miércoles, 30 de marzo de 2022

Todavía te quiero

Siento aversión hacia las pintadas (o grafiti) que ensucian los espacios públicos y el mobiliario urbano. He tenido oportunidad de expresar mi enfado en este Rincón a propósito de las pintadas que ya “decoran” (es decir, estropean) la renovada plaza de España de Madrid. Pero hoy, repasando la prensa digital, me he encontrado con una agradable sorpresa. Resulta que, en la noche del 28 al 29 de marzo, apareció en el suelo de la plaza San Carlo de Turín (Italia) una enorme pintada que decía: “Ti amo ancora” (Todavía te quiero). Dado su enorme tamaño, no era imaginable que la hubiera hecho una sola persona en homenaje a la persona amada. 

Las once letras de la frase “Ti amo ancora” están escritas con tiza de la que se usa (o se usaba) en las escuelas. Con ese sencillo instrumento, una cinta métrica de sastre y muchos metros de cinta adhesiva para fijar los bordes de cada letra se pudo llevar a cabo el trabajo en menos de lo que dura una jornada laboral.

Imagino que ayer, cuando se despertaron los turinenses que viven en la plaza o transitan por ella, se quedarían estupefactos. ¿A quién se la habría ocurrido esta idea? Poco después se supo que no provenía de un enamorado o de una enamorada deseosos de hacer ver al mundo la magnitud de su amor. La pintada, perfectamente medida y armoniosa, fue reivindicada por el grupo italiano Eugenio. Ellos mismos explicaron los motivos y el proceso de ejecución: “Es la declaración de amor de más de 150 personas que esta noche han compartido seis horas de participación colectiva, de creación artística, de vida real en una de las plazas más bellas de Turín para hacer estallar sus sentimientos de amor hacia una Tierra que hay que cuidar”. Era también una forma de protesta contra “el aire irrespirable de nuestra ciudad, el consumo desastroso de nuestro planeta, el inconsistente proyecto de futuro para las nuevas generaciones”.

También yo comparto este amor por la Tierra sin secundar al cien por cien todas las quejas y reivindicaciones de los ecologistas radicales. También yo creo que la Tierra es nuestra “casa común”, sin hacer de esta expresión -usada por el papa Francisco en la encíclica Laudato Si'- un tópico que, a base de abusar de él, se vuelve insignificante. También yo creo que debemos acostumbrarnos a un estilo de vida más sobrio y sostenible, sin condenar a un subdesarrollo crónico a quienes no han tenido acceso a nuestro nivel de vida.

Pero confieso que cuando he visto la fotografía aérea de esa frase romántica en medio de la plaza de san Carlo, lo primero que me ha venido a la mente no ha sido el planeta Tierra, sino Dios. He imaginado que una ciudad como Turín, símbolo de la Europa secularizada, se había levantado con ganas de decirle a Dios que todavía lo quería. Era como una declaración de amor en el corazón de la Cuaresma, como un deseo de conversión profunda. Es como si cientos de personas, en nombre de todos nosotros, hubieran escrito un I love you colectivo.

Mis pensamientos estaban errados. Es evidente que hoy muchas personas sienten más amor por la Tierra que por el Cielo. El ecologismo se ha convertido en una religión blanda que canaliza los deseos de trascendencia de quienes hace tiempo que no se sienten a gusto en esa otra “casa común” que es la Iglesia de Jesús. Las once letras blancas sobre el suelo de la plaza de san Carlo expresan el “credo” de las nuevas generaciones.

Donde uno hubiera deseado haber leído algo como “Todavía te quiero, Padre”, se conforma con leer “Todavía te quiero (planeta Tierra)”. Esta brecha entre los deseos y la realidad me recuerda la anécdota de un misionero claretiano que viajó desde España a Venezuela a finales de los años 60 del siglo pasado. Cuando regresó de nuevo a Madrid contó su experiencia a los jóvenes estudiantes. Recreo algunas de sus frases tal como las he recibido por tradición oral: “Cuando nuestros ojos vieron en el aeropuerto de Barajas el pájaro metálico [curiosa forma retórica de denominar al avión], enseguida leímos: Iberia, líneas aéreas de España. Cuánto más hubiéramos deseado haber leído: ¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!”. Sin comentarios. 

No siempre la realidad va en línea con lo que nosotros creemos o esperamos. De todos modos, la enorme pintada de Turín me recuerda que, a pesar de que estamos en un tiempo de amnesia colectiva, hay muchas, muchísimas personas que “todavía queremos a Dios”, que no podemos concebir nuestra vida sin Él. No se trata solo de admitir un vago “tiene que haber algo”, sino de confesar la existencia de un Padre que nos quiere y se preocupa por cada uno de nosotros. De no haber sido porque Jesús nos lo ha revelado, no resultaría nada fácil creer en un Dios así. A lo más, como hacen algunos seguidores de las “nuevas espiritualidades”, estaríamos dispuestos a admitir la existencia de una fuerza o energía misteriosa que impulsa el universo, pero no de un Dios personal a quien podemos llamar Padre. No sabemos la gracia que supone poder creer en Él. Solo cuando se pierde la fe se comprende el enorme vacío que deja.

1 comentario:

  1. ¡Admite tantas interpretaciones! Solo tres palabras que resonaran, dentro de quien las lea, de muchas maneras diferentes, según el momento de la vida que está pasando. A unos, su eco, les llevará a Dios y a otros les puede llevar a revivir momentos muy duros.
    Pues sí, “poder creer” supone una gracia especial que no todos pueden descubrir… Hay momentos que da a pensar que si la fe es un don, porque no todos lo reciben igual y me viene la imagen de dos plantas, exactamente iguales, con las mismas propiedades, con el mismo sustrato para que se puedan desarrollar al máximo; se entregan a dos personas diferentes y por lo tanto tendrán un ambiente bien diferente. A los quince días se comparan las dos plantas y observamos que no han crecido al unísono, han intervenido varios factores que han influido en ellas.
    Gracias Gonzalo, por despertar inquietudes que nos lleven a descubrir este “Dios-Padre”.

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