Desde niño aprendí que hay siete virtudes que nos ayudan a combatir los siete pecados capitales. Todavía
recuerdo el sonsonete que facilitaba memorizarlas sin mucho esfuerzo: contra
soberbia, humildad; contra avaricia, generosidad; contra lujuria, castidad;
contra ira, paciencia; contra gula, templanza; contra envidia, caridad; y
contra pereza, diligencia. Hace mucho tiempo que no oigo ni leo nada que proponga
la actualidad de estas siete virtudes o energías para luchar contra los males
que emponzoñan la vida personal y social. Repasando las noticias de actualidad,
es fácil descubrir muchos hechos que nos hablan de soberbia, avaricia, lujuria,
ira, gula, envidia y pereza. Me parece que la avaricia, sobre todo, se ha
convertido en el pecado de la sociedad consumista. Se habla menos de humildad,
generosidad, castidad, paciencia, templanza, caridad y diligencia. Si me animo,
voy a dedicar en los próximos días algunas entradas a comentar estas extrañas
parejas de pecados y virtudes a la luz de lo que estamos viviendo y, sobre
todo, de lo que la Palabra de Dios nos ilumina. Pero, a modo de prólogo,
quisiera empezar la serie hablando de otra pareja que no forma parte de ese G-7
de pecados y virtudes, per que me parece de gran actualidad.
He titulado la
entrada de hoy “contra agresividad, cordialidad” por dos razones: porque
percibo en el clima social un exceso de irritación y porque, desde mi vocación
de Misionero Hijo del Inmaculado Corazón de María, cada vez valoro más el
sentido mariano de la cordialidad. Que vivimos tiempos agresivos es fácil de
demostrar. Basta asomarse a los debates en cualquier parlamento o a algunos
programas televisivos. Las protestas que en los últimos meses se están dando en
muchos países casi siempre han estado acompañadas de actos de violencia, que a
veces son explosiones de rabia acumulada y otras de espíritu destructivo. Pero,
más allá de estos indicadores, el estilo de vida actual, tan competitivo y
acelerado, alimenta una agresividad latente que, en ocasiones, estalla. Se nota
en esa “batalla por la supervivencia” en la que se ha convertido la vida social.
No es extraño que algunos funcionarios públicos respondan de manera descortés,
que cada vez se tengan menos en cuenta las normas de urbanidad y cada uno haga
de su capa un sayo, que en muchas familias abunden las discusiones y los
intercambios agrios. La agresividad es la respuesta emocional a una sociedad
que nos somete a más presión de la que podemos aguantar. Es como si sintiéramos
que alguien nos está atacando por la espalda y no tuviéramos más remedio que
defendernos.
¿Cómo poner de
moda la cordialidad; es decir, esa forma afectuosa de relacionarnos con los
demás que nos sale del corazón? Al fin y al cabo, “cordialidad” viene del término
latino “cor”, que significa “corazón”. Ser cordiales significa que nos
relacionamos con los demás, no desde las vísceras inferiores, sino desde el corazón;
no desde la envidia y la soberbia, sino desde el aprecio sincero y franco. Esto
no es posible cuando se vive superficialmente. Para ser cordiales, para tener corazón,
necesitamos vivir desde el corazón, desde la interioridad. De María, el
evangelista Lucas dice que “guardaba todo en el corazón”; por eso, pudo ser una
mujer “todo corazón”. Solo cuando rumiamos las cosas con profundidad, podemos destilar
actitudes de comprensión, amabilidad, dulzura y generosidad. San Antonio María
Claret, tomando unas palabras prestadas de Fray Luis de Granda, escribió un
dicho que puede convertirse en norma de vida: “Tendré para con Dios corazón de hijo; para conmigo mismo, corazón de
juez. Y para con el prójimo, corazón de madre”. Tener corazón de hijo y corazón
de madre suena bien a nuestros oídos modernos; lo de “corazón de juez” puede
sonar un poco antipático en tiempos de autoestima universal y de blandura anímica,
pero hay que entenderlo en su justo contexto. Solo cuando aprendemos a ver la
viga en nuestro ojo, podemos ayudar a quitar la paja en el ojo ajeno. Una sana capacidad
de autocrítica nos ayuda a descubrir las causas de la agresividad y a mostrar
un talante cordial con los que nos rodean. Pongamos de moda la cordialidad. Es un bálsamo que puede lubricar mucho las rigideces de nuestra vida.
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