la celebración y observar con detalle todo lo que iba sucediendo.


La primera misa de Javier fue ese mismo día a las 8,30 de la tarde en la barroquísima iglesia de la Magdalena. En la puerta principal había una señora de mediana edad mendigando y abriendo la puerta a quienes querían entrar. Como la mayoría de los que entraban o salían no le daban ni un euro, comenzó a despotricar contra los “señoritos” que se dicen cristianos, pero se olvidan de los pobres. su desahogo me hizo pensar. La misa fue de la solemnidad de la Santísima Trinidad. Junto a Javier, el misacantano, estábamos alrededor de una cincuentena de sacerdotes, incluyendo algunos compañeros suyos que habían sido ordenados por la mañana. 

La homilía, bien construida y leída por un sacerdote amigo del joven presbítero, no se centró tanto en el significado de la fiesta litúrgica, cuanto en la misión del sacerdote y en la trayectoria vocacional de Javier. Después de presentar los dones del pan y el vino, a Javier le lavaron las manos sus emocionados padres. ¡Todo un símbolo! La misa procedió con normalidad. Acabada la comunión, Javier dio gracias a Dios y a muchas personas, pero no lo hizo en forma de discurso, sino de oración. Su formación periodística le ayudó a hablar con espontaneidad, orden y un punto de sobria emoción. El besamanos final se alargó muchos minutos porque era mucha la gente que quería felicitar al misacantano. Yo me fui escabullendo discretamente para llegar a mi residencia a una hora razonable venciendo el calor asfixiante de la noche sevillana.


Mientras regresaba en autobús, flanqueando la margen izquierda del siempre fascinante Guadalquivir, trataba de combinar la fiesta de la Santísima Trinidad, el significado de la ordenación sacerdotal y el contexto social en el que nos encontramos tras conocerse con más detalle los casos de corrupción que afectan a líderes del partido gobernante. Nadie está libre de pecado, pero ¡qué diferencia tan abismal entre quien renuncia a su proyecto personal para servir a Dios y a la comunidad y quien se sirve de la política para lucrarse a costa de los demás! Son dos maneras antitéticas de entender la vida y de situarse ante ella. Las dos están siempre ante nuestros ojos. No basta con tomar una opción y luego dejarse llevar por la inercia de la vida. Cada día tenemos que optar por servir a los demás o por buscar nuestro interés, por hacer de Dios el centro o por mirarnos el ombligo y asegurar el bolsillo. 

Creer en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo no es solo dar nuestro asentimiento racional y cordial a un Misterio que nos supera, sino entrar en una dinámica de amor en la que, muriendo a nosotros mismos, nacemos a una vida superior. En su oración final, Javier utilizó el verbo “expropiar”. Él se sentía “expropiado” por Dios para el servicio de la Iglesia y de la humanidad. Y recordó una anécdota que le ocurrió cuando, años atrás, comunicó a su padre la decisión de entrar en el seminario. El padre, realista como la mayoría de los padres, le dijo: “Todos queremos conducir por buenas autopistas, pero no queremos que nos expropien nuestras fincas para construirlas”. A buen entendedor, pocas palabras.

1 comentario:

  1. Gracias Gonzalo por todo lo que nos transmites a través de tu meditación junto al Guadalquivir… Todo ello nos ayuda a “aterrizar” y no quedarnos en la superficialidad.

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