jueves, 5 de enero de 2023

Baviera, Bach, Agustín


Escribo la entrada de hoy horas antes de que empiece el funeral de Benedicto XVI en la plaza de san Pedro de Roma. No puedo estar físicamente allí como estuve cuando empezó su pontificado en abril de 2005. Lo seguiré por televisión. Mientras llega ese momento, comparto tres claves para entender su figura. Desde su muerte, han proliferado los artículos sobre su biografía, su trayectoria teológica, su tarea al frente de la Congregación (hoy Dicasterio) para la Doctrina de la Fe (1981-2005), sus años como papa (2005-2013) y su renuncia. Es difícil encontrar aproximaciones objetivas. Las filias y las fobias ocupan a menudo el espacio del análisis sereno. 

Los llamados “progresistas” llevan décadas lanzando sus dardos contra el cancerbero de la fe, el gran inquisidor, el perseguidor de la teología de la liberación y de muchos teólogos abiertos, el rottweiler de Dios, el renovador arrepentido y otros muchos calificativos de este tenor. Ahora, con motivo de su muerte, dulcifican un poco sus juicios, pero no cambian la perspectiva. Alaban su personalidad suave y bondadosa, pero critican muchos de sus planteamientos teológicos y pastorales.

Los llamados “conservadores” presentan a Benedicto como el papa de la solidez doctrinal frente a los desvaríos de Francisco y de la sobriedad gestual frente a los excesos populistas de Bergoglio. Utilizan la figura del papa emérito para oponerse a las reformas del papa en ejercicio. De nuevo, las polaridades -imprescindibles en toda trayectoria humana- se convierten en dilemas. No vamos muy lejos por este camino. 

No quiero encerrarme en esa jaula dialéctica. Ya dije algo cuando hace años escribí sobre los tres papas. Hoy prefiero adoptar otro punto de vista. He escogido tres nombres que, a mi modo de ver, nos ayudan a entender mejor la personalidad de Joseph Ratzinger. El primero (Baviera) se refiere a un lugar y una cultura. Los dos siguientes son nombres de personas: una del pasado remoto (san Agustín); otra, más cercana a nuestro tiempo (Bach). 


Joseph Ratzinger nació en un pequeño pueblo llamado Marktl am Inn. Sus orígenes son, pues, rurales, no urbanos. Se sentía a gusto en el campo, desconfiaba un poco de la ciudad. La naturaleza era para él el libro en el que leía a Dios. Su familia era sencilla, no pertenecía ni a la aristocracia ni a la burguesía. Quizá por eso el futuro Benedicto no se sentía muy a gusto con la gente vip. Prefería entretenerse con el panadero de Borgo Pio o con los dependientes de la sastrería Mancinelli o de la Cantina Tirolese de Roma. Le gustaba un estilo de vida sobrio, no palaciego, aunque siendo papa recuperó ciertos símbolos tradicionales en su vestimenta.

Marktl am Inn se encuentra en el estado libre de Baviera, asociado a la República Federal Alemana en 1949. Es, con diferencia, la región más rica del país, con un fuerte tejido industrial. El catolicismo es todavía hoy la religión preponderante. Joseph Ratzinger fue un bávaro a carta cabal, no solo porque le gustase la cerveza y apreciase las tradiciones de su tierra, sino, sobre todo, porque se crio en un ambiente en el que cultivo (amor a la tierra y a la naturaleza), culto (religión y piedad) y cultura (ciencia, arte, tradición y política) formaban una tríada inseparable. Por supuesto, que él vivió la progresiva descomposición de esta triada y reflexionó mucho sobre el impacto de la modernidad, pero esa fue su matriz, la que le proporcionó las claves esenciales de su personalidad. 

Es hermoso lo que escribe en su testamento espiritual a propósito de su patria: “Y quiero dar gracias al Señor por mi hermosa patria en los Prealpes bávaros, en la que siempre he visto brillar el esplendor del Creador mismo. Doy las gracias al pueblo de mi patria porque en él he experimentado una y otra vez la belleza de la fe. Rezo para que nuestra tierra siga siendo una tierra de fe y les ruego, queridos compatriotas: no se dejen apartar de la fe”. Él soñaba también una Europa parecida, sabedor, sin embargo, de que se trataba más de un recuerdo del pasado que de un proyecto de futuro. Esta forma tradicional de entender la vida, por hermosa que pueda parecer, hace tiempo que se ha esfumado. Ratzinger mismo atisbó una Iglesia de minorías. 


Ratzinger fue también un gran aficionado a la música, incluso un buen pianista, aunque no se dedicó a ella de manera profesional como su hermano Georg. Entre sus compositores preferidos, destaca Johann Sebastian Bach. Para él, era “el maestro de maestros”, pero no solo admiraba su maestría musical, sino, sobre todo, su concepción profundamente religiosa del arte: honrar a Dios y recrear el espíritu del hombre. El “soli Deo gloria” (solo a Dios gloria) que aparece en muchos manuscritos de Bach podría ser también el lema de Ratzinger. Bach representa la armonía en un mundo caótico, igual que san Benito y su regla pusieron también orden en la desvencijada Europa de los siglos V y VI. No es, pues, extraño que Ratzinger eligiera para sí, como papa, el nombre de Benedicto (Benito). 

En ambos casos (Benito de Nursia y Johann Sebastian Bach), la armonía que buscan y ofrecen es un reflejo de la armonía de Dios y, por lo tanto, la mejor medicina contra el caos de un mundo desordenado y caótico. Ratzinger fue rigor, método, orden, belleza… No es extraño, pues, que se sintiera “desplazado” en un mundo (el curial vaticano) demasiado enrevesado para su manera de entender la vida y en una cultura (la contemporánea) que privilegia la libertad individual sobre el orden objetivo. El mundo posmoderno prefiere otras músicas que no son precisamente las cantatas de Bach. 


Quien le proporcionó las claves teológicas esenciales para interpretar la complejidad de la realidad humana fue, sobre todo, san Agustín, aunque él admiraba muchísimo a otros teólogos más contemporáneos como el suizo Hans Urs von Balthasar (1905-1988). Con Agustín aprende que la gracia es soberana, pero no una “gracia barata” (por usar la conocida expresión de Dietrich Bonhoeffer), sino una gracia que vence la corrupción producida por el pecado. Quizá esto explique, en buena medida, un cierto pesimismo de Ratzinger con respecto a la naturaleza humana y, al mismo tiempo, su fe inquebrantable en el poder de la gracia. Creo que en su testamento espiritual queda expresada esta tensión, por ejemplo cuando, haciendo balance de su vida, escribe: “En retrospectiva, veo y comprendo que incluso los tramos oscuros y agotadores de este camino fueron para mi salvación y que fue en ellos donde Él me guio bien”. 

Aunque sea una cita larga, no me resisto a copiar unas palabras que resumen su trayectoria teológica e intelectual: “A menudo parece como si la ciencia -las ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica (especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro- fuera capaz de ofrecer resultados irrefutables en desacuerdo con la fe católica. He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde hace mucho tiempo, y he visto cómo, por el contrario, las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas que sólo parecen ser competencia de la ciencia (…) He visto y veo cómo de la confusión de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe”. La verdad no admite contradicciones. A nosotros nos queda acogerla con humildad evitando el peligro del relativismo. Quizá por eso escogió como lema de su escudo papal la frase “Cooperatores veritatis” (colaboradores de la verdad), tomada de la tercera carta de Juan: “Por eso debemos sostener nosotros a hombres como estos, para hacernos colaboradores de la verdad(3 Jn 1,8). 

Y concluye de manera enfática: “Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo”. El pecado existe -es indudable, también en la Iglesia-, pero la gracia será siempre vencedora. No sé si muchos comparten esta fe, pero Benedicto XVI dedicó toda su vida a vivirla, profundizarla y anunciarla. Descanse en paz el servidor fiel y solícito. 




1 comentario:

  1. Gracias Gonzalo por ir dándonos a conocer al papa Ratzinger… creo que nos haces un buen resumen, cuando escribes: “Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo”. El pecado existe -es indudable, también en la Iglesia-, pero la gracia será siempre vencedora. No sé si muchos comparten esta fe, pero Benedicto XVI dedicó toda su vida a vivirla, profundizarla y anunciarla. Descanse en paz el servidor fiel y solícito…”
    Me llega el eco de la emoción con que transmites su legado. Gracias.


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