martes, 12 de abril de 2016

Hablemos antes de que sea tarde

Ayer lunes me pegué un solemne madrugón. Salí de casa a las 4:15 para poder tomar el avión Roma-Londres a las 6:30 en Ciampino. Aproveché el viaje para dormir un poco. No me cuesta nada dormir en los aviones. Lo mejor fue que cuando llegué al aeropuerto de Stansted, no llovía, la temperatura era benigna y me estaba esperando Philip, un claretiano inglés, con quien vine hablando todo el trayecto hasta Leyton. Lo peor fue que cuando conecté el teléfono, en el primer mensaje que me entró me comunicaban que había muerto en Madrid un claretiano, amigo mío, a la misma hora en que yo despegaba de Roma.  Ha sido víctima de un cáncer fulminante. Me salió del alma una oración entre triste y resignada. Vamos por la vida acumulando muertes. Sin la esperanza que nos regala la Pascua sería sencillamente insoportable. Cada muerte de una persona querida es un ensayo anticipado de nuestra propia muerte.

Leyton es un barrio popular en el noreste de Londres, cerca del estadio olímpico. Siguiendo el high road (la calle mayor), uno se sorprende de ver comercios y restaurantes chinos, indios, paquistaníes, búlgaros, turcos, polacos, portugueses… Y algo parecido sucede con las iglesias de diversas denominaciones cristianas. Es el Londres multi: étnico, cultural, lingüístico, religioso, etc. En realidad, este barrio es muy poco british, aunque conserve muchas casas de estilo victoriano. En medio de este microcosmos, los claretianos regentamos la pequeña parroquia católica de St. Joseph. Es un edificio de ladrillo en el que hace años la BBC grabó un reportaje sobre el modo cómo Miguel Angel pintó la Capilla Sixtina. Para ello, reprodujeron en la bóveda la escena de la creación del hombre, que todavía se conserva como recuerdo.

Después de comer, di una vuelta por el barrio con un claretiano polaco que trabaja aquí desde hace varios años. Mientras me fijaba en la diversidad de establecimientos, me sorprendió el mensaje que vi en una marquesina del autobús y que reproduzco en la foto de arriba: “Campaña en contra de vivir tristemente en calma. Hagamos que los hombres vivan hablando”. (No se hace alusión a las mujeres porque se supone que ellas sí practican el noble deporte de la conversación. Espero que éste no sea un comentario machista. Me atengo al texto original que habla de men: hombres). De repente, como una luz que se enciende, caí en la cuenta de que a menudo vivimos “demasiado en calma”, aislados en medio de la multitud. 

Algunos científicos consideran que la soledad es una nueva epidemia. Las consecuencias sobre la salud física y psíquica son devastadoras. Por eso, el cartel de la marquesisna constituye un educado grito de protesta: ¡Ya está bien de tanta calma! ¡Hablemos! Si no somos capaces de encontrarnos y hablar, acabaremos muriendo. Hablar unos con otros significa reconocernos como seres humanos, afirmarnos. La palabra de los otros recrea mi identidad. Si nadie se dirige a mí, acabo por no saber quién soy. Si no puedo compartir mi intimidad con nadie, el aislamiento me vuelve huraño y malhumorado, me mata en vida.

Hoy es muy fácil mantener intercambios rápidos a través de WhatsApp, Facebook, Skype, etc. Pero pocas personas tienen tiempo y habilidades para conversar sin prisas, para compartir lo que viven, para dejarse aconsejar. El resultado es un empobrecimiento de las relaciones humanas y, a la larga, un aislamiento homicida. Para muchas enfermedades del alma no hay mejor terapia que una conversación franca, relajada. Antes era una práctica normal. Ahora muchos tienen que ir al psicólogo acompañando la entrevista con unos cuantos euros. Un compañero mío que estudia psicología insiste en que la terapia no es eficaz si no abonas por lo menos 50 euros por sesión. ¿Tenemos todavía remedio?

Os dejo con el tema de Laura Pausini, "La soledad".


2 comentarios:

  1. Thanks for your post. I cannot believe that so short stay in Leyton can be inspiring. Take care! God bess you and M+

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