martes, 14 de mayo de 2019

Por encima de los 3.000 metros

Se le atribuye al obispo claretiano de la prelatura de Humahuaca una frase irónica que ayuda a entender la singularidad de estas gentes andinas y el tipo de pastoral que hay que practicar aquí. La frase en cuestión reza así: “Por encima de los 3.000 metros ya no vige el Código de Derecho Canónico”. No sé si se trata de una autoría espuria. En cualquier caso –como se dice en italiano– “se non è vero, è ben trovato”. La frase pone de relieve la distancia enorme que hay entre las tradiciones culturales y religiosas de los kollas y algunas disposiciones canónicas de la Iglesia católica. Esta distancia tiene que ver con los ritos de iniciación, la concepción del matrimonio, las prácticas devocionales, etc. Es un constante desafío pastoral para nuestros misioneros.

Desde el domingo por la noche me encuentro en este lugar fascinante. La verdad es que no me lo imaginaba así. Durante el día la temperatura sube a los 30 grados. El sol quema. El cielo es de un azul inmaculado. Al amanecer, el termómetro marca 2 grados bajo cero. El pueblo de Humahuaca fue fundado por Juan Ochoa de Zárate en 1594. La actual iglesia-catedral data de 1640. Ayer por la tarde celebré la misa con la comunidad local. Me parecía estar en una de las iglesias coloniales que he conocido en el Perú. Todo tenía el aire de otro tiempo. El color blanco de los muros contrastaba con el retablo dorado y los grandes cuadros de la escuela limeña que penden de las paredes. La gente es cariñosa, pero seria. Los andinos no suelen exteriorizar mucho sus sentimientos. A ojos de un occidental, viven más hacia dentro que hacia afuera.

A mí no me da tiempo a grandes reflexiones. Me sumerjo en esta nueva atmósfera y me dejo llevar. Observo el paisaje, hablo con las personas, evoco la historia del lugar y admiro a quienes han dedicado su vida a acompañar a estas gentes. En una capilla situada a la derecha de la nave central se encuentra la tumba del P. Tobías Martín (1919-1998), un claretiano muerto en olor de santidad. Me gustaría mucho que avanzara su causa de beatificación. Necesitamos modelos de misioneros que hayan entregado su vida al anuncio del Evangelio en lugares recónditos donde pocos quieren ir. El pueblo tiene un sexto sentido para olfatear cuándo un misionero “huele a Evangelio”. El P. Tobías simboliza a otros muchos claretianos que a lo largo de los últimos 50 años se han dedicado a la evangelización en estas altas tierras “en las que no vige el Código de Derecho Canónico”. Hoy es fácil encontrar voluntarios que aceptan dedicar un mes o un año de sus vidas a echar una mano en la misión. No está nada mal. La solidaridad sigue de moda, aunque no tanto como hace veinte o treinta años. Pero no es fácil encontrar jóvenes dispuestos a dedicar su vida entera a la misión. Los pliegos de condiciones son cada vez más extensos. Se ve que la cultura del bienestar se va apoderando de nosotros. Con un poco de esfuerzo, somos capaces de algunos sacrificios, pero siempre por un tiempo limitado, con fecha de caducidad. Los compromisos de por vida nos inspiran un miedo pavoroso.

Mientras aconsejado por los lugareños mastico unas hojas de coca para combatir el mal de altura, pienso en los cambios vertiginosos que me ha tocado experimentar a lo largo de mis casi 37 años de ministerio sacerdotal. De vez en cuando me pregunto qué decisión tomaría si hoy tuviera 18 o 20 años, consciente de que el prestigio del sacerdote está por los suelos en muchos lugares, no solo en mi Europa natal, sino en muchos países de América. Dejo que los sentimientos se entrecrucen, pongo nombre a las objeciones, mastico las contradicciones vividas… Al final, sin violencia, me brota una convicción: “Volvería a decir sí a la llamada de Jesús”. Ninguna de las muchas dificultades experimentadas y de las fragilidades vividas es comparable a la alegría de ser colaborador de Jesús “para que tengan vida” (Jn 10,10). 

No sé cómo evolucionará el ministerio en los próximos años, pero intuyo que, más allá de sus formas históricas, siempre será una vocación de alto riesgo. No me refiero a riesgos físicos –aunque en algunos países esté creciendo el número de sacerdotes asesinados–, sino al riesgo de seguir siendo feliz cuando para muchas personas, ser sacerdote significa ser un “experto en nada”. Para ellas, el acompañamiento espiritual, el anuncio de la Palabra y la celebración de los sacramentos constituyen actividades perfectamente prescindibles en una sociedad secularizada. Algunas pueden ser asumidas por los psicólogos y otras por los chamanes de moda, pero, en puridad, casi todas son inútiles y hasta nocivas. Hace falta mucha humildad y fe para aceptar ser un “experto en nada” sin morir en el intento.


3 comentarios:

  1. Gonzalo, gracias por la reafirmación en tu vocación... Tu dices que el sacerdote es un "experto en nada"... pero algunos, como tu, "sabeis acompañar en todo"...
    Cuidate... Un abrazo...

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  2. El padre Tobías Martín era primo de mi padre, de su misma edad, vivieron en la misma casa en su infancia. Me alegra que lo menciones como ejemplo de renuncia y entrega por los demás. Son ejemplos de personas a seguir. Gracias por vuestra buena labor

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  3. Yo me case EN la Iglesia de humahuaca EN 1981 EN Enero El padre Tobias nos caso y nos invito a cenar a su casa con todos Los chicos de la avion cattolica que ESA nonché cantarono El Alleluia.Nos caso a Iglesia cerrada,eramos muy joven teniamos 18 anios.Hicimos una gran Amistad y El vino a Rosario a visitarnos.Mi hijo lleva su nombre Tobias fue una promessa que hice la noches de mi matrimonio que si tenia un hijo varon llevaria su nombre.Un sacerdoti y una persona que no pude nunca olvidar.quando una de mis cartas volvio dicendo que El habia muerto fue una gran tristeza .Dios lo tenga EN la Luz por todo lo que ha hecho.Eduardo Lambri.

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