miércoles, 2 de marzo de 2016

"Corruptio optimi pessima"

No me ha dado ahora por escribir en latín. Aunque quisiera, no podría hacerlo con soltura. Pongo como título esta conocida frase latina de san Gregorio Magno –que podría traducirse por “la corrupción de los mejores es la peor de todas”– para referirme a un asunto que indigna a los ciudadanos: la corrupción. Para la mayoría de mis compatriotas (el 77,9%), la mayor preocupación actual es el paro. Le sigue la corrupción, que ha pasado de un 38,8% (en diciembre de 2015) a un 39,2% (en enero de 2016). Creo que a esta subida ha contribuido el conocimiento de los numerosos casos que afectan, sobre todo, a los partidos políticos. Pero sin olvidar que también existe corrupción en la Iglesia. Cuando los que están llamados a liderar la sociedad o la iglesia son corruptos, la suya es la peor de todas las corrupciones.

Es cierto que las circunstancias ejercen sobre todos nosotros una gran presión. Si te mueves en un clima de honradez es más fácil ser honrado. Si, por el contrario, respiras al aire putrefacto de la corrupción, es probable que acabes cayendo en ella. Por eso es tan importante crear ambientes transparentes. Pero el nivel más profundo –como siempre– está en la conciencia. Este asunto me ha parecido misterioso desde que era niño. ¿Por qué algunos se dejan corromper con facilidad y otros tienen una enorme capacidad de resistencia?  ¿Se debe a los valores respirados e inculcados en la infancia? ¿Tiene que ver con alguna predisposición genética? ¿Se aprende a ser honrado? ¿Por qué el dinero es tan atractivo para la mayoría de las personas?

En esta Cuaresma presto atención a las palabras del papa Francisco en su bula Misericordiae vultus. Refiriéndose a la corrupción, escribe: 
“Esta llaga putrefacta de la sociedad es un grave pecado que grita hacia el cielo pues mina desde sus fundamentos la vida personal y social. La corrupción impide mirar el futuro con esperanza porque con su prepotencia y avidez destruye los proyectos de los débiles y oprime a los más pobres. Es un mal que se anida en gestos cotidianos para expandirse luego en escándalos públicos. La corrupción es una obstinación en el pecado, que pretende sustituir a Dios con la ilusión del dinero como forma de poder. Es una obra de las tinieblas, sostenida por la sospecha y la intriga. Corruptio optimi pessima, decía con razón san Gregorio Magno, para indicar que ninguno puede sentirse inmune de esta tentación. Para erradicarla de la vida personal y social son necesarias prudencia, vigilancia, lealtad, transparencia, unidas al coraje de la denuncia. Si no se la combate abiertamente, tarde o temprano busca cómplices y destruye la existencia” (Misericordiae vultus, 19).
El papa Francisco propone cinco antídotos:

  • Prudencia para saber ponderar las circunstancias, saber dónde nos metemos, acrisolar los criterios y calcular nuestras fuerzas.
  • Vigilancia para detectar como por instinto las personas, ambientes y ocasiones que nos pueden seducir y tratar de evitarlos.
  • Lealtad para ser fiel a las propias convicciones, obligaciones, y a los compromisos adquiridos.
  • Transparencia para dar cuenta escrupulosa del manejo del dinero, sin dilaciones ni subterfugios.
  • Coraje para denunciar los casos conocidos y de esta manera evitar que crezca la espiral de la corrupción.

Por mi parte, añadiría un antídoto que he percibido en las personas honradas: la alegría y la tranquilidad que proporciona el ser una persona de una pieza, sin dobleces y, por tanto, sin temor. Cuando es feliz con lo que es y tiene se inmuniza contra la tentación de tener más (nunca ser más) mediante el recurso a la corrupción en cualquiera de sus múltiples variantes.



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