En estos días que preceden a la Navidad se suceden por todas partes las exposiciones de belenes, los conciertos, las cenas, las visitas y la compra de regalos. Yo me apunté ayer a
las dos primeras actividades en compañía de un hermano de comunidad. Pasé buena parte de la tarde visitando el gran belén
de la plaza de san Pedro y callejeando por el centro de Roma, discretamente
decorado con motivos navideños. El belén de san Pedro es más tradicional que el
del año pasado. Las figuras de arena (que tanto llamaron la atención en 2018) han sido sustituidas por personajes
tradicionales del norte de Italia y por antiguos migrantes que se acercan al portal
con sus maletas de cartón. Como la tarde era apacible, la plaza se llenó de
familias con niños, turistas y curiosos. Roma tenía una luz tenue, de otoño moribundo.
La plaza Navona todavía no estaba repleta de las tradicionales casetas. Había
solo algunos puestos aislados. El árbol gigante de la plaza de Venecia lucía
con cientos de bombillitas amarillentas y la avenida de los Foros Imperiales más
parecía una sala de conciertos al aire libre que una calle urbana. Cada pocos
metros había músicos callejeros interpretando las músicas más variadas, desde
jazz hasta pop rock y temas navideños. Anduve varios kilómetros a pie hasta
llegar a mi destino, que no era otro que la archibasílica
de san Juan de Letrán.
Cuando llegué, era
ya completamente de noche. Cualquier otro día, la basílica hubiera estado
cerrada a esa hora, pero ayer –como viene sucediendo en los últimos 35 años–
fue una excepción, porque se celebraba el Concierto de Navidad
ofrecido por el Coro de la diócesis de Roma y la orquesta Fideles et Amati, dirigidos ambos por monseñor Marco Frisina, un gran
compositor y director, que “nunca está
triste”, como afirmó el Cardenal Vicario De Donatis al final del concierto.
A pesar de las muchas ofertas culturales que Roma ofrece en estos días, la
basílica estaba repleta de gente. Pude encontrar sitio para sentarme porque llegué con bastante tiempo de antelación. Es la
primera vez que asisto a este concierto tradicional. El motivo es muy doméstico.
Uno de los cocineros de nuestra comunidad canta en el coro como tenor. Tenía
mucho interés en que yo fuera. Lo hice con gusto, aunque la hora era demasiado
tardía para Roma. De hecho, regresé a casa al filo de la medianoche. El marco
es impresionante. La basílica estaba iluminada como en las grandes ocasiones. Refulgía
con fuerza el enorme artesonado dorado. El coro estaba formado por más de cien
voces y la orquesta por una trentena de instrumentos.
Pasadas las 20,30
se puso en marcha el concierto, que duró más de dos horas. Tras unas palabras
de saludo y presentación por parte de Marco Frisina, el coro atacó “Vieni, Signore, non tardare” (obra para coro y orquesta del mismo Frisina). Le
siguieron otros 18 temas, entre los que no podían faltar los célebres Stille Nacht (“Noche de paz”), Adeste fideles, Tu scendi dalle stelle (el villancico italiano más popular), Joy to the world, El pequeño tamborilero,
White Christmas (¡Cómo eché de menos las voces de Bing Crosby y Frank
Sinatra!) y Jingle Bells. Lo que comenzó siendo un concierto clásico, acabó abriéndose a los temas más populares. De
hecho, el concierto se cerró con el Feliz Navidad de
José Feliciano, cantado y aplaudido por todos los asistentes al concierto. Aunque
los solistas no eran excepcionales, el conjunto sonaba con una armonía y
potencia admirables. Hubo momentos de gran emoción. Monseñor Frisina supo poner
cordialidad y mesura en sus breves presentaciones de cada parte del concierto. Regresé
a casa preguntándome si esta Navidad sinfónica tenía algo que ver con la
Navidad litúrgica y más aún con la Navidad histórica. El crítico que llevo
dentro se resistió un poco a caer en los tópicos, pero pronto superé la
tentación. Donde hay belleza y armonía, allí está Dios. Si hay alguien que sabe
estremecerse ante la belleza, son los pobres. No hay ninguna razón para
despreciar esta cascada de emociones en nombre de no sé qué ascética y
espartana Navidad. ¡Qué mejor forma de celebrar el Domingo Gaudete que con un concierto en el que música, comunidad y alegría se dan la mano!
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