sábado, 25 de mayo de 2019

Mi Buenos Aires querido

Cuando uno se encuentra a gusto, dos meses se pasan en un santiamén. Cuando, por el contrario, no acaba de encontrar su lugar, cada día se hace cuesta arriba. Yo me he sentido muy a gusto en el tiempo transcurrido en Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay. Dentro de unas horas regreso a Roma. De no haber sido por los compromisos que me aguardan en Europa, podría haber continuado mucho más tiempo por esta región del sur del mundo. Sintonizo con mis hermanos de aquí, con los paisajes y la cultura y con el modo de entender y vivir la misión claretiana. Durante un día y medio he compartido mi visión de las cosas con el gobierno de San José del Sur y he recogido sus observaciones. Regreso a Roma satisfecho y agradecido. Precisamente hoy, 25 de mayo, una de las fiestas patrias argentinas, leo en El País digital un largo e interesante artículo del periodista argentino, afincado en Madrid, Martín Caparrós. El artículo en cuestión se titula Buenos Aires, la ciudad abrumada. Me parece una excelente y prolija descripción –un poco impresionista, si se quiere– del momento actual que vive esta hermosa y decadente ciudad porteña. Como señalé en la entrada de ayer, en este viaje he dispuesto de muy poco tiempo para visitarla, pero del suficiente para percibir algo de su alma.

Esa frase mil veces citada de Malraux –“Buenos Aires es la capital de un gran imperio que nunca existió”– expresa bien esa combinación de grandeza y miseria, de universalidad (aquí hay gentes de todo el mundo) y de provincianismo, de vanguardia y de viejas (y a veces ajadas) tradiciones. Por eso, Buenos Aires, incluso en medio de sus grandes avenidas llenas de luces y colores, es una ciudad melancólica, como si siempre se estuviera quejando de lo que pudo ser y no fue. O de lo que fue y ya no es. Quizás lo que sucede es que en este conglomerado de 15 millones de personas hay muchas ciudades en una. No es lo mismo pasearse por la avenida 9 de julio, que muere frente al gran ventanal del comedor de los claretianos, o por una calle de Recoleta o Palermo, que internarse en el dédalo de “villas miserias” que contornean el núcleo central y que, a veces, surgen  flanqueando una gran autopista. San Telmo tiene poco que ver con Puerto Maduro. Eso hace de Buenos Aires una ciudad “tutti frutti”, donde hay huellas españolas (no demasiadas), italianas (muchas), rusas, libanesas, alemanas, eslavas, judías, etc. Es difícil no enamorarse de una ciudad como esta por más que sus habitantes tengan fama de “agrandados” y hablen un castellano que se presta a una fácil caricatura y a mil imitaciones. Tengo que volver. ¡Adiós, mi Buenos Aires querido!



2 comentarios:

  1. Gracias Gonzalo por los momentos compartidos durante tu visita a la Provincia de SJ del Sur.

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