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domingo, 1 de diciembre de 2019

Este año puede ser diferente

Escribo a bordo del Boeing 787 de Air Europa que me lleva a Medellín. Me gusta empezar el tiempo de Adviento en un nuevo mes (diciembre), un nuevo país (Colombia) y con nuevas personas (claretianos provenientes de casi todos los países de América). El Adviento tiene mucho de novedad, tanta como la que aparece en el precioso texto de Isaías que leemos en la primera lectura de hoy (Is 2,1-5). Si no fuera por estos sueños proféticos, sería difícil creer que a la humanidad le aguarda un futuro mejor, que la obra de Dios no está llamada a la aniquilación, sino a la plenitud. Pero para ello es necesario que estemos atentos para reconocer el paso de Dios por nuestra vida, como Jesús nos pide en el Evangelio de este primer domingo de Adviento (Mt 24,37-44). Si somos sinceros, la mayoría de nosotros estamos ocupados en nuestros negocios. No caemos en la cuenta de que Dios siempre está llegando; por eso, no nos preparamos para su venida. Creemos que lo que importa es “disfrutar de la vida”, sin caer en la cuenta de que estamos renunciando a nuestro derecho de primogenitura por un plato de lentejas.

Para el comercio no existe el Adviento. En Filipinas comenzó la Navidad comercial a primeros de septiembre. En Europa se nos vende la idea de que las compras navideñas empiezan con el dichoso Black Friday, un mes entero de derroche aprovechando los fríos del invierno. Es difícil sustraerse a este ambiente, pero no imposible. Los cristianos podemos descubrir el sentido del Adviento por contraste. Cuanto más se nos invita a consumir para aprovechar esta vida, más podemos sentir el anhelo de una vida diferente. La fe se acrisola más cuando se abre paso en condiciones adversas. No creemos porque el ambiente nos invite a ello, sino porque hemos acogido una llamada. Siempre me sorprendo de los diferentes caminos por los que Jesús llega a cada uno de nosotros. A veces, la fe nos acompaña desde la infancia; otras veces, es un regalo de juventud. Cada vez conozco más casos de personas que la descubren en la crisis de la mitad de la vida o cuando enfilan sus últimas etapas. No hay dos historias iguales. El denominador común es que el encuentro con Jesús les da un vuelco. No se retiran del mundo para vivir en una especie de gueto, pero tampoco se acomodan al estilo de vida que hoy se impone.

En algunos países del centro y norte de Europa –como, por ejemplo, en Alemania o Austria– el Adviento tiene una larga tradición. En los países latinos se impone la Navidad. Más allá de las costumbres de cada lugar, lo importante es detenernos un poco, cuestionarnos el estilo de vida que llevamos y abrirnos a la esperanza de algo nuevo. Nunca es tarde para formularnos las preguntas que llevamos tiempo retrasando o para hacer un hueco a Dios en nuestra vida. Pero eso implica vaciarnos. Estamos demasiado llenos de cosas, proyectos, trabajos, deseos, frustraciones y recuerdos, como para percibir que Dios está llamando a la puerta de cada uno de nosotros. Tal vez el Adviento de este año pueda ser una oportunidad para abrirle. Cuando hablo con algunos de mis amigos y somos capaces de traspasar esa sutil barrera que se interpone entre la apariencia externa y la intimidad, enseguida afloran búsquedas y preguntas que nunca acaban de encontrar su oportunidad en el ritmo de la vida cotidiana. A veces me he sentido como un partero que ayuda a sacar de dentro la vida escondida, quizás porque yo mismo he tenido esa sensación algunas veces cuando otras personas me han ayudado a sacar de mí mismo lo que yo no era capaz de hacer solo. Quizás por eso valoro tanto las conversaciones a tumba abierta, un extraño regalo en tiempos de intercambios rápidos y superficiales.

Escribo estas cosas mientras sobrevuelo el océano Atlántico en una tarde luminosa y –por ahora– sin turbulencias. Acabo de ver la vieja película El diablo viste de Prada (The devil wears Prada). Meryl Streep está genial, como casi siempre, por más que el personaje que interpreta –la insoportable Miranda– me resulte odioso. A mi lado, dos señoras colombianas que regresan a su país para pasar con sus familias las vacaciones de Navidad, hablan y hablan y hablan. Se han conocido al subir al avión, pero parece que son amigas de toda la vida. Esto casi nunca se ve en los vuelos europeos. Podría escribir sobre sus historias, pero me parece una indiscreción. En ambas mujeres, ya entraditas en años, percibo el deseo de encontrar una vida mejor. Ambas han tenido una vida sentimental complicada, con hijos de diferentes hombres. Emigraron hace años a España en busca de trabajo y nuevas oportunidades. Parece que ambas están satisfechas. Han conseguido la nacionalidad y solo quieren regresar a su país natal para las vacaciones. Me sorprende la naturalidad con la que comparten sus penas sin conocerse de nada. En ellas veo reflejadas las historias de miles de personas que han tenido que salir de sus países para buscar una vida mejor. Admiro su coraje y su capacidad de luchar sin perder el sentido lúdico de la vida. También estas historias me ayudan a dar un sentido muy realista al Adviento de este año.

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