Reconozco que el título de la entrada de hoy no dice mucho, pero así es como ha titulado el papa Francisco la Carta que ayer publicó sobre el valor y significado del “belén” (o del “pesebre”, como se dice en muchos lugares de Latinoamérica siguiendo la tradición italiana). La carta, cuyo título en latín es “admirabile
signum”, lleva un subtítulo que aclara el contenido: “el hermoso signo del
pesebre”. Es corta, así que se lee en pocos minutos. ¿Qué pretende el papa
Francisco con esta carta? Lo dice al comienzo: “Con esta Carta quisiera alentar la hermosa tradición de nuestras
familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén, como también
la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los
hospitales, en las cárceles, en las plazas... Es realmente un ejercicio de
fantasía creativa, que utiliza los materiales más dispares para crear pequeñas
obras maestras llenas de belleza”. Yo pertenezco a la vieja escuela. Cuando era niño, en mi casa el belén se ponía siempre el día 8 de diciembre, fiesta
de la Inmaculada, ni antes ni después. Disponíamos de dos semanas para irnos
ambientando antes de la Navidad. Se trataba de un belén sin muchas
pretensiones, per cumplía su objetivo.
Con el paso del
tiempo, en muchas familias se fue arrinconando el belén (quizá por considerarlo
demasiado tradicional) y se fue imponiendo el árbol (que representaba un símbolo
de modernidad porque aparecía indefectiblemente en las casas de las familias norteamericanas).
Lo que sucedía en las familias saltó al plano público, o quizás fue al revés,
no sabría decirlo. El belén o nacimiento se antojaba demasiado confesional en
un estado que era aconfesional, así que fue reemplazado por el árbol, que
resultaba un símbolo cósmico aceptado por casi todos. Digo “casi” porque no
faltan voces que critican esta costumbre como un atentado ecológico (en el caso
de que se trate de un árbol de verdad) o como un símbolo contaminante (en el
caso de que se trate de un árbol de plástico). En esas estábamos cuando el Papa
se despacha con una carta en la que nos invita a poner el belén, tanto en las casas privadas
como en los lugares públicos. Me temo que algunos críticos van a “montar un
belén” apelando a la laicidad y discursos de este tipo.
El año pasado fui
testigo del poder cautivador y socializador que tiene el belén, incluso
en nuestras sociedades secularizadas; por eso, comprendo muy bien la invitación
del papa Francisco. Más allá de su genuino significado cristiano, el belén es
un símbolo que nos ayuda a reconciliarnos con la belleza de la vida sencilla,
con las personas y los ambientes en los que nos movemos a diario. Contemplando un
belén, sin saber muy bien por qué, imaginamos un mundo mejor del que tenemos, sin necesidad de que sea maravilloso. Basta con que la sencillez
transparente el misterio que nos envuelve. El Papa lo dice con palabras más
bellas y profundas: “¿Por qué el belén
suscita tanto asombro y nos conmueve? En primer lugar, porque manifiesta la
ternura de Dios. Él, el Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez. El
don de la vida, siempre misterioso para nosotros, nos cautiva aún más viendo
que Aquel que nació de María es la fuente y protección de cada vida”. Quizá
por esta conexión con la vida, a los niños les gusta tanto montar y contemplar
el belén. Solo a los que somos demasiado “adultos” nos parece un símbolo pasado
de moda. Está bien que el Papa nos dé un toque.
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