El papa Francisco ha invitado a las familias e instituciones católicas a montar belenes en las casas y los espacios públicos. Esta antigua tradición franciscana ha combinado períodos de esplendor con otros de decadencia.
¿Por qué el Papa insiste ahora en revitalizarla? Me parece que la invitación a montar el belén (o
el pesebre o nacimiento) es una forma de confesión y hasta de protesta. O, si se quiere, una manera
de acentuar que la fe cristiana no se disuelve en una espiritualidad vaporosa –como
promueve la new age y otras corrientes
actuales– sino que es una fe anclada en la historia. Los cristianos creemos que
la Palabra de Dios se ha hecho uno de nosotros: Verbum caro factum est. Eso significa que Jesús no es un mito, un
extraterrestre o una especie de fantasma que sobrevuela la historia. Ha tenido
un cuerpo, ha nacido en un lugar (la provincia romana de Palestina), en un
tiempo (algún año antes de lo que hoy denominamos siglo I) y en el seno de una familia
formada por José y María de Nazaret. Aunque a veces se lo presente así, el belén
no es un juego de niños, sino una clase magistral de teología narrativa: “El pesebre es un Evangelio vivo, no lo
olvidemos, que nos recuerda que Dios se ha hecho hombre. Es bonito detenerse
delante del nacimiento y confiar al Señor las personas, las situaciones, las
preocupaciones que llevamos dentro”.
Pero no solo eso.
El Papa acentúa un aspecto que conecta con nuestro tiempo: “El nacimiento es también una invitación a la contemplación. Nos
recuerda la importancia de detenerse. Ante una sociedad frenética, el belén nos
hace dirigir nuestra mirada a Dios, que es pobre de cosas, pero rico de amor,
nos invita a invertir en lo importante, no en la cantidad de bienes, sino en la
calidad de los afectos”. Recuerdo que, cuando era niño, me gustaba situarme
ante el belén de mi casa y jugar con él: cambiar las ovejas de sitio, adelantar
los camellos de los magos un poco cada día, añadir o quitar musgo, etc. Me gustaba,
sobre todo, mirarlo con calma mientras sonaban villancicos en un viejo
tocadiscos. Creo que un ejercicio de este tipo es una especie de terapia doméstica
antiestrés. Recomiendo que, cuando todos se hayan retirado a descansar, nos
quedemos alguna noche contemplando el belén en silencio, tal vez con una música
suave de fondo. Nos sorprenderemos del poder evocador que tienen las figuritas
de la familia de Nazaret, de los ángeles y pastores, de los ríos y puentes, de
las colinas y palmeras, de la nueve figurada con harina o algodón. Cuando todo
se lentifica, empezamos a ver las cosas de otra manera, escuchamos la “música
callada” que llevamos dentro. No hay que tener miedo a estos momentos
contemplativos. Sin ellos, corremos el riesgo de ser como los peces que “beben y beben y vuelven a beber”. Una Navidad sin momentos contemplativos acaba siendo asfixiante.
Por último, “el pesebre es también imagen artesanal de
la paz ante tanta violencia e individualismo que nos rodea. En el pesebre todos
convergen en Jesús, que es Príncipe de la paz. Y donde está Jesús hay armonía,
y nos dice que no estamos solos, porque Él está con nosotros, dándonos una vida
nueva”. Un buen belén es un ecosistema que converge en el niño Jesús. De él
emana una luz y una energía que devuelven la armonía a nuestro mundo caótico. Un belén es la fiesta del Shalom, del don de Dios a la humanidad, del resumen de todos los
bienes que podemos imaginar. Multiplicar los “belenes” es como ir sembrando de mensajes
de paz nuestras casas y calles. El belén no es un símbolo de una religión contra
otra, o de una cultura contra otra. Es un símbolo universal de reconciliación y
de paz. Al menos un par de veces (en 2006 y en 2013) me ha coincidido la
Navidad en la India. En todas nuestras parroquias se suele instalar un gran belén
(Christmas crib) dentro de la iglesia
o en sus alrededores. Siempre me sorprendía la cantidad de hindúes y musulmanes
que desfilaban ante él con una actitud adorante. Contribuía más al encuentro entre
creyentes de diversas religiones y a la armonía entre los vecinos el belén
parroquial que muchas otras iniciativas de diálogo interreligioso. Hay símbolos que unen el cielo y la tierra.
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