martes, 12 de enero de 2021

Acólitas y lectoras

Muchos medios de comunicación se han hecho eco de la Carta Apostólica Spiritus Domini en forma de motu proprio que ayer publicó el papa Francisco. En ella se modifica el canon 230 § 1 del Código de Derecho Canónico acerca del acceso de las personas de sexo femenino al ministerio instituido del lectorado y del acolitado. El texto del canon modificado queda así: “Los laicos que tengan la edad y los dones determinados por decreto de la Conferencia Episcopal podrán ser asumidos establemente, mediante el rito litúrgico establecido, en los ministerios de lectores y acólitos; sin embargo, tal atribución no les da derecho al sustento ni a la remuneración por parte de la Iglesia”. 

En la misma Carta se da la razón de fondo: “Se ha llegado en los últimos años a una elaboración doctrinal que ha puesto de relieve cómo determinados ministerios instituidos por la Iglesia tengan como fundamento la condición común de ser bautizados y el sacerdocio real recibido en el sacramento del Bautismo; éstos son esencialmente distintos del ministerio ordenado recibido en el sacramento del Orden”. La Carta ha causado cierta sorpresa, aunque, en realidad, no ha hecho sino convertir en derecho algo que ya se estaba dando en la práctica. O, dicho de manera más técnica, convertir un “de facto” en un “de iure”. Como sabemos, está también en marcha una comisión que estudia la posibilidad de instituir el diaconado femenino.  Este será un asunto mucho más delicado.

No sé cuál es la reacción de los lectores de este Rincón. Por lo poco que he podido escuchar y leer en las últimas horas, percibo tres grandes líneas de opinión. Para algunas personas sobre todo, para las que desde hace años abogan por el sacerdocio femenino este es un tímido paso, más testimonial que efectivo. Para quienes consideran que los ministerios (tanto instituidos como ordenados) deben estar reservados a los varones, este pequeño paso significa abrir la puerta para algo que consideran intolerable. Esta misma mañana una persona me ha dicho: “Si la Iglesia aceptara algún día el acceso de las mujeres al sacerdocio, yo abandonaría la Iglesia”. Son los dos extremos del arco. En ambos percibo un tono un poco beligerante que no ayuda mucho a un discernimiento sereno. 

Intuyo que la mayoría se sitúa en una posición intermedia. Aceptan de buen grado la decisión del Papa porque comprenden que los ministerios instituidos del lectorado y acolitado se fundamentan en el sacerdocio real que todos los cristianos recibimos en el Bautismo, no en el sacramento del Orden. Por otra parte, desde hace muchos años era práctica común que las mujeres leyeran la Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas y que algunas colaboraran en el servicio del altar y la distribución de la comunión, si bien ambas tareas no tenían el rango de “ministerios instituidos”, sino, más bien, de prácticas litúrgicas informales o encomendadas. 

Personalmente, pienso que la decisión del Papa da carta de naturaleza a unos servicios que dimanan de nuestra vocación bautismal y que visibilizan el hecho de que en la comunidad cristiana “ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28). Es obvio que, por diversas razones, la mujer no tiene en la Iglesia el reconocimiento oficial que haga justicia a su participación real. Por otra parte, desearía que la forma de ejercer estos ministerios por parte de las mujeres no fuera una fotocopia del modo masculino (y a menudo un poco clerical), sino que pudieran enriquecerlos con su genio femenino. Todos saldríamos ganando.

Durante varios años fui profesor de Teología del Ministerio Ordenado. Conozco bien las opiniones de quienes objetan este paso y no digamos el acceso de la mujer al diaconado o al presbiterado. Si algo he aprendido con el paso de los años es que necesitamos escuchar con atención todas las voces y argumentos porque casi siempre contienen un fragmento de verdad que no es despreciable. Dicho esto, no veo ningún inconveniente más aún, me parece un paso justo y necesario que se permita el acceso de las mujeres en iguales condiciones que los varones a los ministerios instituidos del lectorado y acolitado.  Creo que debemos ir mucho más lejos. Sería necesario explorar la posibilidad de instituir otros ministerios laicales que no fueran solo litúrgicos y que tuvieran que ver con las otras tres dimensiones de la Iglesia:  la enseñanza, la comunión y el servicio. 

Para ello, habría que distinguir qué entendemos por la gran Tradición (estable, pero en desarrollo) y por las pequeñas tradiciones (contingentes y revisables) y, sobre todo, tendríamos que hacer un esfuerzo por ver qué ministerios necesita la Iglesia de hoy en los diversos contextos para madurar como comunidad de seguidores de Jesús y evangelizar un mundo en constante cambio. Obviamente, esto no significa que todos los ministerios que ya existen (desde la enseñanza de la Teología a la catequesis, la música, la atención a los enfermos o la ayuda social) deban ser “instituidos”, pero quizás algunos, por su especial densidad y significado, podrían entrar en esta categoría. No se me escapa la última parte del canon modificado: “Tal atribución no les da derecho al sustento ni a la remuneración por parte de la Iglesia”. La cuestión económica sigue pesando mucho en la articulación de los ministerios. También aquí debemos encontrar nuevas formas. Sin desdeñar la importancia y necesidad del voluntariado, es verdad que “el obrero es digno de su salario” (1 Tim 5,18).

1 comentario:

  1. A mí me sorprende muchísimo que, después de años que se ha abierto la puerta para lectoras y acólitas ahora lleve a una removida como lleva. Al final es aceptar oficialmente una realidad que ya está.
    Por otro lado me pregunto si las mujeres nos hemos ganado lo que reclamamos… Realmente, ¿desempeñamos, en la Iglesia, todo el papel que podemos o se nos permite como mujer o bien estamos reclamando igualdad y poder como el hombre?
    Jesús dio las llaves a Pedro, pero Dios, tuvo en cuenta a la mujer cuando la eligió para madre de Jesús, por lo que fue a una mujer, a quien eligió, para llevar a Jesús a la humanidad. ¿Somos conscientes de esta nuestra responsabilidad?
    Jesús eligió a una mujer para que fuera testimonio de su resurrección… y podemos ir analizando varios aspectos que se nos han encomendado.
    Creo que, demasiadas veces, como mujeres, nos quedamos en la protesta y no pasamos a la acción: “haría si….”

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