lunes, 4 de enero de 2021

¿Dónde vives?

Durante estos días de Navidad me llegan infinidad de vídeos en forma de felicitaciones, canciones, paisajes nevados, chistes graciosos y parodias. Agradezco mucho a los amigos que comparten conmigo lo que, en la mayoría de los casos, ellos mismos han recibido. Es verdad que se corre el riesgo de que a uno le llegue el mismo vídeo por tres o cuatro canales distintos, pero eso muestra hasta qué punto estamos interconectados. Uno de los más originales es el protagonizado por el actor mexicano Jorge Lozano H. Se titula La revancha. El actor se encara con el año 2020 (el “año de la rata”, según el calendario chino) por todas las desgracias que nos ha traído y le amenaza con una descomunal “revancha” en el 2021 (el “año del búfalo”). Merece la pena verlo para desahogarse un poco y cargarse de energía en los primeros compases del nuevo año. 

Pero confieso que el que más me ha impresionado, a pesar de que dura tres cuartos de hora, es el que muestra una entrevista con el antropólogo Mikel Azurmendi, conocido en España, pero quizá desconocido en otros países. Se trata de un vasco, nacido en San Sebastián en 1942 (acaba de cumplir 78 años), que fue miembro de la primera ETA y que posteriormente salió de la banda armada porque estaba totalmente en contra del uso de la violencia. Ha sido profesor en la Universidad del País Vasco y en otros centros académicos. Durante mucho tiempo, en línea con la postura de muchos intelectuales, se consideraba agnóstico. En la entrevista que adjunto al final de esta entrada explica con gran sencillez su proceso de conversión a la fe cristiana.

Me fijo en este testimonio porque en el Evangelio de hoy, unos discípulos le preguntan a Jesús: “Maestro, ¿dónde vives?”. Me parece que en esta sencilla pregunta de solo dos palabras se concentran muchas de nuestras inquietudes actuales. En realidad, las preguntas podrían multiplicarse como esporas: ¿Existe Dios? En caso afirmativo ¿qué es o quién es? ¿Dónde encontrarlo? ¿Cómo se lo encuentra? ¿Se puede ser científico y creyente? ¿Por qué Europa, el continente marcado por el cristianismo, es hoy el más secularizado? ¿Qué cambia en la vida de una persona cuando cree en Dios? ¿Es lo mismo creer en Dios que creer en Jesús? ¿Es la fe una fuente de libertad o de esclavitud mental? ¿Por qué si existe Dios no interviene para frenar el mal del mundo, sobre todo el de los inocentes? 

Estas y otras preguntas han ocupado la reflexión de filósofos, teólogos, científicos y pensadores a lo largo de muchos siglos. En un momento u otro de la vida, asoman también en la existencia de la mayoría de las personas, por más que la sociología religiosa detecte que el fenómeno imperante hoy no es tanto la búsqueda religiosa cuanto la indiferencia. Pienso en algunos de mis conocidos (incluso amigos), con los cuales nunca abordamos estas cuestiones porque se consideran demasiado íntimas o porque “ya se sabe lo que va a pensar un cura al respecto”. Desde hace años echo de menos conversaciones en profundidad que aborden la búsqueda de sentido con honradez, sin prejuicios, partiendo de lo que cada uno vivimos por dentro. Quizá me ha gustado la entrevista a Mikel Azurmendi porque he encontrado en ella algunos de estos ingredientes que cada vez escasean más. 

Mikel no es un joven sin experiencia de la vida, seducido por los reclamos de la moda o condicionado por lo políticamente correcto. Dentro de un par de años cumplirá 80. Ha vivido con gran pasión la segunda mitad del siglo XX. Conoce muy bien los movimientos sociales del siglo pasado y de los primeros años del siglo XXI. Ha sido activista político y profesor universitario. No ha llegado a la fe a través de razonamientos sutiles, sino mediante el encuentro con cristianos que practican lo que creen. En otras palabras, lo esencial en su proceso ha sido una “experiencia de encuentro”. La respuesta que Jesús da a los discípulos que le preguntan dónde vive no es la dirección de una calle, un razonamiento lógico o una argumentación teológica. Es una invitación a pasar un rato con él: “Venid y lo veréis”. Se trata, pues, de experimentar algo que toca las fibras de la propia vida, que implica emociones y convicciones, belleza y ética, persona y comunidad.  ikel Azurmendi insiste mucho en esto. Lo que a él hombre de pensamiento le movió a creer en Jesús fue el hecho de comprobar que había personas que vivían de verdad una vida buena y que, haciéndolo, eran felices y transmitían felicidad. Fue un fenómeno de contagio vital. La fe no se explica, se comparte. 

Si hoy se ensancha la franja de los indiferentes en nuestras sociedades secularizadas, tal vez es porque hay pocos creyentes que viven con hondura su fe e iluminan desde ella las encrucijadas de la vida cotidiana. Entrevistas como la que os propongo ahora no saldrán nunca en los programas de televisión más vistos, incluso se silenciarán por parte de algunos, pero nos revelan que Jesús sigue llegando al corazón de las personas también en el siglo XXI. Es una buena forma de empezar este nuevo año.



2 comentarios:

  1. Impresionante testimonio el de Mikel Azurmendi. Qué sencillo es entender a Dios y a Jesucristo con argumentos tan directos y tan fáciles.. Más difícill ponerlos en práctica pero interpelan directamente y animan a tratar de vivirlos con ese ímpetu y sinceridad.
    Gracias

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  2. Hay más inquietud de la que parece… se formulan muchas preguntas en relación a Dios, a Jesús… Lo que pasa es que en el día a día no es fácil encontrar con quien dialogar del tema de la fe. Considero que no es fácil hablar del tema cuando se da a muchos niveles diferentes. Tengo la sensación de que cada persona requiere de una respuesta diferente, y precisa de un nivel de profundidad diferente.
    Cuando, con mucha discreción, se lleva la conversación hacia el tema de la espiritualidad, se pueden descubrir inquietudes que no afloran fácilmente. Los que creemos deberíamos estar dispuestos a no “escondernos”… y hablar abiertamente cuando se da la oportunidad y abiertos también a recibir de los demás. Dios llega a nosotros y nos habla de muchas maneras… nos encuentra donde menos esperamos.
    Y más que las palabras son el testimonio que podemos dar… A menudo me pregunto si las personas con las que compartimos, ¿les interpela nuestra manera de vivir?

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