viernes, 11 de marzo de 2016

Alfarero del hombre

Cuando tenía 17 años tuve mi primer contacto con la Liturgia de las Horas. Tardé tiempo en descubrir la belleza y la “actualidad” de los Salmos. Algunos eran demasiado extraños para ser comprendidos y saboreados por un adolescente. Pero pronto me quedé encandilado por la belleza de algunos himnos que acababan de ser vertidos del latín al español. Otros, que se compusieron o seleccionaron más tarde, me siguen pareciendo un desastre. Entre los primeros, hay uno que todavía hoy me tiene subyugado. Se llama Alfarero del hombre. Cuando lo rezo o lo canto, me parece estar reviviendo el origen del universo. Es como si toda la creación se pusiera de nuevo en marcha, como si las cosas desgastadas recobraran su frescura primitiva. Es, pues, un himno antioxidante, revitalizador. Por si no lo conoces, he aquí la letra:
Alfarero del hombre, mano trabajadora
que, de los hondos limos iniciales,
convocas a los pájaros a la primera aurora,
al pasto, los primeros animales.

De mañana te busco, hecho de luz concreta,
de espacio puro y tierra amanecida.
De mañana te encuentro, Vigor, Origen, Meta
de los sonoros ríos de la vida.

El árbol toma cuerpo, y el agua melodía,
tus manos son recientes en la rosa;
se espesa la abundancia del mundo a mediodía,
y estás de corazón en cada cosa.

No hay brisa, si no alientas, monte, si nos estás dentro,
ni soledad en que no te hagas fuerte.
Todo es presencia y gracia. Vivir es ese encuentro:
Tú, por la luz; el hombre, por la muerte.

¡Que se acabe el pecado!
¡Mira que es desdecirte dejar tanta hermosura en tanta guerra!
Que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte 
de haberle dado un día las llaves de la tierra.
La imagen de Dios como alfarero está presente en la Biblia. En el libro de Jeremías leemos: “Como está la arcilla en manos del alfarero, así estáis vosotros en mis manos, dice el Señor” (Jr 18,6). Pero el texto que más me gusta se encuentra en el libro de Isaías. Después de confesar el pecado del pueblo, el profeta añade: “Con todo, Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros somos la arcilla, y tú el alfarero, somos obra de tus manos” (Is 64,7). Cuando atravesamos momentos de crisis, cuando incluso llegamos a pensar que no vale la pena vivir, es bueno recordar que no estamos en esta vida por accidente, sino que somos "obra de sus manos".

Esta bella imagen del alfarero es extraña a la cultura urbana contemporánea.  No sé si un joven preferiría decir: “Señor, tú eres mi programador (informática) o mi entrenador (deporte) o mi tutor (educación)”. A mí me seduce la imagen de un Dios que, con el cariño del alfarero, nos va modelando y rehaciendo con su “mano trabajadora”. Pero él no es solo alfarero del hombre. Él convoca cada mañana también a los pájaros (mejores despertadores que un teléfono de última generación) y a todos los animales. Las manos de Dios “son recientes en la rosa”; en él todo es nuevo, no hay nada de segunda mano.

La síntesis de la vida no puede ser más hermosa: “Todo es presencia y gracia”. Donde está Dios no hay lugar para la oscuridad o el sinsentido. Él -incluso cuando parece ausente- siempre está detrás de nuestras búsquedas y dudas: "Estás de corazón en cada cosa".  Todo -también lo que a primera vista parece absurdo (enfermedades, problemas, fracasos)- es pura gracia. 

Con todo, en esa batalla campal que es nuestra existencia, se da siempre una tensión que nos desgarra: “Tú por la luz; el hombre por la muerte”. Es como si el himno reconociera que en nuestro disco duro se ha infiltrado un virus dañino que hace que todos los programas de vida que Dios ha instalado en nosotros no funcionen correctamente.

La estrofa final no tiene desperdicio. Es un grito del ser humano que no quiere ser víctima del mal que nos envuelve. Es la estrofa que recitan todas las víctimas de las guerras, extorsiones e injusticias. Es la súplica de quienes están hartos de que los corruptos y violentos desfiguren la creación de Dios: “¡Que se acabe el pecado! / ¡Mira que es desdecirte dejar tanta hermosura en tanta guerra!”. Os confieso que hay días en que, después de ver los informativos de la televisión, me entra asco de lo que los seres humanos somos capaces de destruir. Entonces me dan ganas de gritar: “Que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte / de haberle dado un día las llaves de la tierra”.

Quizá a algunos todo esto os suena un poco a música celestial, pero es lo que me sale hoy del alma, de un alma que quiere ser misionera, como el tema de esta canción muy extendida por Latinoamérica que os propongo en el vídeo: "Alma misionera".



5 comentarios:

  1. No sé si conoces la canción Señor yo quiero ser barro en las manos del alfarero; yo quiero ser un vaso nuevo....Bueno algo parecido. Como soy torpe en estas cosas no conozco cómo hacer para (subir, se dice)la versión de Cesareo Gabaráin que fue antes que nada sacerdote y también el compositor de esta y otras muchas canciones religiosas. Un abrazo

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  2. Muchas gracias por tu comentario y tu sugerencia. Sí, conozco la canción de Cesáreo Gabarain. Hay muchas versiones. Esta es una de ellas: https://www.youtube.com/watch?v=-XnqU6yDQYU

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  3. No encuentro respuesta a mi solicitud de conocer el autor de este bellísimo poema, que conozco desde mi juventud,admiro y me conmueve siempre que lo leo.
    Fernando

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    Respuestas
    1. El autor es el poeta José luis Blanco Vega, español, de Mieres, Asturias.

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