sábado, 18 de mayo de 2019

El peso de los días

Esta mañana viajo de Jujuy a Buenos Aires. Termina la etapa andina de mi largo viaje por el Cono Sur. Durante más de 40 días he tenido oportunidad de encontrarme con muchas personas y conocer nuevos lugares. Mi viaje externo ha ido acompañado por un extraño viaje interior. Compartir la vida de las personas es la experiencia más fascinante y agotadora que un ser humano puede vivir. Las preguntas se solapan. Una conversación en una aldea argentina se entrecruza con una noticia del periódico. Una llamada familiar se enlaza con un correo en el que se aborda un asunto de trabajo. ¿Cómo se puede mantener la calma en medio de tantas oscilaciones? ¿Cómo se puede vivir una sola vida cuando uno tiene la impresión de vivir muchas vidas al mismo tiempo? No quiero hablar demasiado de mí. Pienso en otras muchas personas que están librando batallas que parecen interminables. Me he encontrado con algunas familias azotadas por la enfermedad de alguno de sus miembros. Ayer, sin ir más lejos, una anciana me contó la experiencia traumática del accidente de una de sus hijas y el calvario que está pasando desde hace poco más de un año. ¿Quién se hace cargo del sufrimiento de las personas? ¿A quién le importan de verdad las experiencias de separación y divorcio, enfermedades y operaciones, ancianos abandonados, adolescentes que se suicidan? Me impresionó escuchar algunas historias de suicidios recientes en La Quiaca. ¿Qué puede impulsar a una persona a quitarse la vida? ¿Qué fracaso o qué soledad son más fuertes que las ganas de vivir?

Es verdad que he disfrutado con los paisajes imponentes de los Andes y con la belleza de los campos del sur de Chile o de Paraguay, pero nada de esto es comparable a la intensidad de muchas historias de hombres y mujeres que son como aldabonazos en la puerta de mi alma. ¿Cómo animar a quien ha perdido la ilusión de ser religioso, a quien se siente escandalizado por los abusos de algunos clérigos? ¿Cómo ayudar a recuperar la alegría de vivir en comunidad a quien hace tiempo que ha tirado la toalla porque se ha acostumbrado a un estilo de vida individualista y escéptico? Las historias “lejanas” tampoco ayudan mucho a vivir con serenidad y esperanza. En algún momento he sentido la tentación de no asomarme a los periódicos digitales. Se me hace difícil procesar tanta mentira y tantas injusticias. ¡Hasta las películas y las series de televisión se enfangan en los lodazales de la condición humana, como si la verdad, la bondad y la belleza no tuvieran lugar en nuestro mundo! Parece casi imposible encontrar personas de una pieza, que actúen según principios y no de acuerdos a mezquinos intereses. Incluso en las relaciones que parecen más diáfanas, siempre se agazapan demonios de dominación y explotación. Los días se van haciendo cada vez más pesados. Pareciera que solo las personas inconscientes pueden ser medianamente felices. Abrir los ojos y el corazón, pensar y reflexionar se han convertido en actividades de alto riesgo emocional y espiritual.

¿Podrá ayudarnos la liturgia del tiempo de Pascua a sobrellevar con dignidad el peso de los días? ¿De qué sirve la fe en Jesús resucitado a la hora de afrontar la complejidad de la vida? ¿Es un refugio o una fuerza de cambio? ¿Sirve como narcótico o como impulso creativo? Este año me ha tocado vivir el tiempo pascual en continuo éxodo. Empezar y acabar, saludar y despedirme han sido para mí verbos de conjugación diaria. Sin exageraciones, este largo viaje ha sido una hermosa y desafiante parábola de la existencia humana. Estamos siempre naciendo y muriendo un poco. Vivir esta sucesión de experiencias unidos a Jesús permite darles un sentido pascual. Nada ni nadie es más fuerte que la fuerza de su resurrección. No es una metáfora, sino una clave. Durante mi largo viaje, ni un solo día he podido seguir la rutina de mi ritmo romano. Siempre he dependido de programas que me habían preparado. En algún momento, he echado de menos más tiempo personal. Al final, uno aprende que el ritmo y la unidad no dependen tanto de lo que sucede por fuera, sino de la actitud que cada uno tenemos por dentro. Cuando uno vive las experiencias de cada día como cosas que suceden fuera de programa, entonces experimenta una división interna y un estrés que amenazan la paz interior. Cuando, por el contrario, afronta cada encuentro, cada conversación, como una experiencia única, entonces todo adquiere una secreta armonía. Se acaba el programa, comienza la vida. ¿No es ésta una hermosa experiencia de Pascua?

1 comentario:

  1. Gracias... Esta entrada de hoy está llena de mensajes que interpelan... Gracias por compartirlo.
    Un abrazo

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