
Tenía ganas de acercarme al parque del Retiro para visitar la 84ª Feria del Libro de Madrid. Me gusta mucho leer y escribir y desde hace tres años trabajo en el campo editorial como director de la editorial Publicaciones Claretianas y de la revista Vida Religiosa. La visita era casi obligada. Aproveché la tarde del jueves para perderme entre las más de 400 casetas de editoriales, librerías e instituciones.
El lugar de la feria no puede ser más idóneo. Las casetas están alineadas a lo largo de un paseo flanqueado por árboles que crean grandes espacios de sombra y un ambiente muy agradable y ordenado. La tarde era templada. Había gente de todas las edades, pero sin las avalanchas del fin de semana. Entre las dos hileras de casetas hay otra formada por módulos más grandes dedicados a instituciones y países invitados. Allí se puede seguir en directo un programa de RNE, asistir a una conferencia en el recinto de la Comunidad de Madrid o degustar una tapa en uno de los bares abiertos.

La sensación que me produjo la visita fue de borrachera intelectual. Había tantos libros que resultaba casi imposible decantarse por uno. Según datos del Ministerio de Cultura, solo en 2024 se publicaron en España 89.347 libros. Esta cifra supone un aumento del 2,6% en comparación con 2023. La mayoría de los libros publicados fueron en formato papel (59.937), que representaban el 67,1% del total. Los libros digitales (29.410) representaron el 32,9% restante. La cifra es altísima, pero conviene recordar que en 2011 se rozaron casi los 100.000 títulos (96.862). A mí me parece una barbaridad.
No sé si esta abundancia responde a una demanda social o más bien a las necesidades económicas de las más de 8.000 editoriales reconocidas. Pareciera que hoy todo el mundo se puede convertir en escritor y soñar con vender más de once millones de ejemplares, como le ha sucedido a Ildefonso Falcones con La catedral del mar. Por desgracia, la mayoría de los autores se resignan a vender un centenar. En los casos mejores pueden llegar a 500 o 1.000. A menudo, abundan más los regalos entre amigos y conocidos que las ventas propiamente dichas.

Mi impresión es que se publica mucho -quizá demasiado- pero se lee poco. El mundo digital está arrinconando la lectura sosegada, sobre todo entre los adolescentes y jóvenes. No tenemos tiempo ni ganas de sentarnos, tomar entre las manos un volumen de 500 páginas y saborearlo como degustamos un buen menú o un café. Naturalmente, hay muchas excepciones. Me sorprendió ver a algunos visitantes charlar animadamente con los libreros y autores, incluso sobre cuestiones intelectuales de envergadura. En una de las casetas el diálogo versaba sobre el cristianismo del siglo I y en otra sobre la distinción entre metafísica y epistemología.
Yo me limité a pasear, sorprenderme de la abundantísima oferta, ojear algunos libros que me llamaban la atención, calcular cuánto dinero me ahorraba al no comprar todo lo que me hubiera gustado y, al final, adquirir una buena edición de Ortodoxia, de G. K. Chesterton. Podría haberlo leído en formato digital, pero en esta ocasión preferí disponer de un ejemplar en papel.

Me despedí del parque del Retiro con una impresionante vista de la iglesia de san Manuel y san Benito. Volviendo a casa en metro en las líneas 2 y 3, pensé en algunos de los libros que han marcado mi vida intelectual y moral desde niño. Me vinieron a la mente títulos como La isla del tesoro (R. Stevenson) o El fundador del cristianismo (Ch. Dodd). No sería el mismo sin todo lo que he recibido a lo largo de muchos años. Confieso que, aunque los ensayos y estudios me han enriquecido mucho, el verdadero tesoro lo he encontrado siempre en la literatura. Una buena novela, una poesía o una pieza teatral pueden bucear en el corazón humano mejor que un tratado de antropología, filosofía o teología.
A pocos metros de mi casa hay una “cafebrería” (cafetería y librería al mismo tiempo) llamada Ad Hoc. En uno de los expositores colgaba un póster irónico que decía más o menos: “Lee, que te vas a quedar tonto”. Pues eso.
Hay muchos libros de todo tipo, desconocemos muchas veces autores, editoriales, por lo que es bueno que alguien, como tú, que conoce este campo, nos vaya aconsejando… Gracias Gonzalo, una vez más, por hacerlo.
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