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lunes, 2 de diciembre de 2019

Signo admirable

Reconozco que el título de la entrada de hoy no dice mucho, pero así es como ha titulado el papa Francisco la Carta que ayer publicó sobre el valor y significado del “belén” (o del “pesebre”, como se dice en muchos lugares de Latinoamérica siguiendo la tradición italiana). La carta, cuyo título en latín es “admirabile signum”, lleva un subtítulo que aclara el contenido: “el hermoso signo del pesebre”. Es corta, así que se lee en pocos minutos. ¿Qué pretende el papa Francisco con esta carta? Lo dice al comienzo: “Con esta Carta quisiera alentar la hermosa tradición de nuestras familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén, como también la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas... Es realmente un ejercicio de fantasía creativa, que utiliza los materiales más dispares para crear pequeñas obras maestras llenas de belleza”. Yo pertenezco a la vieja escuela. Cuando era niño, en mi casa el belén se ponía siempre el día 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada, ni antes ni después. Disponíamos de dos semanas para irnos ambientando antes de la Navidad. Se trataba de un belén sin muchas pretensiones, per cumplía su objetivo.

Con el paso del tiempo, en muchas familias se fue arrinconando el belén (quizá por considerarlo demasiado tradicional) y se fue imponiendo el árbol (que representaba un símbolo de modernidad porque aparecía indefectiblemente en las casas de las familias norteamericanas). Lo que sucedía en las familias saltó al plano público, o quizás fue al revés, no sabría decirlo. El belén o nacimiento se antojaba demasiado confesional en un estado que era aconfesional, así que fue reemplazado por el árbol, que resultaba un símbolo cósmico aceptado por casi todos. Digo “casi” porque no faltan voces que critican esta costumbre como un atentado ecológico (en el caso de que se trate de un árbol de verdad) o como un símbolo contaminante (en el caso de que se trate de un árbol de plástico). En esas estábamos cuando el Papa se despacha con una carta en la que nos invita a poner el belén, tanto en las casas privadas como en los lugares públicos. Me temo que algunos críticos van a “montar un belén” apelando a la laicidad y discursos de este tipo.

El año pasado fui testigo del poder cautivador y socializador que tiene el belén, incluso en nuestras sociedades secularizadas; por eso, comprendo muy bien la invitación del papa Francisco. Más allá de su genuino significado cristiano, el belén es un símbolo que nos ayuda a reconciliarnos con la belleza de la vida sencilla, con las personas y los ambientes en los que nos movemos a diario. Contemplando un belén, sin saber muy bien por qué, imaginamos un mundo mejor del que tenemos, sin necesidad de que sea maravilloso. Basta con que la sencillez transparente el misterio que nos envuelve. El Papa lo dice con palabras más bellas y profundas: “¿Por qué el belén suscita tanto asombro y nos conmueve? En primer lugar, porque manifiesta la ternura de Dios. Él, el Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez. El don de la vida, siempre misterioso para nosotros, nos cautiva aún más viendo que Aquel que nació de María es la fuente y protección de cada vida”. Quizá por esta conexión con la vida, a los niños les gusta tanto montar y contemplar el belén. Solo a los que somos demasiado “adultos” nos parece un símbolo pasado de moda. Está bien que el Papa nos dé un toque.

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