sábado, 28 de enero de 2023

A vueltas con el "para siempre"


Hoy comenzamos el Seminario Nacional sobre Vida Consagrada organizado por el Instituto de Vida Consagrada Sanyasa de Bangalore, India. Me toca hacer el saludo inicial, presentar una ponencia, participar en un panel, ser jurado en el concurso de posters y presidir la Eucaristía de conclusión. Se ve que mis hermanos claretianos han querido aprovechar la presencia de un extranjero para dar el toque exótico a un encuentro que reunirá a religiosos y religiosas de diversos estados de la India. Todo se hará con la ritualidad que tanto gusta en Oriente. El tema, al que ya me referí en la entrada de ayer, tiene muchas aristas. No resuena igual en Europa que aquí. En Europa, el “para siempre” se vive casi como una cárcel porque somos muy sensibles al cambio constante, a la volatilidad. Vivimos en una sociedad líquida y casi gaseosa. 

En Oriente, el “para siempre” se relaciona con nuestra experiencia de Dios. Si Él permanece siempre, quienes creemos en Él no podemos mudar nuestros compromisos, por más que a veces nos resulten pesados y casi insoportables. No es fácil encontrar la perspectiva justa. Personalmente, creo en la capacidad que los seres humanos tenemos de comprometernos “para siempre”, de hacer opciones fundamentales (como se decía hace algunas décadas), pero no me resulta fácil explicar esta convicción con los códigos de hoy. A menudo, la casuística hace que perdamos de vista el horizonte.


Algunos de mis mejores amigos dejaron hace años la vida religiosa y el sacerdocio. Otros se han separado o divorciado de sus cónyuges. ¿Qué les puedo decir? En algún caso no se puede hablar de ruptura porque, en realidad, nunca hubo un verdadero compromiso, ya que faltaron algunos elementos esenciales. Se podría hablar de una situación de nulidad. Lo mejor es aclarar las cosas cuanto antes para permitir que las personas involucradas puedan rehacer su vida con serenidad y esperanza. En otros casos, la convivencia entre los cónyuges se hizo tan insostenible, tan inhumana, que lo más sensato fue también la separación. Y algo parecido sucedió con algunos de los que dejaron la vida consagrada o el sacerdocio.

Creo que un mínimo de realismo y de sensatez nos lleva a ser muy comprensivos con quienes viven situaciones de ruptura o de fragilidad. Nunca logramos comprender todos los entresijos de la existencia. A menudo cargamos toda la responsabilidad sobre los hombros de las personas, pero con frecuencia las instituciones no facilitan el camino. No me imagino a Jesús “condenando” a las personas a mantener un compromiso fallido, caiga quien caiga. La misericordia es el bálsamo que puede ayudarlas a rehacer su vida y a aprender de las experiencias sufridas. Creo que la Iglesia, que es madre y maestra, tiene que dar más pasos en esta pastoral de la misericordia teniendo en cuenta las complejas situaciones que hoy nos toca vivir. La exhortación apostólica Amoris laetitia dio pistas con respecto al matrimonio, pero no tuvo una aceptación generalizada.


Sin embargo, la atención misericordiosa a las situaciones problemáticas no significa que debamos renunciar al valor del “para siempre” porque donde hay verdadero amor, hay deseo de fidelidad. Cuando dos personas, tras un proceso de preparación, deciden contraer matrimonio no lo hacen poniendo fecha de caducidad. El amor, por su misma naturaleza, es eterno. Cuando un religioso hace la profesión perpetua o un sacerdote es ordenado, no piensan en que se trata de una opción temporal. Comprometen toda su vida hasta el final porque la entrega a Dios incluye todas las dimensiones de la existencia y todo el tiempo de vida. No se trata de una imposición canónica que viene de fuera, sino de un dinamismo que brota del interior de la misma experiencia. Nunca somos más libres que cuando nos vinculamos libremente por amor. 

Naturalmente, los compromisos para siempre necesitan un cultivo diario. Hay que alimentar las relaciones que los sostienen. Creo que el gran desafío consiste en ayudarnos unos a otros a mantener vivo el fuego del primer amor, no en rebajar el valor de la fidelidad. ¿Cómo se mantiene vivo este fuego en un contexto en el que las rupturas matrimoniales y el abandono de la vida consagrada y sacerdotal están a la orden del día? ¿Nos hemos vuelto demasiado frágiles o no sabemos renunciar a ganancias personales efímeras en aras de un bien mayor? ¿Estamos convencidos de que el amor fiel es la más profunda experiencia de libertad y felicidad? ¿Nos dejamos seducir por las propuestas de “usar y tirar”, ignaros de que, a la postre, nos dejan vacíos? También aquí las preguntas abundan más que las respuestas, pero he encontrado en la homilía que el papa Benedicto XVI nos dirigió a los consagrados el 2 de febrero de 2013 tres pistas que nos ayudan a cultivar la fidelidad: la adoración, la cruz y la peregrinación. Os invito a leerlas y meditarlas.

1 comentario:

  1. Este “para siempre” da miedo y ayuda a que haya quien retroceda ante los compromisos de la vida. En las personas que se da la renuncia al “para siempre”, les lleva a un cambio de vida y no hay dos reacciones iguales, ni se mueven en las mismas circunstancias, aunque las circunstancias y las reacciones sean similares.
    Es un tema complejo porque juegan muchos factores vividos por la persona, a lo largo de su vida, sea en la infancia, juventud, o en la edad adulta, sea o no consciente de ello.
    Pero también es bueno valorar los que son capaces de vivir su vocación “para siempre”. Nos puede llevar a descubrir donde encuentran esta fuerza. A pesar de los vaivenes de la vida, si no sabemos arraigarnos en la oración y en la fe, sean las que sean las creencias, cualquier vendaval se lo lleva todo a pique.
    Gracias Gonzalo por ayudarnos a profundizar en el tema que nos lleva a una revisión profunda del que vivimos y como lo vivimos
    Espero que estés disfrutando en este Encuentro… La oración nos une.

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