miércoles, 21 de diciembre de 2022

Con ella siempre hay alegría


Hoy a las 22,48 (hora de la España peninsular) entrará el invierno astronómico en el hemisferio norte. Será también el día más corto del año y la noche más larga. Me gustaría que el invierno empezara con un poco de nieve, pero eso tendrá que esperar. De momento nos contentamos con una lluvia suave y con temperaturas moderadas, que contrastan con el calor que están viviendo en Argentina, donde se prolongan las caóticas celebraciones por la tercera Copa del Mundo de fútbol. 

Tras mi paso fugaz por Córdoba, me encuentro ya en mi despacho de Publicaciones Claretianas. Sobre la mesa se amontonan las felicitaciones navideñas enviadas por obispos, otras editoriales, etc. Y también asuntos que hay que despachar. Todo me resulta nuevo. Es la primera vez que trabajo en el mundo editorial. Aprendo de los trabajadores que llevan años desarrollando una excelente labor. Me agrada sentirme aprendiz. No tengo prisa en tomar decisiones. Necesito hacerme cargo de lo que se ha hecho hasta ahora y de lo que se puede hacer en el futuro.


A través de las dos ventanas de mi despacho (la del este y la del sur), percibo el ir y venir de gentes que compran en las tiendas del barrio, se dirigen al centro de salud de Quintana o a la cercana iglesia de Buen Suceso, pasean a su perro o descargan sus mercancías. Madrid es una ciudad en continuo movimiento. Imagino que muchos están anticipando las compras para los próximos días. Los comercios están decorados con motivos navideños. Detrás de esta apariencia de normalidad, se agazapan historias de sufrimiento. 

Para muchos, la Navidad es un tiempo de melancolía. Los días cortos, el mal tiempo, la obligación de ser amables, la proliferación de fiestas, el recuerdo de experiencias dolorosas y las ausencias de algunos seres queridos se conjuran para hacer de estas fiestas un tiempo triste. Quizá por eso necesitamos que nos visite María, la mujer que siempre porta gozo y esperanza. Es el mensaje del Evangelio de hoy. Lucas dice que “María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel”. Isabel reconoce que “en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”.


En estos días previos a la Navidad es necesario sentir que viene a vernos una joven embarazada que porta dentro el misterio de Dios. Su visita puede hacer que brote dentro de nosotros esa alegría que ninguna otra cosa puede darnos. María nos alegra la vida porque nos trae a Dios. Esta alegría no es comparable a la que podemos sentir si mañana nos toca la lotería o si participamos en una de las múltiples comidas o cenas de empresa o entre amigos. Es una alegría profunda, suave, duradera. Es, en definitiva, la alegría de la fe. 
Ella sigue creyendo cuando muchos de nosotros hemos claudicado. Por eso, es y será siempre bienaventurada. 

Aunque estemos solos, nos sentimos acompañados. Aunque estemos enfermos, nos sabemos curados. Aunque tengamos problemas, estamos convencidos de que el Señor no nos abandona. La “visitación de María” es la mejor manera de exorcizar la tristeza y todos los demonios que nos impiden celebrar con alegría el misterio de la Navidad. Con ella, aprendemos a acoger a Jesús, a adorarlo, a cuidarlo y a presentarlo a los demás. No necesitamos ninguna otra cosa.


1 comentario:

  1. Gracias por darnos a conocer tu espacio, donde irá transcurriendo tu día a día… Buen trabajo.
    Sí, necesitamos que nos visite María para ayudarnos a descubrir a este Jesús que nos puede llenar de gozo y esperanza. Descubrirle en los momentos fáciles y en los difíciles.
    Necesitamos centrarnos en el misterio… necesitamos descubrir a Jesús en nuestro entorno donde se manifiesta de muchas maneras diferentes… necesitamos sentirle cerca y abrirle nuestro corazón.
    Gracias Gonzalo por ayudarnos, con tus reflexiones, a vivir una auténtica Navidad.

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