
Le tengo simpatía al chipriota san Bernabé, cuya fiesta celebramos hoy. Es uno de esos apóstoles que ejercen un liderazgo afiliativo: “People first” (Lo primero, las personas). Es interesante repasar su historia de relación con Pablo. Tal como se narra en el capítulo 13 de los Hechos de los Apóstoles, ambos viajaron juntos por la isla de Chipre y la provincia de Asia (la moderna Asia Menor) para predicar el evangelio. En ese primer viaje, Bernabé -que significa hijo de consolación- hizo honor a su nombre porque supo buscar a Pablo en su Tarso natal, acogerlo con simpatía y consolarlo, tras sus problemas con la comunidad de Jerusalén. Podríamos decir que lo rescató para la causa del Evangelio.
Cuando llegó a Jerusalén la noticia de que en Antioquía de Siria estaba floreciendo una comunidad muy viva, enviaron a Bernabé, “varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe” (Hch 11,24), a animarla con su carisma (Hch 11,22). El éxito fue tan grande que muchas personas comenzaron creer en Jesús y a adherirse a la iglesia. Bernabé se acordó entonces de Pablo y lo llevó a Antioquía para que colaborara con él. Estando en esa ciudad, la iglesia decidió enviar ayuda a los hermanos que vivían en Judea y que estaban padeciendo una fuerte hambruna (vv. 27-29). ¿Quiénes fueron los encargados de llevar la ayuda? ¡Pues la pareja Pablo y Bernabé (v. 30)! Por entonces, el tándem funcionaba a las mil maravillas. Se habían tomado en serio la instrucción de Jesús de ir “de dos en dos”.

La historia no termina aquí. La comunidad de Antioquía era muy abierta y tenía un fuerte espíritu misionero, así que, movida por el Espíritu Santo, escogió a Pablo y Bernabé y los envió como misioneros (Hch 13,2). Ambos llevaron a Juan Marcos como ayudante. Los tres recorrieron muchas zonas gentiles anunciando el evangelio. En medio del viaje, Marcos dejó plantados a Pablo y a Bernabé, así que, a la hora de planear un segundo viaje misionero, surgió un grave conflicto entre ellos.
Pablo, que tenía un carácter fuerte (o sea, malas pulgas) se negó a llevarlo porque le parecía intolerable que Juan Marcos los hubiera abandonado en el viaje anterior. Bernabé, haciendo una vez más honor a su nombre y a su talante conciliador, no quería prescindir de él. El texto bíblico no disimula la fuerte tensión entre los dos apóstoles. Como no se ponían de acuerdo, decidieron separarse. A partir de ese momento, Bernabé viajó con Juan Marcos, y Pablo se buscó a un tal Silas como compañero de fatigas (Hch 15,36-41). A juzgar por otros testimonios (2 Tim 4,11), la separación fue en cierto sentido superada cuando, más tarde, Pablo consideró a Marcos (suponiendo que se trate de la misma persona) “útil” para el ministerio.

Lo que les sucedió a Pablo y Bernabé sucede a menudo en las familias, las comunidades religiosas, las parroquias y en cualquier grupo humano. Compartiendo los valores esenciales, no siempre estamos de acuerdo sobre estrategias, métodos, personas, etc. Con frecuencia, el elemento afectivo (apegos, envidias, celos, etc.) juega un papel determinante. Solemos decir que “no hay sitio para dos gallos en el mismo corral”. Cuando se trata de personas valiosas, con caracteres dominantes, suele ser frecuente la lucha de “egos”.
En estos casos, si no se logra transformar el conflicto y se prolonga demasiado, lo más sensato es la separación. A veces no hay más remedio que cada parte vaya por su lado, aunque de entrada pueda resultar escandaloso porque lo más creíble es siempre la unidad auténtica. Sin embargo, no se hunde el mundo por ello. Más vale aprovechar la energía de cada uno por separado que echarla a perder en una colaboración tensa e imposible.
La historia de la evangelización y de la Iglesia en general está repleta de ejemplos de rupturas y separaciones como la de Pablo y Bernabé. No siempre lo más cristiano es el aguante a toda costa y la espiritualización del conflicto. Aprender a disentir y a tomar decisiones que implican la separación forma parte también del aprendizaje evangelizador. Una separación en el momento adecuado puede resultar saludable e incluso ayudar a preparar una futura reconciliación.
Interesante conocer esta historia de Pablo y Bernabé, que se da en muchos ámbitos de la vida.
ResponderEliminarCreo que tienes mucha razón cuando escribes: “Una separación en el momento adecuado puede resultar saludable e incluso ayudar a preparar una futura reconciliación.”
Para que pueda ser así, se necesita diálogo y madurez para poder analizar la realidad y el compromiso por ambas partes.
No siempre se puede dar la separación. Pienso en los matrimonios en que ya hay más compromisos en medio y las decisiones repercuten en los hijos… Lo que sí es bueno y necesario, dejar espacios en los que pueda entrar “aires nuevos”… Recuerdo que Rabrindanath Tagore tiene una frase, hablando del matrimonio que dice: “que tiene que ser como las columnas de un templo, ejercen la misma función, pero dejan un espacio entre ellas”
Gracias Gonzalo por llevarnos a la reflexión.