Leo todos los días la sección La Contra del periódico catalán La Vanguardia. Casi
todos los personajes que desfilan por ella se declaran “progresistas”. Pedro
Sánchez y Pablo Iglesias (apóstoles del progresismo) firmaron hace semanas un
acuerdo para formar en España un gobierno “progresista”. Se dice que quienes
apoyan al papa Francisco en su plan de reforma de la Iglesia son
“progresistas”. (No entro ahora en la doctrina política denominada “progresismo”). ¿Qué demonios quiere decir este cacareado adjetivo que se
aplica a realidades tan heterogéneas? Parece que el sentido no es unívoco. De
hecho, el diccionario de la RAE dice algo tan vaporoso como que progresista es
toda persona o colectividad “de ideas y
actitudes avanzadas”. Estamos casi igual. Si buscamos el término avanzado,
el diccionario nos proporciona esta definición: “que se distingue por su audacia o novedad en las artes, la literatura,
el pensamiento, la política, etc.”. La audacia y la novedad parecen ser las
dos notas que caracterizan a las personas que se autodenominan progresistas y,
por lo tanto, avanzadas. No hay ninguna connotación axiológica. Pero no todo lo
audaz y nuevo significa automáticamente progreso en el desarrollo de la
humanidad.
Si por “progresista”
se entiende a alguien que desea y promueve el desarrollo de la ciencia y de la
técnica al servicio del ser humano, la lucha contra las desigualdades, la
extensión y mejora de la educación y la sanidad, la preocupación por el
planeta, la defensa y promoción de los derechos humanos, la superación de
barreras y fronteras, la creatividad en el arte, etc., entonces me considero progresista. Pero si –como sucede
a menudo con algunos partidos políticos de izquierda– en el mismo paquete se
mete el derecho al aborto y la eutanasia, la maternidad subrogada, las trabas a
una educación de acuerdo a las convicciones de los padres, la ideología (que no
perspectiva) de género, la promoción de la lucha de clases, etc., entonces no
me considero progresista. Lo que importa no es la etiqueta que nos ponemos o
que concedemos a los otros, sino lo que hay dentro del paquete. Una de las
perversiones del lenguaje es etiquetar con palabras prestigiadas (como “progresista”)
realidades que no se corresponden con el sentido auténtico de esas palabras.
¿Es “progresista” (es decir, promueve el desarrollo de la humanidad) defender el
aborto como un derecho? Quizá no hay una perversión mayor. La vida nos va enseñando a no dejarnos seducir por el lenguaje. También aquí vale el dicho de Jesús: “Por sus frutos los conoceréis”.
Creo que no hay
nada más progresista que aquello que hunde sus raíces en la tradición. Sin
savia, ningún árbol puede producir frutos. Si algo vivimos los cristianos en la
Navidad es que Dios ha querido manifestarse como hombre, de manera que todo lo
que hacemos por promover la verdadera vocación del ser humano significa dar
gloria a Dios. En las últimas décadas se cita con mucha frecuencia la célebre
frase de san Ireneo (“gloria Dei vivens
homo”, la gloria de Dios es el hombre viviente), pero, por razones que ignoro,
se desgaja de la segunda parte, que reza así: “et vita hominis visio Dei” (y la vida del hombre es la visión de
Dios). Quien cree en Dios promueve al máximo el desarrollo pleno del ser
humano, es “progresista” en el sentido más noble del término. Pero, al mismo
tiempo, sabe que la vida plena no se reduce a una buena educación, salud y
protección social, sino que aspira a la visión de Dios. Solo quienes mantienen
los dos polos unidos son los verdaderos “progresistas”, los que contribuyen al desarrollo de la humanidad. Me temo que muchos de
los que se autodenominan así han perdido un ala por el camino.
Como siempre, iluminando con claridad, ¡gracias, Padre!
ResponderEliminarEl otro día te acompañé en el concierto de Navidad de Letrán; lo hice por la mañana y tú por la noche. Me pareció que el Dr. era una persona que supo amenizar sin cansar y siempre diciendo algo.
ResponderEliminarMe parece progresista en sus mensajes y hoy tú lo bordas. ¡¡Qué cansancio tanto progresista que casi siempre se dedica a juzgar (y mal) a los que no piensan como ellos.
Genial reflexión. Un abrazo